LA ORACIÓN EN SAN AGUSTÍN

"Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"

San Agustín fue un gran orante, pues no sólo encontraba tiempo para meditar los misterios de Dios después de sus  largas jornadas de trabajos, sino que también tuvo diferentes experiencias espirituales sumamente elevadas (como el éxtasis de Ostia). En sus escritos encontramos muchas descripciones de lo que es la oración.

La persona orante es aquella que “transfiere sus amores de lo temporal a lo eterno, de las cosas visibles a las invisibles, de las carnales a las espirituales, y pone todo su empeño y diligencia en frenar y debilitar la pasión en aquéllas y unirse a éstas por caridad”. Es un transferir, subir, levantar el corazón hacia Dios, sabiendo que si el corazón se queda en la tierra se pudre. Dos son los mecanismos que levantan el corazón: el amor y el deseo. El hombre agustiniano se siente atraído por Dios de tal manera que asciende de las cosas de la tierra hacia Dios, para poner en Él su morada.

En Agustín se destaca la oración de alabanza y adoración al Señor y Creador de todo y todos. Expresión de esta oración es la conversión del propio corazón para permanecer fiel a los propósitos del Señor. Nuestra grandeza se valora en la medida que reconozcamos realmente esta necesidad que tenemos de Dios, de su Bondad y de su Luz.

Oramos para elevarnos por encima de las cosas de este mundo y poder contemplar a Dios, ver el rostro de Cristo modelo perfecto de oración y de comunión con el Padre.

La oración misma es inseparable de la vida, considerada en su totalidad como don de Dios y tarea que nos corresponde llevar a cabo. Nuestras inquietudes más profundas, nuestros deseos insatisfechos, todos los conflictos irresueltos, encuentran respuesta en Dios, que se comunica y se hace presente en nuestro interior mediante la plegaria. Para lograr esto es necesario, según la doctrina agustiniana, volver a nosotros mismos, para volver a Dios que habita en el hombre interior. El Propósito por el que entramos en muestro interior no es sólo para encontrar la paz en el abandono del mundo, sino para encontrarnos con Cristo maestro interior.

Vivir la oración significa para san Agustín ser capaces de comunicar esta experiencia de Dios a aquellos que están cerca de nosotros, vivir la interioridad implica un compromiso de comunicar lo que vamos descubriendo de Dios a nuestros hermanos. Dice san Agustín: “Arrebatad, conducid, arrastrad a cuantos podáis. Estad seguros que los lleváis hacia Aquel que no desagrada a los que le contemplan”. 
     
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ves que Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo más yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz”. 

(Confesiones de san Agustín, Libro 7)


Tomado de los talleres de oración agustiniana 

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