ANTROPOLOGÍA INDÍGENA Y BÍBLICA


¿Porque leí este artículo?

Entiendo que es enriquecedor profundizar en los procesos de evangelización que se han dado con los distintos pueblos originarios; estas experiencias nos pueden dar luces   para compartir el mensaje de Jesús a personas de  otras culturas.

Los pri­me­ros con­tac­tos de los pue­blos an­di­nos con la Bi­blia y su con­te­ni­do de ‘Bue­na Nue­va’ fue­ron de­sen­cuen­tros trau­má­ti­cos en los que no sig­ni­fi­có Bue­na Nue­va.
Una de las pri­me­ras no­ti­cias que nos han lle­ga­do, de es­te de­sen­cuen­tro, fue cau­sa de anatema  y con­de­na a muer­te:

Entre Fray Vi­cen­te de Val­ver­de y Atahualpa.


La car­ta que al­gu­nos mo­vi­mien­tos in­dí­ge­nas di­ri­gie­ron a Juan Pa­blo II, y le en­tre­ga­ron en su vi­si­ta al Pe­rú decía: “No­so­tros, in­dios de los An­des y de Amé­ri­ca, de­ci­di­mos apro­ve­char la vi­si­ta de Juan Pa­blo II pa­ra de­vol­ver­le su Bi­blia, por­que en cin­co si­glos no nos ha da­do ni amor, ni paz ni jus­ti­cia”.


El Señor escuchó el clamor de su pueblo y han surgido profetas:

Fray Antón de Montesinos, OP.

«… soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla… estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes… ¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?... ¿Éstos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? …»   
(Sermón de 21 de Dic 1511)

Bartolomé de las casas:

Vivió un proceso de conversión, pasando de encomendadero a protector de los indígenas, su misión era informar a los padres jerónimos o al resto de personas que entendiesen de ello de la salud e integridad de los indios.

Monseñor Proaño:

Sacerdote y teólogo ecuatoriano, obispo de Riobamba (1954-1985), candidato al premio Nobel de la paz y considerado uno de los representantes más destacados en Ecuador de la teología de la liberación. Luchó constantemente por introducir la justicia social en las relaciones con los indígenas, para promover su acceso a la vida pública y al poder político. Fue acusado de guerrillero, en el 1976 fue encarcelado durante la dictadura de Guillermo Rodríguez Lara. Creó diferentes organismos en bien de la organización y el desarrollo de las comunidades indígenas.

«El pro­fe­ta con­tem­po­rá­neo de los Pue­blos In­dios to­ma la Bi­blia co­mo en­cuen­tro vi­ven­cial con el Se­ñor en las rea­li­da­des his­tó­ri­cas que le to­ca vi­vir, es­for­zán­do­se por que “va­yan con­for­mán­do­se a Cris­to los res­pon­sa­bles se­gla­res de esas mis­mas co­mu­ni­da­des, pa­ra que to­dos va­ya­mos des­cu­brien­do nues­tros com­pro­mi­sos pa­ra una ac­ción trans­for­ma­do­ra, no só­lo de las per­so­nas, si­no tam­bién de la so­cie­dad en que vi­vi­mos” y ci­ta Hch 2,36-41 “Es el hom­bre fiel a la Pa­la­bra y que bus­ca que el Rei­no que es­ta Pa­la­bra es y nos trae sea anun­cia­do.”»

(Fragmento de una reflexión que hace Monseñor de su vida)

Las cosas han cambiado…

Los ser­vi­do­res (mi­nis­tros lai­cos) de la igle­sia in­dí­ge­na, en to­das las reu­nio­nes y ce­le­bra­cio­nes que tie­nen en sus co­mu­nas o fue­ra de ellas, tie­nen un mo­men­to es­pe­cial pa­ra la pro­cla­ma­ción de la Pa­la­bra de Dios y su re­fle­xión co­mu­ni­ta­ria, ilu­mi­nan­do la rea­li­dad que vi­ven.
Lo que se ini­ció co­mo el gran de­sen­cuen­tro pro­ta­go­ni­za­do por los co­lo­ni­za­do­res es­tá con­vir­tién­do­se en el gran en­cuen­tro.

Pa­ra pro­fun­di­zar es­tos en­cuen­tros, se presentan los prin­ci­pa­les te­mas de la cul­tu­ra de los Pue­blos In­dí­ge­nas An­di­nos y la re­la­ción que se da con la Pa­la­bra de Dios.

“Pa­cha­ma­ma, All­pa­ma­ma”
Ma­dre Tie­rra


La Pa­cha­ma­ma es to­do el uni­ver­so: Pa­cha = tiem­po y es­pa­cio. Para el pueblo indígena andino, la pachamama es un sacramento, en ella está el misterio de la vida, es la vida que genera vida, es sagrada y destruirla es destruirse ellos mismos. La ma­yo­ría de los ri­tos y fes­ti­vi­da­des de los pue­blos in­dios, hoy co­mo an­ti­gua­men­te, son en tor­no a la tie­rra y el ci­clo agrí­co­la.

La tie­rra, en las tri­bus del na­cien­te pue­blo de Is­rael, cons­ti­tu­ye el cen­tro de la pro­me­sa.

Pa­ra los pue­blos in­dí­ge­nas, la All­pa­ma­ma es par­te de la mis­ma iden­ti­dad. “en la tie­rra cre­ce la fa­mi­lia, la or­ga­ni­za­ción, el pue­blo...si se destruye la tie­rra se des­tru­ye la vi­da por­que se rom­pe la re­la­ción con Dios, con la na­tu­ra­le­za, con los her­ma­nos.” (CEE. DNPI. Quito 1994)

Pa­ra las tri­bus bí­bli­cas la tie­rra se da pa­ra “do­mi­nar­la, so­me­ter­la” (Gn 1,28). Pa­ra los pue­blos in­dios, la tie­rra es ma­dre a quien hay que cui­dar­la. Ellos son par­te de ella. Y lo que afec­ta a la ma­dre, afec­ta a los hi­jos.

Los in­dí­ge­nas cris­tia­nos en­cuen­tran en la Bi­blia la ilu­mi­na­ción y la fuer­za pa­ra sus jus­tos re­cla­mos; es­tos pro­ce­sos no son só­lo eco­nó­mi­co-po­lí­ti­cos si­no re­li­gio­sos que ema­nan de la fe en Pa­cha­ca­mac, Dios crea­dor y con­ser­va­dor de to­do pa­ra to­dos, en jus­ti­cia y fra­ter­ni­dad.

El Ay­llu

Jun­ta­men­te con la tie­rra, el Ay­llu (fa­mi­lia am­plia­da, co­mu­na) es cen­tral en la cons­ti­tu­ción de los pue­blos in­dios an­di­nos. La fa­mi­lia nu­clear: pa­dre - ma­dre - hi­jos se ex­tien­de a los pa­rien­tes, con­san­guí­neos, afi­nes y ri­tua­les, es­tos úl­ti­mos ge­ne­ra­dos por el com­pa­draz­go, crean­do re­des de re­la­cio­nes que ge­ne­ran de­re­chos y obli­ga­cio­nes re­cí­pro­cas, no li­bres de ten­sio­nes.

Quie­nes no asu­men las “obli­ga­cio­nes” que­dan fue­ra de la co­mu­ni­dad. En es­ta or­ga­ni­za­ción ba­sa­da en los la­zos de pa­ren­tes­co real y ri­tual, los an­cia­nos tie­nen un rol im­por­tan­te, co­mo de­po­si­ta­rios de la sa­bi­du­ría tra­di­cio­nal. Son los que acon­se­jan y ben­di­cen. De es­tos la­zos for­man par­te tam­bién los di­fun­tos, los que los pre­ce­die­ron. Por la nor­ma de la re­ci­pro­ci­dad, es­te ri­tual obli­ga a los pre­de­ce­so­res a ve­lar por el ay­llu y por la tie­rra.

En la cos­mo­vi­sión an­di­na los di­fun­tos no son ‘an­te­pa­sa­dos’. Son los que nos pre­ce­die­ron, los que van ade­lan­te, los que han abier­to el ca­mi­no. La ta­rea es con­ti­nuar ha­cien­do ca­mi­no sin per­der sus hue­llas.

Aquí hay un ele­men­to de se­gui­mien­to, que es im­por­tan­te re­cu­pe­rar en la re­la­ción con Je­su­cris­to, pro­to­ti­po de pre­de­ce­sor, que nos in­vi­ta a ser sus dis­cí­pu­los en la fi­de­li­dad.
Ca­da ri­tual re­nue­va las alian­zas co­mu­ni­ta­rias, y en el  se cum­ple con el de­ber de re­ci­pro­ci­dad. Quie­nes no en­tran en es­tas re­des de alian­zas cons­tan­te­men­te re­no­va­das, que­dan fue­ra del gru­po. En pue­blos de cul­tu­ra oral, la pa­la­bra, el sig­no, el sím­bo­lo ad­quie­ren va­lor de­fi­ni­ti­vo, dan­do iden­ti­dad o re­for­zán­do­la. Es importante re­sal­tar la im­por­tan­cia de es­tas alian­zas que for­ta­le­cen la so­li­da­ri­dad y brin­dan se­gu­ri­dad.

Es­te ti­po de alian­zas son cons­tan­tes a lo lar­go del pue­blo bí­bli­co re­for­zan­do la per­te­nen­cia al Dios de sus pa­dres... des­de Abraham has­ta la alian­za de­fi­ni­ti­va de Je­su­cris­to.

Éti­ca co­mu­ni­ta­ria


A es­to hay que aña­dir la cen­su­ra a la re­la­cio­nes se­xua­les en­tre pa­rien­tes y a la in­fi­de­li­dad con­yu­gal, en al­gu­nos lu­ga­res lla­ma­da “que­brar la cruz” y san­cio­na­da con cas­ti­gos se­ve­ros (lá­ti­gos, ba­ño en agua fría, hor­ti­ga­da) y con­se­jos, es­pe­cial­men­te de los pa­dri­nos.

Los cua­tro man­da­mien­tos an­di­nos, pa­ra al­gu­nos es­tu­dio­sos, pro­te­gen el prin­ci­pio de re­ci­pro­ci­dad en el que se fun­da­men­ta el mun­do an­di­no: “el ro­bo es la fal­ta de re­ci­pro­ci­dad en el in­ter­cam­bio de bie­nes, la men­ti­ra es la fal­ta de re­ci­pro­ci­dad en el in­ter­cam­bio de in­for­ma­ción, la ocio­si­dad es la fal­ta de in­ter­cam­bio en la fuer­za de tra­ba­jo, el in­ces­to es la fal­ta de re­ci­pro­ci­dad en el in­ter­cam­bio de hi­jas e hi­jos pa­ra el ma­tri­mo­nio.”

En el mun­do in­dí­ge­na an­di­no las re­la­cio­nes so­cia­les, es­pe­cial­men­te de pa­ren­tes­co, son tam­bién re­la­cio­nes de pro­duc­ción y so­li­da­ri­dad a tra­vés de la prác­ti­ca de la re­ci­pro­ci­dad. Se in­ter­cam­bia: tra­ba­jo, pro­duc­tos, tiem­po, fes­te­jos, sa­bi­du­ría, cor­te­sías, leal­ta­des.

De es­te prin­ci­pio re­gu­la­dor de las re­la­cio­nes so­cia­les tes­ti­fi­ca Cris­tó­bal Co­lón en el pri­mer con­tac­to con los in­dios del ac­tual San­to Do­min­go:

“Vier­nes 12 de oc­tu­bre de 1942: A las dos oras des­pués de la me­dia no­che pa­re­ció la tie­rra, de la cual es­ta­rían dos le­guas.... por­que nos tu­vie­sen mu­cha amis­tad, por­que cog­nos­cí que era gen­te que me­jor se li­bra­ría y con­ver­ti­ría a nues­tra san­ta fe con amor que no por fuer­za, les dí a al­gu­nos de ellos unos bo­to­nes co­lo­ra­dos y mas cuen­tas de vi­drio... y otras co­sas mu­chas de po­co va­lor... des­pués ve­nían a las bar­cas de los na­víos don­de nos es­tá­va­mos, na­dan­do, y nos traían pa­pa­ga­yos y hi­lo de al­go­dón en ovi­llo y aza­ga­yas (ins­tru­men­tos de la­bran­za) y otras co­sas mu­chas...”

Es el pri­mer tes­ti­mo­nio es­cri­to de la prác­ti­ca de re­ci­pro­ci­dad (rup­tu­ra) con los ex­tran­je­ros: les dan co­sas de “po­co va­lor” y re­ci­ben en re­ci­pro­ci­dad ob­je­tos pa­ra las ne­ce­si­da­des vi­ta­les de ves­ti­do, la­bran­za de la tie­rra y dis­trac­ción.

En la ac­tua­li­dad se dan mo­da­li­da­des de la prác­ti­ca de la re­ci­pro­ci­dad y la so­li­da­ri­dad. 

Los pue­blos an­di­nos es­tán más cer­ca de la ley del amor del Nue­vo Tes­ta­men­to que de la ley del ta­lión del An­ti­guo Tes­ta­men­to.

Los in­dí­ge­nas cris­tia­nos, en­cuen­tran ra­ti­fi­ca­da la im­por­tan­cia del ay­llu, en las ge­nea­lo­gías bí­bli­cas, es­pe­cial­men­te de Je­sús, en las que no to­dos los an­te­pa­sa­dos fue­ron siem­pre ejem­pla­res.

Pa­cha­ca­mac ya­yi­to y Apun­chic Je­sús
Pa­ra la cul­tu­ra oc­ci­den­tal, lo esen­cial nos vie­ne da­do en con­cep­tos. La cul­tu­ra in­dí­ge­na an­di­na va más allá del concepto, con­lle­va sen­ti­mien­tos y ac­ti­tu­des, im­pli­ca la vi­da.

La pa­la­bra Pa­cha en­cie­rra dos rea­li­da­des: tiem­po y es­pa­cio.

En cuanto al tiempo, al fren­te es­tá el pa­sa­do, con to­das las lec­cio­nes his­tó­ri­cas, la he­ren­cia cul­tu­ral y el le­ga­do de sa­bi­du­ría; el fu­tu­ro es­tá atrás, co­mo ta­rea y com­pro­mi­so que só­lo se rea­li­za­rá si se si­guen con fi­de­li­dad las hue­llas de los pre­de­ce­so­res, los que fue­ron adelante.

En cuanto el espacio, el uni­ver­so tie­ne cua­tro pun­tos im­por­tan­tes en la cos­mo­vi­sión an­di­na: Chin­chay­su­yu (nor­te), An­ti­su­yu (es­te), Cun­ti­su­yu (oes­te), Co­lla­su­yu (sur). Son mar­ca­dos por el “ca­mi­no del sol”

Ca­mac

Ha­ce­dor, cui­da­dor - es el res­pon­sa­ble de man­te­ner, con­ser­var, sos­te­ner, am­pa­rar, preservar, con es­me­ro y so­li­ci­tud, con ca­ri­ño, con ter­nu­ra.

No hay ni tiem­po, ni es­pa­cio sin su pre­sen­cia ha­ce­do­ra... Ge­ne­ral­men­te a Pa­cha­ca­mac, le aña­den el ca­li­fi­ca­ti­vo de “ya­yi­to, ta­ti­co” (pa­pi­to), que es una in­fluen­cia cris­tia­na. No es un Dios le­ja­no, cas­ti­ga­dor, juez, es el Dios cer­ca­no, que es­tá y se ma­ni­fies­ta di­ná­mi­ca­men­te en ca­da acon­te­ci­mien­to y en ca­da ser de la na­tu­ra­le­za, del mun­do que ve­mos y del que no ve­mos... Y esa ma­ni­fes­ta­ción es siem­pre amo­ro­sa, es de “ya­yi­to”, de “tai­ta y ma­ma” (de pa­dre y ma­dre).

Apun­chic Je­su­cris­to, gran Se­ñor

Tra­di­cio­nal­men­te, co­mo re­sul­ta­do de la evan­ge­li­za­ción los in­dí­ge­nas ma­ni­fies­tan su fe y ad­he­sión a Je­su­cris­to en la de­vo­ción a imá­ge­nes, que di­fie­ren en nom­bre de una re­gión a otra. Ge­ne­ral­men­te son imá­ge­nes de Cris­tos su­frien­tes, con quien se sien­ten iden­ti­fi­ca­dos. Sue­len ser “imá­ge­nes mi­la­gro­sas” a quie­nes la fe del pue­blo le atri­bu­yen fa­vo­res y cas­ti­gos.

Den­tro las ce­le­bra­cio­nes del año li­túr­gi­co las fies­tas de Je­su­cris­to más asu­mi­das son la se­ma­na san­ta con én­fa­sis en la pa­sión y muer­te del Se­ñor. La re­su­rrec­ción no tie­ne la mis­ma im­por­tan­cia. Cor­pus Chris­ti en mu­chas zo­nas an­di­nas in­dí­ge­nas es ce­le­bra­do con can­tos y dan­zas es­pe­cia­les. Es­ta fes­ti­vi­dad, jun­ta­men­te con San Juan, San Pe­dro y San Pa­blo, co­rres­pon­de al tiem­po de co­se­chas (ma­yo - ju­nio), fies­tas que tie­nen rai­gam­bre pre­co­lom­bi­na.

En el con­ti­nen­te, des­de ha­ce al­gu­nas dé­ca­das - en Ecua­dor des­de me­dia­dos de los 50 con Mon­se­ñor Leo­ni­das Proa­ño - los pue­blos in­dí­ge­nas tie­nen en la igle­sia una pre­sen­cia ca­da vez ma­yor. Hay cen­tros de es­tu­dio, re­fle­xión. Ca­da día es ma­yor el nú­me­ro y el com­pro­mi­so de in­dí­ge­nas cris­tia­nos que asu­men res­pon­sa­bi­li­dad pas­to­ra­les en zo­nas y re­gio­nes.

Un sec­tor de in­dí­ge­nas an­di­nos al re­fe­rir­se a Je­su­cris­to di­cen: “Apun­chic Je­su­cris­to” (Gran Se­ñor) se re­fie­ren tam­bién co­mo “Chu­ri Pa­cha­cu­tic” (Hi­jo, el que re­nue­va to­das las co­sas).

La Bi­blia en el cha­qui­ñan an­di­no


Las ri­que­zas de las cul­tu­ras in­dias man­te­ni­das en la clan­des­ti­ni­dad em­pie­zan a ser mos­tra­das y com­par­ti­das y ge­ne­ral­men­te la igle­sia, con aper­tu­ra, fru­to del Es­pí­ri­tu, es­tá aco­gien­do y en­ri­que­cién­do­se con es­tos do­nes que los pue­blos in­dios van sa­can­do de sus ar­cas he­re­da­das y cons­tan­te­men­te re­no­va­das, por la pre­sen­cia del Es­pí­ri­tu.

En la re­li­gión tra­di­cio­nal de los in­dí­ge­nas an­di­nos cris­tia­nos, las imá­ge­nes de Cris­to y de los san­tos te­nían y aún tie­nen en al­gu­nos sec­to­res im­por­tan­cia es­pe­cial. A tra­vés de esas imá­ge­nes se da­ba el co­no­ci­mien­to de Cris­to, y la ma­ni­fes­ta­ción de su fe. Si bien mu­cho de es­ta re­li­gión aún se man­tie­ne, es­ta­mos cons­ta­tan­do el pa­so de la “ima­gen” al “li­bro”, y de la in­cor­po­ra­ción de ri­tua­les, que se man­tu­vie­ron clan­des­ti­nos, en las ce­le­bra­cio­nes de los sa­cra­men­tos y sa­cra­men­ta­les y en las pa­ra­li­tur­gias.

La apro­pia­ción de la Bi­blia y los ri­tos pro­pios, es­tán ge­ne­ran­do una re­li­gión in­dí­ge­na di­fe­ren­te de la tra­di­cio­nal. La im­por­tan­cia de es­te ca­mi­nar es­tá en que quie­nes lo es­tán lle­van­do ade­lan­te son ge­ne­ral­men­te in­dí­ge­nas con sus co­mu­ni­da­des o ay­llus.

La li­tur­gia está sien­do en­ri­que­ci­da con me­dia­cio­nes (sig­nos, sím­bo­los, mi­tos) pro­pios, que rea­fir­man la iden­ti­dad in­dia-cris­tia­na, con la ilu­mi­na­ción de la lec­tu­ra bí­bli­ca y la re­fle­xión que com­pro­me­te en la cons­truc­ción del rei­no en las rea­li­da­des que vi­ven.

El pro­ce­so de apro­pia­ción de la Bi­blia por el pue­blo es un ca­mi­no em­pren­di­do a par­tir del Va­ti­ca­no II y la apli­ca­ción en Amé­ri­ca La­ti­na con Me­de­llín y Pue­bla. Los pue­blos in­dí­ge­nas an­di­nos han en­con­tra­do, tam­bién en la Bi­blia y en su re­fle­xión­, la ilu­mi­na­ción y el apo­yo a sus pro­ce­sos or­ga­ni­za­ti­vos, a sus lu­chas por la tie­rra y el de­re­cho a su iden­ti­dad, a su vi­da so­li­da­ria y en re­ci­pro­ci­dad.

En to­das las reu­nio­nes y ce­le­bra­cio­nes de los in­dí­ge­nas ca­tó­li­cos, ge­ne­ral­men­te, se lee y re­fle­xio­na un tex­to de la Bi­blia que ilu­mi­na y com­pro­me­te su ac­ción co­mu­ni­ta­ria.

Apropiación

El tener la experiencia de compartir con algunas comunidades indígenas propiamente quichua y estudiar este artículo, me lleva a afianzar algunos puntos en mi vida de fe:

       El camino para compartir la fe siempre será desde el amor, el respeto y la escucha atenta.
      La fe va ligada a la vida, a las acciones cotidianas, allí en el día a día es donde se demuestran las convicciones.
      En todas las personas siempre hay un mensaje de Dios, por eso no debo despreciar a nadie por su cultura o forma de pensar, más bien la vía es la escucha, la acogida y la apertura.
      Para acompañar procesos de evangelización es necesaria una fe firme que solo es posible con la gracia de Dios, la oración constante y la formación.
      En el proceso de compartir la fe, se aprende mucho, si la actitud es de apertura, se descubre la presencia de Dios, en el compartir cotidiano, en el trabajo, en  la siembra, en los animales, en la comunidad, en cada persona.
Karen B. Polanco MAR

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