EL SUSURRO DE DIOS
Durante esta semana hemos estado contemplando diferentes manifestaciones
de Jesús Resucitado, y en lo personal una de las más significativa para mí ha
sido el encuentro camino a Emaús. Un encuentro muy similar de lo que a diario podemos
vivir como hijos de Dios.
El evangelio inicia: Mientras
conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con
ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Y cuántas veces a lo largo de
nuestra vida caminamos sin reconocerlo porque vamos cegados, pensando solo en
lo que me pasa, en lo propio, en mis problemas y preocupaciones y nos olvidamos
de descubrir el susurro de Dios en nuestro
alrededor. Nos vamos colocando poco a poco vendas que
nos impiden reconocer la presencia real de Jesús, ya sea porque nos quedamos en
el ayer que ya pasó o en el futuro que aún no ha venido, o simplemente le
tomamos gusto a lo oscuro, a la muerte.
Hermanos, Jesús ha RESUCITADO no
quiere que nos quedemos en la muerte, en el dolor, quiere que resucitemos con
él, que lo reconozcamos y que veamos ese algo especial en cada hermano que
comparte con nosotros en la cotidianidad.
El evangelio nos dice que aunque los
discípulos no lo reconocieron, vieron algo especial en Jesús y por lo tanto, le
dijeron: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de
caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les
abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Sin
duda, el Señor, se hace presente en la comunidad, en la fracción del pan, en el
compartir no solo de los alimentos sino en el compartir de la vida, hoy también
yo te quiero decir: QUÉDATE CONMIGO SEÑOR, QUÉDATE EN MI FAMILIA; EN MI
COMUNIDAD, EN EL MUNDO ENTERO, queremos reconocerte como aquel que realmente da
la vida, como aquel que renueva todas las cosas, como aquel que irrumpe en el
corazón del ser humano.
Queremos,
Señor, que nuestro corazón arda, pero no con cualquier ardor, sino por amor a
ti, que sufriste, moriste y resucitaste, solo por amor a nosotros, permite que
no solo nos quedemos en esa experiencia de los discípulos cuando decían «¿No
ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?». Sino que podamos descubrir de dónde viene aquello que sentimos
para que al final del camino podamos decir con plena confianza yo descubrí el
susurro de Dios a lo largo de mi vida.
WENDERLYNG REYES
NOVICIA MAR
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