COMO AQUEL HIJO PRÓDIGO


Queridos hermanos, les quiero compartir en este día una interesante reflexión para que sigamos viviendo esta cuaresma con toda nuestra alma y todo nuestro corazón.
“Quienes alguna vez abandonamos la casa paterna, como aquel muchacho del capítulo 15 de san Lucas, hemos sentido luego la nostalgia de hogar. La cual se aviva en tiempo de Cuaresma.
Comenta un escritor que aquel arrepentimiento del hijo pródigo tuvo motivos muy rastreros. No le dolía la soledad su padre, ni la indigna situación en que ahora se hallaba, cuidando los cerdos de un pagano. Fue más bien una contrición de ratón: Tenía hambre y en casa habría comida abundante.
Sin embargo, desde tan ruin comienzo, el pródigo llegó hasta el abrazo del padre.
Cuenta san Lucas con finura de acuarelista, que el muchacho, al sentir la urgencia de volver, se trazó un plan que comprendía tres pasos: «Me levantaré, iré donde mi Padre y le diré: He pecado».
Memorizó lo que diría a su padre y emprendió el camino de regreso. Y aquel que volvía con la intención de ser un jornalero más en la hacienda familiar, se siente restituido a su condición de hijo. Aún más: Ni un reclamo, ni un reproche. Todo se le va al padre en dar órdenes de fiesta: El vestido, el anillo, las sandalias. El novillo cebado para el banquete. «Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida. Estaba perdido y ha sido hallado».
Quienes tratamos de repetir la conducta del joven, regresando también arrepentidos, no realizamos a cabalidad sus tres etapas. Casi siempre omitimos la segunda: «Iré donde mi Padre».
Convertirse no es revisar la vida frente a unos valores éticos. O recuperar la autoestima. No equivale a una liberación sicológica. Es ante todo un cara a cara con Dios, Padre misericordioso.
Hemos vivido quizás dentro de unos esquemas morales de obligación o de amenaza. Nos hace falta leer el Evangelio. Nos hace falta descubrir esa benignidad de Dios, de la cual hablan muchos salmos. Aquella que el padre del pródigo demuestra: «Estando todavía lejos el muchacho, le vio y conmovido, corrió se echó a su cuello y le besó efusivamente». Nos hace falta que la ternura de Dios nos inunde el alma”.
Diana Gómez
Novicia MAR

Comentarios

Entradas más populares de este blog

No llores si me amas. Carta de San Agustín a su madre (Santa Mónica).

LECTIO DIVINA- IV DOMINGO DE PASCUA-CICLO B- JUAN 10, 11-18

La Regla de San Agustín, Introducción y comentario de Nello Cipriani, OSA