¿TIENE SENTIDO LA VIDA? JESÚS Y EL PROBLEMA DEL SENTIDO

¿Existe preocupación por el sentido de la vida? Es el primer planteamiento que realiza el dominico Felicísimo Martínez Diez en el capítulo quinto de su libro “Creer en el ser humano, vivir humanamente”. La realidad es que es un interrogante cada vez menos planteado; muchas veces se da por hecho y otras tantas se ignora por considerarse inútil  o confuso. Pero el hecho de que no se plantee no resta profundidad e importancia a esta cuestión.

Cuando la vida corre entre bienestares y alegrías es muy fácil que el sentido de la vida pase desapercibido, mas cuando nos encontramos cara a cara con el mal y el sufrimiento la pregunta salta por sí sola: ¿vale la pena vivir? ¿para qué soportar esto? El sufrimiento es lo único que el ser humano no puede evadir pero es el camino más corto, a mi juicio, para encontrar el sentido de la vida.

La sociedad del bienestar, donde la calidad de vida se confunde con el placer de los sentidos externos, y donde éstos intentan mitigar o desaparecer el sufrimiento juega un papel preponderante en la paralización humana ante la búsqueda de sentido: nos empuja a quedarnos en la superficie y a obviar lo esencial, lo importante, el sentido de la vida.
Para Viktor Frankl, un hombre que supo encontrar el sentido de la vida en un entorno de muerte como son los campos de concentración, la falta de sentido es el drama fundamental del ser humano. Sin placer se puede vivir, pero sin sentido no hay razones para ello. Es aquí donde aparece la búsqueda desesperada de compensaciones que falsamente inyecten vitalidad.

Es palpable la incapacidad del placer para llevar hacia la felicidad, pues aunque las posibilidades, los medios para el bienestar cada vez son más, contradictoriamente la cantidad de depresiones y suicidios asciende vertiginosamente.  No se trata de que el placer en sí mismo sea malo, sino de que vivido inconscientemente embota nuestros sentidos, nos esclaviza, nos aparta de la realidad y del encuentro con el otro.
Es necesario despertar, volver a las fuentes de sentido de la vida.  Los no creyentes encontrarán alternativas en la recuperación de las ciencias humanas  y de las tradiciones, en la ética y en la estética. Los creyentes  encontraremos en la fe, en la experiencia religiosa, cristológica, el gran para qué de la vida: la trascendencia.

Se parte de una contemplación real de la existencia de forma que podamos dar una mirada penetrante e iluminadora a lo que hay en el  fondo de nosotros, a lo verdaderamente cierto; allí podremos descubrir el sentido de nuestra vida.
En la vida y ministerio de Jesús ese mirar fue una constante. Su mirada era una mirada desveladora, capaz de conocer pero sobre todo capaz de sanar y de dar sentido; ejemplos básicos, para mí son el de la mujer adúltera y María Magdalena en el sepulcro. 

Yolenny Ramírez. Novicia mar.

 

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