CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN
Desde el mes de Abril de 2016 estuvimos
leyendo, comentando y reflexionando las Confesiones de nuestro padre San Agustín.
Fueron días de profundización en
cada episodio de su vida, vida que como bien sabemos fue muy variada en sus
primeros años y a lo largo de las confesiones podemos ver cómo Agustín se reconoce pequeño, débil y pecador ante Dios desde los episodios más insignificantes a los más grandes.
San Agustín reconocía su miseria,
sabía de su fragilidad, pero era
consciente que Dios lo levantaba en los momentos de oscuridad; sus deseos más
profundos después de su conversión era buscarlo, invocarlo y encontrarlo, Él sabía que
todo lo llena y todo lo renueva Dios ya que “todo procede de Él”… en estos capítulos del libro primero, su
arrepentimiento por los pecados que
cometió en su infancia era grande, sin embargo, supo trascender, no se quedó en
el pecado sino que con humildad e inclinando su cabeza pedía perdón a Dios por
ellos.
“Nos creaste para Ti y nuestro
corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en Ti”; “si lo buscan lo
habrán de encontrar”; “haz, Señor, que yo te busque y te invoque”; “por eso
deseo que vengas a mí, pues sin Ti yo no existiría”
Más adelante en los siguientes
libros vemos reflejado cómo la concupiscencia se apodera de él desde los 16
años de vida; reconoce que se entrega a las pasiones que le rodean, que vivía
rodeado de dispersiones y que se deleitaba ser amado por las otras creaturas.
“Cada vez que me iba más lejos de
Ti, y Tú lo permitías; era yo empujado de aquí para allá, me derramaba y
desperdiciaba en la ebullición de las pasiones, y Tú guardabas silencio.”
Recuerda estas “fealdades” de su
vida pasada, no para complacerse de ellas sino para afirmar que sólo ama a Dios
y para que Dios lo recogiera de su dispersión mientras vivía lejos de él.
“Te amo a Ti, mi Dios. Lo hago por
amor de tu Amor.”
Cerca de los 19
años viajó a Cartago entregándose a los amores impuros, quería ser amado, pero
su temor de encontrar un camino seguro le aterraba, es por esto que el amor y
las pasiones las veía como un objeto, un escape, un placer...
“Caí como en una caldera hirviente
de amores pecaminosos. Aún no amaba yo, pero quería ser amado, y con una
secreta indigencia me odiaba a mí mismo (…) ardía en deseos de amar y buscaba
un objeto para mi amor. Quería ser amado (…)”
A medida que Agustín fue haciendo el
recorrido por toda su vida, se dio cuenta que eran muchas sus debilidades y
flaquezas, pero es importante destacar, que su confianza en Dios lo ayudó a dar
un paso desde la fe, es decir, a leer su vida y su historia desde Dios y ver de esta manera cómo Dios iba
actuando en su vida aunque él muchas veces no se percataba de su presencia.
Sin duda, estas confesiones han
interpelado mi vida y han cuestionado mi vocación y las pequeñas respuestas que
voy dando en mi camino vocacional.
Son muchas las personas que afirman ”yo
no veo a Agustín como modelo porque fue un hombre muy mundano”. Pero, no
podemos quedarnos en lo “malo”, en lo “imperfecto”, más allá de los errores que él pudo cometer,
reconoció que había fallado, y sobretodo reconoció a Dios en su vida como su
único Dios y consuelo, reconoció que de nada valía la soberbia, el orgullo y la
concupiscencia si en su corazón no tenía a Dios.
Todos en nuestra vida hemos tenido
actitudes de Agustín, en mayor o en menor proporción, pero es Dios quien se encarga de transformarnos,
de hacer de nuestro barro una vasija nueva, un cántaro puro y agradable a sus
ojos.
Las Confesiones me invitan a meditar la grandeza y
la misericordia de Dios desde mi pequeñez, pero para esto, necesito la humildad
y saber inclinar mi cabeza como lo hizo San Agustín ante su Padre-Dios.
Ayúdame mi Jesús que día a día yo contemple tu
paso, tu acción misericordiosa en cada acontecimiento, que cuando me aleje de
Ti, pueda reconocer que lejos de Ti no soy nada, solo en ti quiero vivir y
descansar.
WENDERLYNG REYES/ NOVICIA MAR
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