PARÁBOLA DE LA BELLOTA...


 

¿Quién soy? Me pregunté uno de esos días en qué no se cómo me llamo, qué quiero o hacia dónde voy a ir; he pasado varios años en este mundo y aunque siento mi corazón latir, muchas veces no sé por qué vivo; creo que me he perdido, no sé que camino seguir; por ello lanzo un grito reprimido a Dios y con angustia le digo:
- Amigazo, ¿qué quieres de mí? Por qué o para qué he nacido? Qué hago aquí? Percibiendo la zozobra de mi alma, Dios me mira con ternura y me dice:
 - Eres mi sueño, yo te he llamado a la vida para cumplir una misión especial, te he dado un nombre y una identidad, te he plantado ahí en ese lugar donde estás, he puesto en tu camino Maestros y Formadores que con amor te sepan guiar; ahora sólo falta que luches por hacer tus sueños realidad...
- Señor, le tengo miedo al frío y a la soledad, además, hay días en que el hambre y la sed me dejan sin fuerzas para continuar; dame algo que le de sentido a mi vida, por favor enséñame a soñar. 

 - Al crearte—dijo Dios —puse en ti y en cada uno de los seres humanos un toque de mi perfección, lo importante es saber verlo no con los ojos del cuerpo, sino con los del corazón; pero si quieres algo más, extiende tu mano que te lo voy a dar...
No había terminado de decirlo, cuando le extendí mi mano, esperando con ansias ese gran regalo que me prometió... mayor fue mi sorpresa cuando lo que recibí, era tan pequeño que tenía que agarrarlo fuerte para no dejarlo caer y se me fuera a perder...
- ¿Qué es lo que me has dado? ¿Para qué me ha de servir? — con indignación pregunté.
- He ahí el sueño que tengo contigo y el que tú quieres descubrir.
- Yo no veo nada raro, solo una pequeña semilla quizás insignificante como muchas que hay por ahí­— insistí.
- Esta es especial, es una semilla de BELLOTA; en su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después.
Yo no entendía ni veía nada, pero no quería insistirle más; la guardé y traté de vivir mi vida acomodándome en la rutina, sin saber realmente qué hacer, ni que camino debía tomar; tan solo me dejaba llevar por el viento y el tiempo, a donde me quisieran arrastrar…
Después de muchas noches eternas, calendarios vencidos, cumpleaños sin sentido, en uno de esos días a los que le llaman de crisis existencial, cargando con el peso de mis vacíos e inconformidad; volví a preguntarle a Dios:
- ¿Qué quieres de mí? ¿Para qué me has permitido vivir, si no sé ni siquiera por qué he de existir, o si estoy haciendo las cosas bien o mal? ¿Por qué me has abandonado, dime que he hecho mal? Algo en mí se renovó cuando escuché de nuevo la voz de Dios:
- Solo quiero que hagas en ti mi mayor sueño realidad, siempre he estado contigo, eres mi criatura más perfecta, esa que tanto he amado a tal punto que mi vida por ti supe entregar… Puse en tus manos el secreto para que seas feliz y encuentres la verdadera paz; solo tienes que cultivarla y encontrar en sus frutos la paz que anhelas hallar…
- ¿Qué es lo que me has dado?, no lo recuerdo; ¿Dónde está eso que dices que encierra el camino de la verdadera paz y felicidad? 
- Busca la semilla de los sueños, esa pequeñita que te he regalado, pero que esconde en sí misma toda la fuerza que te ayudará a florecer alto ahí donde te he plantado.
Ese día decidí buscar mi semilla olvidada, me costó un poco encontrarla, la había escondido de tal modo que pensé que se me había perdido… pero ahí estaba, en un rinconcito de mi alma. No sé por qué ahora la veía de otra forma, quizás porque había aprendido más que a verla, a contemplarla… era tan pequeña que parecía insignificante, pero escondía tanta fuerza y grandeza que a pesar del tiempo y el olvido, estaba intacta, su magia no había perdido…
Me atreví a cultivarla, con un poco de duda y de fe, me parecía imposible que una semillita tan pequeñita pudiera realmente germinar y reverdecer… pero al sentir el voto de confianza que le daba, se animó a lanzarse sin miedo de autodestruirse, ni padecer todo aquello que implicaba morir a sí misma, enfrentar desiertos, vientos fuertes, demasiado sol o humedad; nada la hacía rendirse ni renunciar, ella sabía que con la fuerza del amor sus sueños haría realidad. Qué difícil le fue experimentar tales cambios y renovación, sentir cómo sus raíces iban creciendo y aferrándose a ese suelo que la haría florecer alto donde Dios la había plantado, venciendo el demonio del desencanto y los momentos de desolación. No se cuanto tiempo pasó, solo sé que ahí estuve presente, alimentando mi bellota, podándola cuando era necesario, aferrándome a ella para no desfallecer, ni a mis sueños renunciar…
Ahora es un enorme árbol, que no deja de crecer y florecer; brinda su sombra y frutos, y me enseña con su sabiduría a no desistir de soñar ni de creer… Ya los miedos no me vencen, ya entendí porque cada día es diferente, sé quien soy, he podido reavivar y madurar mi anhelo de felicidad. Se necesita creer para comprender, comprender para creer, contemplar para creer, beber del pozo de la ternura, para calmar mi sed; aprender a cultivar el sueño de Dios y con él, el llamado a vivir.
Hoy le digo en mi oración a Dios. - Amigazo gracias por soñar conmigo y por plantarme aquí, gracias por los maestros y formadores que nunca dejaron de creer en mí; ahora sé que las cosas misteriosas y sagradas nos limitan a encontrar las palabras apropiadas, pues es tanta la emoción que no sé que decir… Seguiré dejando crecer mis ramas hasta tocar las estrellas. No dejaré apagar dentro de mí este fuego de dos llamas, que me permite experimentar en mi interior un anhelo de intimidad y otro de disponibilidad, compartiré con otros la fuerza de mi bellota y así te ayudaré a hacer de este mundo un bosque de sueños e ilusiones que se hacen realidad.
Como siempre Dios me respondió, me regaló su mejor sonrisa y llenó de paz mi corazón. ¡No dejes escondida las semillas de tus sueños, es el momento de permitirles ser un enorme árbol y desplegar con todas sus fuerzas sus ramas; nada hay que temer, porque una sabiduría interior que viene del amor de Dios, las acompaña; para eso han sido creadas!
 

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