LECTIO DIVINA DOMINGO DE PASCUA. Juan 20,1-9.
CONTEXTO: Jesús sabe que ha terminado su
misión al revelar la familia escatológica. Para llevar la Escritura a su
cumplimiento, Jesús muere entregando su Espíritu. La sed de Jesús está asociada
con el Espíritu que va a dar a los creyentes. Jesús desea donar el Espíritu.
Jesús es enterrado como Rey, con gran abundancia de perfumes, en un sepulcro
nuevo. Es enterrado en un huerto, como al comienzo de la pasión. La caída de
Adán ha sido reparada por Jesús. Una nueva comunidad, un nuevo Israel acaba de
nacer al morir Él. El reino de Dios ha sido inaugurado con la revelación del
Rey. El sepulcro vacío proclama que al Jesús
vivo no hay que buscarlo entre los muertos. El discípulo predilecto “vió
y creyó” (v.8) porque entendió que a partir de la Resurrección a Jesús se le va
a encontrar en el corazón de los creyentes[1].
Participantes en el Encuentro juvenil de la diócesis, hoy Sábado Santo, acompañados de nuestras novicias: Agustina y Karen ¿QUÉ DICE EL TEXTO? |
El
primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando
aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro
y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: -Se han llevado del sepulcro al Señor y no
sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían
juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte. Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio
y creyó. Pues hasta
entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre
los muertos.
Los relatos pascuales del evangelio de Juan
presentan notables diferencias respecto a los evangelios sinópticos, si bien es
probable que parta de tradiciones comunes, que, no obstante, han pasado por la
criba de la teología propia del círculo joánico.
En las palabras de María Magdalena resuena
probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los
discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su
resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al
encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha
habido robo.
La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar
en un cierto enfrentamiento, en un problema de competencia entre ambos. De
hecho, se nota un cierto tira y afloja: "El otro discípulo" llega
antes que Pedro al sepulcro, pero le cede la prioridad de entrar. Pedro entra y
ve la situación, pero es el otro discípulo quien "ve y cree".
Seguramente que "el otro discípulo" es
"aquel que Jesús amaba", que el evangelio de Juan presenta como modelo del verdadero creyente. De
hecho, este discípulo, contrariamente a lo que hará Tomás, cree sin haber visto
a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le permite entender lo que
anunciaban las Escrituras: que Jesús no sería vencido por la muerte.[2]
Ninguno de los discípulos se esperaba la
resurrección de Jesús. Puede notarse el simbolismo de la escena del sepulcro
vacío: Jesús se ha "desatado" de los lazos del reino de la muerte; en
cambio, Lázaro tiene que ser "desatado" para poder caminar (para
seguir a Jesús). Esto es lo que "ve", desde la fe, el Discípulo
amado, y con él, la comunidad. Es el hoy del resucitado[3].
Mons. Héctor Gutiérrez Pavón. Arzobispo de Bogotá |
¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?
Me fijo en María Magdalena
María hace una constatación en el sepulcro y
comunica su interpretación a dos discípulos (vs, 1-2). María piensa en ladrones
de cadáveres. María va al sepulcro
poseída por la falsa concepción de la muerte; cree que la muerte ha triunfado;
busca a Jesús como un cadáver. Continúa mirando al pasado. Su reacción, al llegar, es de alarma y va a
avisar a Simón Pedro (símbolo de la autoridad) y al discípulo a quien quería
Jesús (símbolo de la comunidad).
En el relato de Juan, María Magdalena adquiere la
función de recordar y hacer viva esta experiencia: "Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". En este relato no hay
ángeles ni mensajes pascuales. Para Juan, el mensaje pascual y el triunfo de
Jesús están en la cruz. La resurrección de Jesús es su amor a prueba de la
propia vida.
María Magdalena será la iniciadora, la que presintió las
secretas promesas del cuerpo sin vida que ella tanto amó.
Me fijo en Pedro y
Juan
Los dos discípulos inspeccionan por separado el
sepulcro, llegando a conclusiones distintas (vs, 3-8). Comentario editorial
explicando el presupuesto desde el que se había llevado a cabo la inspección
(v. 9).
El discípulo amado llega antes (v. 4) y cree (v.
8); Pedro, en cambio, llega más tarde (v. 6) y de él no dice que creyera.
Correr más de prisa es imagen plástica para significar tener experiencia del
amor de Jesús.
Pedro no concibe aún la muerte como muestra de amor
y fuente de vida. En el atrio del sumo sacerdote había fracasado en su
seguimiento de Jesús (cfr. Jn. 18, 17. 25-27); el otro discípulo, en cambio,
siguió a Jesús (cfr. Jn. 19, 26). De esta manera, puede ahora marcar el camino
a la autoridad en la tarea, común a ambas, de discernir a Jesús y encontrarse
con él; corriendo tras la comunidad es como podrá la autoridad alcanzar su
meta. Ambas, autoridad (Pedro) y la comunidad (discípulo amado) habían partido
de la misma no-inteligencia, de la misma obscuridad, del mismo sepulcro. Ni
Pedro ni el otro discípulo habían entendido, cuando partieron, el texto de Is.
26, 19-21. Pero el otro discípulo, al ver, creyó, captó el sentido del texto:
la muerte física no podía interrumpir la vida de Jesús, cuyo amor hasta el
final ha manifestado la fuerza de Dios.
Es este amor el que ha roto la muerte, porque, al
amar al máximo, Jesús se ha encontrado con la potencia viva del Padre, que es
sólo amor. Esto requiere un gran esfuerzo de credibilidad (fe), porque es un
desafío a las reglas elementales de lo tangible.
Pedro todavía no ha entendido que vivir es amar. Pedro todavía no posee
el espíritu que Jesús transmite. No lo poseerá hasta más adelante (cap. 21) y
entonces sólo gracias a este discípulo amado que le ayudará en la ardua y
difícil tarea de creer (cfr. Jn. 21, 7).
Pero aún le queda camino por recorrer. Primero
necesita escuchar el testimonio oficial de la Iglesia, el que da Pedro y para
el que el príncipe de los apóstoles reunió todas las pruebas: las vendas por el
suelo, y en un lugar aparte, el sudario cuidadosamente doblado. Son unas
pruebas silenciosas, pero ¿acaso no es el tiempo de recogimiento, en que cada
objeto adquiere el valor de signo visible que remite a lo invisible? La
ausencia del cuerpo no es, ciertamente, la prueba de la resurrección; es el
indicio de que el poder glorificador del Espíritu no ha olvidado el cuerpo.
Juan es el último en llegar al final del camino. Ve
las vendas, pero no las hace caso. En efecto, su mirada se ha vuelto ya hacia
el interior; si revuelve algo, es en sus recuerdos y en su corazón. El vino de
las bodas, el templo purificado, Lázaro...
Otros tantos presentimientos de lo posible, de un
insospechado orden de las cosas. Un sepulcro abierto y unas vendas, una mujer y
dos hombres para interpretar... Todo es ordinario y cotidiano, pero todo tiene
valor de signo. "Vio y creyó[4]"
¿QUÉ ME HACE DECIR EL
TEXTO A DIOS?
Señor Jesús, Señor de la vida y de nuestra
historia, Señor de vivos y de muertos: creo en ti.
Siento una profunda alegría; es profunda porque no
viene de mí; es alegría porque toda nuestra vida ha cambiado en dirección a la Eternidad.
Me identifico con María y con Pedro. Los dos están
en proceso de purificación para poderse plenamente acoger a la fuerza de tu
amor, creyendo que estás vivo, resucitado, entre nosotros, tal como tú mismo lo
anunciaste. Tu Espíritu es el que marca el rumbo de nuestras existencias y nos
une a ti; nos abraza, nos penetra, nos sostiene y nos lanza hacia metas
insospechadas que solo son para aquellos que te anuncian, porque te aman, y te
aman porque se han encontrado contigo y han creído.
Dame Señor la fe que necesito para creer: creer que estás en mí, creer que lo
inundas todo con tu resurrección, creer que donde está tu luz, imposible que
haya tinieblas; creer que para resucitar hay que morir y que muriendo se
resucita. Creer, en definitiva, que Tú eres el milagro de nuestra vida, la
razón de nuestro existir y la medicina para nuestra fatiga.
Cada día me llenas de esperanza; porque la
esperanza es el don que me hace esperarte en cada momento y situación, sabiendo
que durante la marcha es más corta la travesía para ese encuentro contigo.
Ahora, que estás resucitado, me invitas a levantar
mi corazón y a mirar con la profundidad de tu Espíritu que me habita; para que
no viva de tejas para abajo; sino que la realidad más profunda la halle en mi
corazón habitado por ti que me habla sin descanso.
Gracias, Señor Jesús, mi señor, mi vida, mi amado,
mi alegría, porque la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida.
Jn 20,1-9: ¿Qué necesidad
tienes de lo que no amas? –Dámelo (…)Corrieron ellos, entraron, vieron
solamente las vendas, pero no el cuerpo y creyeron que había desaparecido, no
que hubiese resucitado. Al verlo ausente del sepulcro, creyeron que lo habían
sustraído y se fueron. La mujer se quedó allí y comenzó a buscar el cuerpo de
Jesús con lágrimas y a llorar junto al sepulcro. Ellos, más fuertes por su
sexo, pero con menor amor, se preocuparon menos. La mujer buscaba más
insistentemente a Jesús, porque ella fue la primera en perderlo en el paraíso;
como por ella había entrado la muerte, por eso buscaba más la Vida. Y ¿cómo la
buscaba? Buscaba el cuerpo de un muerto, no la incorrupción del Dios vivo, pues
tampoco ella creía que la causa de no estar el cuerpo en el sepulcro era que
había resucitado el Señor. Entrando dentro vio unos ángeles. Observad que los
ángeles no se hicieron presentes a Pedro y a Juan y sí, en cambio, a esta
mujer. Esto, amadísimos, se pone de relieve, porque el sexo más débil buscó con
más ahínco lo que había sido el primero en perder. Los ángeles la ven y le
dicen: No está aquí, ha
resucitado (Mt 28,6). Todavía
se mantiene en pie llorando; aún no cree; pensaba que el Señor había
desaparecido del sepulcro. Vio también a Jesús, pero no lo toma por quien era,
sino por el hortelano; todavía reclama el cuerpo de un muerto. Le dice: «Si tú le has llevado, dime dónde le
has puesto, y yo lo llevaré (Jn
20,15). ¿Qué necesidad tienes de lo que no amas? Dámelo». La que así le buscaba
muerto, ¿cómo creyó que estaba vivo? A continuación el Señor la llama por su
nombre. María reconoció la voz y volvió su mirada al Salvador y le respondió
sabiendo ya quien era: Rabi, que quiere decir «Maestro» (Jn 20,16). (san
Agustín, Sermón 229 L,1)
Nieves María Castro Pertíñez. MAR
[1]
Luis Alonso Schokel, La biblia del peregrino. Ed. Mensajero, 2007. P. 1704
[4] Dios cada día siguiendo el leccionario
ferial adviento-navidad y santoral Sal Terrae/Santander 1989.pág. 83 s.
Mons. Hécto Gutiérrez Pavón, hablando con los jóvenes participantes de la diócesis |
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