REFLEXIÓN DE TEXTOS SOBRE LA ORACIÓN DE JESÚS Y ALUSIVOS EN EL EVANGELIO DE LUCAS (X)
10. DOS PARÁBOLAS SOBRE LA ORACIÓN.
Lc 11,5-13
Continuando con
la parábola de la oración, (11,1-4), Lucas nos recuerda la parábola de Jesús
sobre el amigo inoportuno cuyo tema es la eficacia de una oración perseverante
(11, 5-8), tema que completará más adelante con la parábola del juez y la viuda
(18,1-8). Si entre los seres humanos, el que pide insistentemente consigue lo
que quiere, con mayor razón lo conseguirá el hijo de Dios cuando le pide a su
Padre celestial lo que le conviene (11,2). Tres imperativos caracterizan la
oración perseverante: “Pidan”…, “busquen”…, llamen”; el que hace oración de esa
manera debe tener la seguridad de que será escuchado por Dios (11,9-10). Luego,
con dos ejemplos tomados de la vida cotidiana que van de lo menor a lo mayor
(11,11-12), Jesús enseña las “cosas
buenas” que el Padre concede a los que oran con insistencia: si los padres de
esta tierra, que son malos, dan cosas buenas a su hijos, Dios, que es Padre y
la bondad misma, sin duda que dará lo mejor que él puede dar a sus hijos que
acuden a él: su Espíritu Santo.
El texto en estudio está a continuación del
Padrenuestro que en el anterior trabajo se ha analizado. Complementando la
oración del Padre nuestro, Jesús propone estas dos parábolas que acentúan la
importancia de la oración basada en la confianza.

En la segunda parte del texto vemos cómo la
oración siempre alcanza su objetivo: el que pide recibe, el que busca
encuentra, y al que llama se le abre. Se trata de perseverar, de no desesperar,
y yo diría que nuestra oración no sea un esperar lo que yo quiero sino un ir
aceptando lo que Dios realmente quiere.
Dios nos escucha, pero no en los tiempos y
en los modos que fijamos nosotros. La oración oída es la oración que nos
transforma, que nos hace entrar, bajo el impulso del Espíritu, en el proyecto
de Dios, que nos introduce en su acción. No se trata de una oración automática,
sino de una oración que nos va regalando el Espíritu Santo para ir aceptando lo
que Dios nos va mostrando. Con este Espíritu, como Jesús, podremos ir afrontando
las situaciones de la vida con la fuerza de Dios.

La eficacia de la oración existe siempre y
cuando haya fe verdadera, entrega total de mi querer al querer de Dios. San
Agustín, también dice, Dios siempre habla pero hay que hacer silencio para
escucharle. Tal vez, en nuestras oraciones, hablamos muchos, pedimos mucho, y
no pedimos con el Espíritu, es decir, con los gemidos del Espíritu que es la
verdadera oración, en el decir agustiniano, es el clamor del corazón. Por eso,
me quedo también con la propuesta agustiniana de avivar el deseo. Dejarás de
orar cuando dejes de desear. Que el deseo sea tu oración. [1] Cuando le pedimos a Dios
que nos ayude -manifestando así nuestra debilidad y nuestra confianza de hijos,
nos ponemos en sintonía con sus deseos, que son previos a los nuestros.
Por otro lado, también en el decir agustiniano,
es necesario antes que nada pedir el Espíritu Santo, como nos propone Lucas,
porque en realidad, yo no voy a la oración porque quiero, siendo, que esa misma
decisión me la regala Dios.
Nieves María Castro Pertíñez. MAR
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