SILENCIO Y ESCUCHA FRENTE A LA CULTURA DEL RUIDO Y LA SUPERFICIALIDAD (II parte)
2. PERFIL DE
LA PERSONA PRIVADA DE SILENCIO Y HONDURA
Rasgos y el perfil de persona
que tiende a generar.
El ruido disuelve la interioridad; la superficialidad la anula.
El individuo entra en un proceso de
desinteriorización y banalización. El hombre sin silencio vive desde
fuera. Toda su vida se va haciendo exterior. Sin contacto con lo esencial de sí
mismo, el individuo se resiste a la
profundidad, no es capaz de
adentrarse en su mundo interior. Prefiere seguir viviendo una
existencia intranscendente donde lo
importante es vivir entretenido, Decía Pablo VI: “Nosotros, hombres modernos,
estamos demasiado extrovertidos, vivimos fuera de nuestra casa, e incluso hemos
perdido la llave para volver a entrar en ella”.
• Sin
núcleo unificador
El ruido y la superficialidad impiden vivir desde un núcleo interior.
Le falta un centro unificador. El
individuo es llevado y traído por todo lo que, desde fuera o desde dentro, lo
arrastra en una dirección u otra. La existencia se hace cada vez más
inestable, cambiante y frágil. No es
posible la consistencia interior. No
hay metas ni referencias básicas. La vida se va convirtiendo en un
laberinto. Ocupada en mil cosas, la
persona se mueve y agita sin cesar, pero no sabe de dónde viene ni a dónde va.
Fragmentada en mil trozos por el ruido, ya no encuentra un hilo conductor que oriente su vida, una razón
profunda que sostenga y dé aliento a su existencia.
•
Alienación
Es normal entonces vivir dirigido desde el exterior. El individuo sin silencio no se
pertenece, no es enteramente dueño de sí mismo. Es vivido desde fuera.
Volcado hacia lo externo, incapaz de
escuchar las aspiraciones y deseos más nobles que nacen de su interior,
vive como un “robot” programado y dirigido
desde fuera. Sin cultivar el
esfuerzo interior y cuidar la vida del espíritu, no es fácil ser verdaderamente
libre.
•
Confusión interior
El hombre lleno de ruido y superficialidad no puede conocerse directamente a sí
mismo. La persona no conoce su
auténtica realidad; no tiene oído para escuchar su mundo interior; ni
siquiera lo sospecha. El ruido crea
confusión, desorden, agitación, pérdida de armonía y equilibrio. El
hombre hoy, ha aprendido muchas cosas y está super informado, pero no sabe el camino para conocerse a sí
mismo.
•
Incapacidad para el encuentro
El hombre ruidoso y superficial no puede comunicarse con los otros
desde su verdad más esencial. Volcado hacia fuera, vive paradójicamente encerrado en su propio mundo, en un
“egocentrismo extrovertido”. La
sociedad moderna tiende a configurar individuos aislados, vacíos, reciclables,
incapaces de verdadero encuentro con los otros, pues encontrarse es
mucho más que verse, oírse, tocarse, sentirse o unir los cuerpos. Estamos
creando una sociedad de hombres y mujeres solitarios que se buscan unos a otros para huir de su propia soledad y vacío, pero
que no aciertan a encontrarse.
3. LA SORDERA PARA
ESCUCHAR A DIOS
El ruido y la superficialidad
dificultan y hasta impiden la apertura a la transcendencia
•
Represión de la relación con Dios
Quien vive aturdido
interiormente por toda clase de ruidos, sin detenerse nunca ante lo esencial,
difícilmente se encuentra con Dios. ¿Cómo podrá percibir su presencia si existe fuera de sí, separado de su
raíz, volcado sobre su pequeño bienestar? ¿Cómo escuchará su voz si vive de
forma ruidosa, dispersa y fragmentada, en función de sus propios gustos y no de
un proyecto más noble de vida?
• En
la epidermis de la fe
La cultura del ruido y la superficialidad va deteriorando también la
fe de no pocos cristianos cuya vida transcurre sin experiencia interior, que
sólo saben de Dios “de oídas”. Hombres y mujeres que escuchan palabras
religiosas y practican ritos sin beber nunca de la fuente. Bautizados
que “no han oído hablar del Espíritu Santo” pues nada ni nadie les ayuda a
percibir su presencia iluminadora, amistosa, consoladora en el fondo de sus
almas. Gentes buenas arrastradas por el clima social de nuestros días, que siguen cumpliendo con sus prácticas
religiosas, pero que no conocen al Dios vivo que alegra la existencia y desata
las fuerzas para vivir. Todo queda a veces reducido a una religiosidad interesada, poco
desarrollada. En la sociedad
del ruido y la superficialidad todo es posible: rezar sin comunicarse con Dios,
comulgar sin comulgar con nadie, celebrar la liturgia sin celebrar nada.
•
Mediocridad espiritual
La ausencia de silencio ante Dios, la falta de
escucha interior, el descuido del Espíritu, están llevando a la Iglesia a una
“mediocridad espiritual” generalizada. Es inútil pretender desde fuera con
la organización, el trabajo o la disciplina lo que sólo puede nacer de la
acción del Espíritu en los corazones. Vivimos
una mediocridad que generamos entre todos por nuestra forma empobrecida y
superficial de vivir el misterio cristiano. Basta señalar algunos signos.

Se realizan mejor los ritos externos y se pronuncian las palabras en
lengua inteligible, pero a veces todo
parece acontecer “fuera” de las personas. Se canta con los labios, pero el corazón está ausente; se oye la
lectura bíblica pero no se escucha la voz de Dios; se responde
puntualmente al que preside, pero no se levanta el corazón para la alabanza; se recibe la comunión, pero no se
produce comunicación viva con el Señor.
Estamos llenando la
celebración de ruido y la estamos vaciando de unción. Hemos introducido
moniciones, avisos, palabras, cantos, instrumentos musicales, pero falta
sosiego para celebrar desde dentro. Las personas cambian de postura sin cambiar
de actitud interior. Los sacerdotes predican y los fieles escuchan, pero, a
veces, todos salen de la iglesia sin haber escuchado al Maestro interior. Y,
casi siempre, seguimos cultivando una
oración llena de nosotros mismos y vacía de escucha a Dios.
Juliana Lima Novicia MAR
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