LECTIO DIVINA DOMINICAL III DE CUARESMA CICLO B, San Juan (2,13-25)


«Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré»



  

Invocación al Espíritu Santo.

Espíritu de Vida  te invoco sinceramente: ven en ayuda de mi debilidad.
Ven, Espíritu de Dios, y habita en mi flaqueza para que tu fuerza sea patente en mi existencia.
Ven, presencia renovadora y pueda yo, en mi fragilidad, acoger la Palabra de la Vida.
Ven a mí, injusto y pecador, y por tu poder creador se encarne en mí la Buena Noticia.
Ven a mí, Espíritu de la Verdad, toma posesión de mi corazón y de mi mente, acomódate en mi hogar, conduce mi vida cotidiana según los designios de Dios Padre-Madre.
Ven a mí, ven a tu Iglesia y hazla gustar de tu gozo embriagador, en la acogida diaria y confiada de la única Palabra que salva.

Contexto.
En este tercer domingo de Cuaresma, el Evangelio de Juan nos presenta un episodio muy curioso, del que seguramente todos recordamos. Está llegando la fiesta de la Pascua, es el momento del año más sagrado para el pueblo de Israel. Numerosas tribus de peregrinos llegaban de todos lados para la celebración en Jerusalén, donde se encontraba el templo. Recordemos que el único culto litúrgico para los judíos se celebraba en el Templo de Jerusalén, ya que en las así llamadas sinagogas, lo que se realiza es la enseñanza de la Ley y la oración. Por eso la importancia de la ciudad y del Templo.
Los cuatro evangelios relatan la historia de la purificación del templo (Mateo 21:12-17; Marcos 11:15-19; Lucas 19:45-48), pero los sinópticos la colocan casi al final de la vida de Jesús, y ponen a los principales sacerdotes y escribas conspirando para matarlo (Marcos 14:10). El evangelio de Juan coloca la limpieza del templo al comienzo del ministerio de Jesús.

Texto.
Lectura del santo evangelio según san Juan 2,13-25:
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

¿Qué dice el texto?
La lectura del Evangelio de hoy nos habla de la purificación del templo la cual reviste una importancia singular en el evangelio de Juan: abre la predicación de Jesús; acontece al acercarse la fiesta “grande”: toda la vida de Jesús está marcada por el calendario de fiestas antiguas, y él las llenará de un cumplimiento pleno y definitivo al revelarse como “nuestra pascua” (1 Cor 5,7)). La pascua de los judíos debía celebrarse en el templo, con el sacrificio de víctimas, para conmemorar las obras maravillosas de Dios en la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto.

En el relato joaneo, Jesús, entrando en el templo, expulsa no sólo a los vendedores (como narran los sinópticos), sino también a corderos y bueyes, declarando así ser él la verdadera víctima. Con su gesto cumple la profecía de Zacarías: “en aquel día (el día de la revelación definitiva) no habrá ya traficantes en el templo del Señor de los ejércitos”. Jesús da cumplimiento a las Escrituras y proclama a la vez su divinidad, con poder de resucitar: “Destruid este templo y, en tres días, lo levantaré. El cuerpo de Cristo resucitado se convertirá en el nuevo templo para nuevo culto en “espíritu y en verdad”. 

Como decíamos anteriormente este nuevo templo que se construiría en solo tres días no es otro que el mismo Jesús, que con su muerte y resurrección, habitará definitivamente en nosotros por lo cual podemos decir que cada uno de nosotros, ahora, es el verdadero templo de Dios. Así nos lo recuerda el mismo San Pablo, en la primera carta a los Corintios, en el Cap.3, 16: "Somos templos de Dios y el Espíritu Santo de Dios habita en nosotros".
Quedarse a la puerta del templo significa no dejar al Señor habite en nuestros corazones ; y llevar  de esta manera una vida superflua y distraernos con cosas vanas que muchas veces nos llevan a pensar que son cosas importantes para nuestra felicidad, cuando en realidad la verdadera felicidad está en nosotros mismos.

¿Qué me dice Dios por medio del texto?
Quizás hoy el Evangelio nos aliente a tomar una decisión importante; que podamos dejar de lado todas aquellas situaciones que no dejan que Dios esté con nosotros para que de ésta manera, habitado nuestro ser por Él, nos ayude a discernir lo que es bueno y de su agrado, y encontrar así el camino de una plena realización personal.
Allí en lo profundo de nuestro ser habita nuestro Dios que llena nuestra vida con su gracia y con su amor.
Nuestro corazón puede ser que se esté convirtiendo también en mercado y que por ende nos toque tomar la actitud de Jesús y juntamente con Él hacer un lazo que nos ayude a tirar, sacar y destruir todas esas cosas que nos impiden estar en total disposición a recibir a Jesús en nuestro templo que no es más que el corazón.
Hoy el Señor me invita a no llenar mi templo de tantas cosas que no son de Dios, muy por el contrario, que lo mantenga limpio y dispuesto a ser destruido para luego ser resucitado.

¿Qué le digo yo a Dios?
Buen Jesús, penetra una vez más en mi corazón como en el santuario de tu Padre y Padre mío. Posa tu mirada en sus escondrijos más secretos, donde oculto mis mayores preocupaciones y los afanes más dolorosos, ésos que tantas veces me roban la serenidad y la paz; ésos que tantas veces me hacen vacilar en la fe y me llevan a mirar a otro lado, lejos de ti. Ilumina, discierne, purifica y libérame de los que no quisiera dejar, aunque me esclavicen. Que este pobre corazón sea casa de alabanza, de canto y de súplica.
Que se inunde de luz, que esté abierto a la escucha, que se enriquezca únicamente de ti para alabanza del Padre. 

Jasmeiry De La Cruz
Novicia MAR

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