LECTIO DIVINA, CUARTO DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C, LUCAS 15,1-3.11-32



VOY A VOLVER A DONDE MI PADRE Y LE DIJO: PADRE, PEQUÉ CONTRA DIOS Y CONTRA TI.

Compartimos el audio de la Lectio Divina, da clic en el enlace para escucharlo:

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INVOCATIO

Nos preparamos para este encuentro con Nuestro Señor Jesucristo, especialmente en este tiempo de cuaresma. Abramos nuestro corazón y nuestra confianza a la escucha de su palabra y pidiéndole siempre la luz de su Espíritu Santo para que nos ilumine y nos transforme nuestra vida.

“Respira en mi oh Espíritu Santo para que mis pensamientos puedan ser todos santos.
Actúa en mí oh Espíritu Santo para que mi trabajo, también pueda ser santo.
Atrae mi corazón oh Espíritu Santo para que sólo ame lo que es santo.
Fortaléceme oh Espíritu Santo para que defienda todo lo que es santo.
Guárdame pues oh espíritu Santo para que yo siempre pueda ser santo.”
San Agustín.

LECTIO

San Lucas 15,1-3.11-32

Todos los recaudadores y pecadores se acercaban a escuchar a Jesús. Entonces los fariseos y los escribas empezaron a criticarlo. Decían: <<Este hombre acepta a los pecadores y hasta come con ellos>>. Jesús les dijo esta parábola: <<Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo a su padre: “padre, dame la parte de la herencia que me toca”. Él les repartió los bienes. Pocos días después, el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue un aun país lejano, donde derrochó todos sus bienes, llevando una vida de libertinaje. Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en esa tierra, y empezó a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó a uno de los habitantes del país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y sentía ganas de calmar el hambre con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo. “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me estoy muriendo de hambre! Voy a mover a donde mi padre y le digo: Padre, pequé con Dios y contra ti. Ya no merezco que me llames hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. Y efectivamente emprendió el viaje y se fue a donde su padre. Cuando Todavía está lejos, su padre lo divisó y se conmovió; corrió y lo recibió con abrazos y besos. El  hijo empezó: “Padre, pequé contra Dios y contra ti. Ya no merezco que me llames hijo tuyo”. Pero el padre les dijo a sus sirvientes: “¡Pronto!  Saquen la mejor ropa y vístanlo con ella; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el novillo más gordo, mátenlo y hagamos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y resucitó, estaba perdido y lo encontramos”. Y empezaron el banquete. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cerca ya de la casa, oyó la música y el baile. Entonces llamó a uno de los sirvientes y le preguntó qué era eso. Él le dijo: “¡volvió tu hermano!, y tu padre mandó matar el novillo más gordo por haberlo recobrado sano y salvo”. El hijo mayor se puso furioso y no quería entrar. El padre salió y empezó a rogarle que entrara. Pero él replicó: “Fíjate cuántos años hace que te estoy sirviendo sin  desobedecer jamás una orden tuya, y a mí nunca me has dado ni siquiera un cabrito para tener un banquete con mis amigos. ¡Pero apenas llega ese hijo tuyo que derrochó sus bienes con mujeres de mala vida, para él sí mandas matar el novillo más gordo!” El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y resucitó, estaba perdido y lo encontramos”>>.


CONTEXTUALIZACIÓN

En el marco narrativo en el que se insertan las tres parábolas de la misericordia divina manifiesta  una de las razones del contraste entre Jesús y sus adversarios.

1.       El contexto de la parábola: Las críticas de los fariseos y escribas a Jesús por su praxis de misericordia (15,1-3)

El tipo de relación que Jesús entablaba con la gente pecadora era mal visto por los representantes de la ortodoxia religiosa de su tiempo: los escribas y fariseos. El evangelio comienza diciendo que “todos”, “todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle” (v.1). ¿Qué hay detrás del éxito de Jesús con estas personas? ¿Qué encontraban en él que los atraía? Mientras los adversarios de Jesús preferían mantener distancia – para no “ensuciarse” con ellas-, Jesús, por su parte, iba al encuentro de ellas, anunciándoles la misericordia de un Dios que se arrimaba a ellos, dispuesto a perdonarlos y a acogerlos de nuevo en la comunión con él. Jesús era al mismo tiempo el mensajero y el instrumento de esta misericordia. (v.2). Jesús responde con tres parábolas en las que en diversos personajes (un pastor, una madre y un padre) que han perdido algo preciado para ellos, una vez que lo encuentran invitan a todos (a los amigos y vecinos, a los siervos y al hermano) a compartir su alegría: “Alegraos conmigo” (vv.6 y 9; ver los vv.24 y 32). En la parábola del Padre misericordioso la alegría compartida es mucho más expresiva: “Comamos y celebremos una fiesta” (v.23). Ahí está la explicación del comportamiento escandaloso de Jesús. Veamos los puntos más importantes de la tercera parábola.

2. La dinámica interna de la parábola (15,11-32)

La parábola, construida a partir de fuertes contrastes, se ambienta en el mundo de una Familia, allí donde las relaciones duelen más. La parábola tiene dos partes: (1) la historia de la conversión del hijo menor (15,11-24) y (2) la historia de la resistencia del hijo mayor para compartir la misericordia y la alegría del Papá (15,25-32). (1) La historia del hijo menor está presentada en un camino de ida y vuelta: “Se marchó a un país lejano...” (v.13) y “Levantándose, partió hacia su padre” (v.20ª).

En la ida y vuelta del hijo menor se recorren los cinco pasos de un camino de conversión:

a) La ida (vv.11-13)
b) La penuria en la extrema lejanía (vv.14-16)
c) La toma de conciencia de la situación y la decisión de volver (vv.17-20ª)
d) El encuentro con el Padre (15,20b-21)
e) La celebración de la vida del hijo (vv.15, 22-24)



La historia del hijo mayor presenta la problematización del comportamiento exagerado del Padre con el hijo renuente (su derroche de alegría en la fiesta), que se recoge en la frase: “Él se irritó y no quería entrar” (v.28ª; todo lo contrario del hermano menor que “partió hacia su padre”, v.20). Esta parte de la historia gira en torno a dos diálogos que el hijo mayor sostiene respectivamente: a) Con los criados, cuando está a punto de llegar a la casa, quienes le exponen la situación (vv.25-27). b) Con su padre, quien sale a buscarlo para pedirle insistentemente que entre en casa, escucha el argumento de su rabia y finalmente le responde exponiéndole sus motivos (vv.28-32) Ambas partes convergen en la misma idea, la cual se repite casi en los mismos términos al final de cada una de ellas: la invitación a la fiesta (“Comamos y celebremos una fiesta”/ “Convenía celebrar una fiesta y alegrarse”; vv.23-32ª) y su motivo (“Porque este hijo mío [hermano tuyo] estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”; vv.24 y 32b).

3. La enseñanza central de la parábola: el comportamiento del Padre (15,20b-24)
Como hemos señalado desde el comienzo, el centro de la parábola está en el encuentro entre el hijo menor y su padre (vv.20b-24).

(1)    El hijo arrepentido va hacia su Padre, pero al final es el padre el que “corre” hacia su hijo, impulsado por la “conmoción” interior. Esta agitación interna que se vuelve impulso de búsqueda es lo que se traduce por “misericordia”: puesto que el hijo nunca se le ha salido del corazón (lo lleva en lo más profundo como una madre lleva a su hijo en las entrañas), la visión del hijo en su humillación y sufrimiento descompone el distanciamiento -quizás normal- que toma quien ha sido herido en su dignidad.

(2) El sentimiento (agitación) interno se explicita en siete gestos de amor que reconstruyen la vida del hijo disipado. La misericordia reconstruye la vida del otro:

a) El padre que corre al encuentro de su hijo primero “lo abraza” (v.20b): el padre se humilla más que el mismo hijo. No espera sus explicaciones. No le pide purificación previa al que viene con el mal aspecto de la vida disoluta, contaminado en el contacto con paganos y rebajado al máximo en la impureza (legal y física) de los cerdos; el padre rompe las barreras. No hay toma de distancia sino inmensa cercanía con este que está “sucio”, para él es simplemente su hijo.

b) Lo “besa” (v.20c: “efusivamente”). El beso es la expresión del perdón paterno (como el beso de perdón de David a su hijo Absalón en 2ªSamuel 14,33). Nótese que el perdón se ofrece antes de la confesión de arrepentimiento del hijo (v.21).

c) Le manda poner “el mejor vestido” (v.22ª; quizás “su primer [o “antiguo”] vestido”, como se podría leer en griego): el padre le restituye su dignidad de hijo y le confirma sus antiguos privilegios. El vestido viejo, su pasado, queda atrás.

d) Le manda poner “el anillo” (v.22b). Este anillo es un simple aderezo estético; puesto que en la antigüedad el anillo formaba parte de las insignias reales (ver 1ª Macabeos 6,14) y con él se sellaban las grandes transacciones, se trata de un gesto inaudito para con un hijo derrochador de plata (v.13). ¡Qué confianza la que este padre tiene en la conversión de su hijo!
e) Le manda poner “sandalias” (v.22c): este era un privilegio de los hombres libres, incluso en una casa sólo las llevaba el dueño, no los huéspedes. Este gesto es una delicada negativa al hijo que iba a pedir ser tratado como jornalero.

f) Hace sacrificar el “novillo cebado” (v.23ª), el animal que se alimentaba con más cuidado y se reservaba para alguna celebración importante en la casa.

g) Convoca una “fiesta” (v.23b) con todas las de la ley: la mejor comida, música y danza.

La fiesta parece desproporcionada, pero el padre expone el motivo: el gran valor de la vida del hijo. Esto llama la atención: la casa cambia completamente.

(3) En esta parte central de la parábola está el punto de confrontación que manda al piso los mezquinos paradigmas de relación humana representados en el rol que juega el hijo mayor en la parábola:

a) El problema no es simplemente “estar” con el padre (“Hijo, tú estás siempre conmigo”, v.31ª) sino de qué manera se está. Mientras el hermano mayor mide su relación con el padre a partir del cumplimiento externo de la norma (“hace tantos años te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya”, v.29ª) y su expectativa es la proporcional retribución (“pero nunca me has dado un cabrito...”; v.29b), la relación entre el padre y el hijo menor se rige por el amor, en el cual lo que importa no es lo que uno le pueda dar al otro sino el hecho de ser “hijo”. Sale a flote en inmenso valor de la relación y de su verdadero fundamento. Basta recordar qué es lo que le duele al Padre: la “perdida”, y para él lo “perdido” no fueron los bienes sino “el hijo mío” (“este hijo mío estaba perdido y ha sido hallado”).

b) El hijo menor admite que ha “pecado”, pero el fondo de su pecado es el abandono de la casa, es decir, el rechazar ser hijo. Pedir la herencia es declarar la muerte del padre, es decir la muerte de la relación padre-hijo. Por eso dice: “pequé contra el cielo y ante ti” (v.18 y 21). En el perdón se reconstruyen todos los aspectos de esta relación y esto es lo que importa en primer lugar: un hijo que redescubre (o quizás experimenta por primera vez) el amor paterno y que se goza en ello porque resurge con una nueva fuerza de vida (“estaba muerto y ha vuelto a la vida”). El hijo mayor, en cambio, aún en casa, seguirá viviendo como un extraño.

c) El redescubrimiento de la filiación lleva a la recuperación de la fraternidad. Por eso el Padre se permite corregir al hermano mayor: le sustituye el “¡Ese hijo tuyo!” (v.30) por “¡Este hermano tuyo!” (v.32). Los caminos de reconciliación con el hermano deben partir del encuentro común en el corazón del Padre, allí donde “todo lo mío es tuyo” (v.31).[1]

MEDITATIO

Hoy, el evangelio nos habla de la parábola del Hijo pródigo, de un Dios cercano, lleno de amor y de misericordia, que nos ama por encima de todas las cosas,  nos acepta tal como somos. Sin embargo, nos habla de la alegría, de admiración,  de un padre que había perdido a su hijo y ahora lo recupera; un padre que no pregunta, sino que  lo recibe en casa con todo su cariño.  En el momento que lo ve, sale corriendo, lo abraza, lo besa; expresa la alegría de que su hijo ha regresado. Dios como Padre siempre está al encuentro de sus hijos a los que están más alejados y aquellos a los que nosotros vamos dejando en el camino que muchas veces lo ignoramos por nuestro orgullo y nuestra soberbia; porque el amor de Dios es siempre incondicional, alegre, esperanzador y lleno de misericordia.

ORATIO

Cada vez voy descubriendo el amor de Cristo por medio de su Palabra porque es un Dios de misericordia y de bondad que nos acoge con los brazos abiertos sin esperar nada a cambio. Señor, concédenos levantar la mirada desde nuestro yo que nos aprisiona al rostro de tu misericordia y que tú siempre nos buscas. Haz que reconociéndonos pecadores, nos dejemos conducir de nuevo a casa con alegría y de paz. Señor Jesucristo enséñame, pues a amar a  tu medida, para que mis relaciones contigo y con los otros no estén marcadas por el juicio, sino que sean a imagen de tu misericordia.

CONTEMPLATIO/ACTIO

Hoy el Señor me invitas a contemplar con entusiasmo el rostro del Padre misericordioso, en cierto modo escuchándole siempre con atención sus  palabras que sale a mi encuentro que me abraza con todo el corazón y sobre todo dejándome abandonar en las manos de él; siento también que el amor del Padre me regenera, me resucita; y es un volver al interior para ese lugar de intimidad donde escuchar la voz del Padre y que nos invita a regresar a casa con todo el arrepentimiento de nuestro corazón.   El Padre misericordioso perdona nuestros pecados, nos acoge con todo su ser y es paciente para con todos los pecadores; el Padre  nos invita a la conversión continúa, a la confianza plena y a la humildad. Dios nos ama con todo su ser  y porque nos ama con todo su ser, somos para él su bien, su riqueza, su alegría, esto es lo que significa ser amados. Los caminos de reconciliación con el hermano deben partir del encuentro común en el corazón del Padre, allí donde “todo lo mío es tuyo”.

Juana Maricela Hernández, Novicia MAR

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