Carta a Proba, una carta sobre la oración. (1 parte)
Las
cartas 130 y 131 de nuestro padre San Agustín van dirigidas a Proba, una viuda
de posición acomodada; preocupada en cuanto al tema de la oración le solicita a
Agustín que le escriba acerca de ello. Él
la felicita por tan noble petición.
En
el escrito que le dirige Agustín expresa que en este mundo ninguna alma se
encuentra segura, Dios es nuestra única seguridad; resalta lo valioso que son
los bienes eternos en comparación con los terrenos y alaba la preocupación por los eternos, que
sólo puede dar el Espíritu Santo, pues en estos se encuentra nuestra felicidad
y lo que nos hace buenos.
En
todo lo humano hay un cierto grado de oscuridad, nadie se conoce perfectamente
y por lo tanto no se saben las intenciones totales del corazón, de ahí que no
se puede juzgar ni tampoco confiar al 100%.
·
Se hace
necesario reconocer el alma como desolada, necesitada de Dios y descubrir las
Sagradas Escrituras como una lámpara que alumbra en medio de la oscuridad, luz
que no puede ser envuelta por las tinieblas y para interpretarla es necesario
limpiar el corazón desde la fe.
·
Este reconocimiento de desolación ayuda a mantenerse fiel en la oración,
no apegar el corazón a nada terreno para que no se corrompa y muera, pues el
corazón debe estar en alto, puesto en los bienes eternos.
·
Si no hay tentación no hay
oración; porque
no cabrá allí esperanza del bien prometido, sino el goce pleno del bien
otorgado.
Invita a desear con todo el corazón el ser bienaventurada, o sea
feliz, pero esa felicidad no implica el tener o desear lo que se me antoje,
dice san Agustín que eso sería miseria pues: "no es tan triste el carecer de lo que quieres como el querer
conseguir lo que no conviene". El bienaventurado es el que tiene lo
que quiere y no quiere nada malo.
Pero la vida bienaventurada realmente ¿en qué consiste?, podemos pensar
que es que uno y todos sus seres queridos se encuentren en salud y bienestar,
pero realmente va más allá.
En lo profundo de nuestro ser se pueden anidar dos grandes
preocupaciones: la integridad del hombre (la propia vida, alma y cuerpo) y la
amistad (al que llega la caridad, incluso hacia los enemigos). Si los deseos no
se ordenan en miras a lo eterno, aunque el cuerpo se encuentre sano no lo está
el espíritu, pues si algo amamos de lo creado hemos de amar al Creador en ello;
si amamos a Dios a nosotros nos amamos.
Hemos de anhelar la vida bienaventurada y desde ahí orar, pero no con
mucha palabrería porque Dios conoce lo que necesitamos; es necesario ser
constantes en esta oración de súplica.
Recomienda ir a la oración desde las tres virtudes teologales: la fe,
que nos mantiene firmes ante las dificultades; la esperanza, que ayuda en la espera en
la vida eterna, olvida lo que queda
atrás y tiende hacia el futuro; y la
caridad, que nos ayuda a tener un corazón sensible; pedir, buscar y llamar.
El don de Dios es muy grande para con nosotros pero somos muy medidos al
recibirlo.
«Tanta
mayor capacidad tendremos, cuanto más fielmente lo creamos, más firmemente lo
esperemos y más ardientemente lo deseemos.»
Es necesario velar por los momentos de oración, para que no se enfríe
nuestro deseo de Dios, y dedicarle largo espacio de tiempo.
«No se ha de forzar cuando no puede
sostenerse pero tampoco se ha de retirar si puede continuar.»
La oración verdaderamente
espiritual funciona desde el padrenuestro
que es una oración de súplica, lo que esté fuera de esto es palabrería.
«Para
permanecer dentro de ese pueblo y para contemplar a Dios y para que podamos
vivir con El sin fin, el fin del precepto es la caridad del corazón puro, de la
conciencia buena y de la fe no fingida»
En las dificultades y
mortificaciones de cada día debemos encontrar la purificación, en nuestras
limitaciones y tribulaciones debemos
reconocer que solo nos basta la gracia de Dios.
Karen Polanco, Novicia MAR
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