GLOSARIO SOBRE EL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN SOBRE LA CONVERSIÓN (PARTE 4)
IMÁGENES DE DIOS:

B. El dios fantasma: Una
segunda imagen equívoca de Dios que nos ofrece san Agustín en las Confesiones
es la del dios fantasma (conf. 4, 9.). Es un dios que carece de una entidad
real, cuya existencia es huidiza. Se trata de un dios que en algún momento de
la vida tuvo una incidencia particular, pero que en el momento presente de su
vida se encuentra ausente, como un vago recuerdo, e incluso, como una realidad
que ha desparecido de su horizonte existencial y que de vez en cuando vuelve a
aparecer, teniendo una existencia etérea y abstracta. Un dios impersonal que,
al ser un fantasma, le hace vivir sus compromisos de una manera también vaga y
superficial.
C. Dios entelequia: El Dios
que conoce Agustín por parte de los maniqueos, le lleva a pensar en una
realidad material y física de Dios. Un dios unido a una serie de mitos y de
luchas entre la luz y las tinieblas. Un dios que no tiene ninguna incidencia ni
relación personal con sus fieles, sino en cuanto están involucrados, como él,
en la lucha contra el mal. Dios también ha podido llegar a ser para nosotros un
simple concepto sobre el que podemos teorizar mucho, demostrar su existencia de
manera racional, pero que no nos compromete a nada, que no despierta en
nosotros ningún sentimiento ni afecto, como no podemos tampoco sentir afecto
por una realidad teórica lejana que hemos estudiado, pero que no es el ámbito
en el que nos movemos todos los días.
INTERIORIDAD: Agustín
es el fundador de la tradición específicamente occidental de la interioridad o
del mirar hacia el interior, y con ello abarca tres conceptos
interrelacionados: el sí-mismo interior, el volverse hacia el interior, y los
signos exteriores como expresiones de cosas interiores. El espacio interior
agustiniano es más que un mundo individual privado; es el ámbito en el que el
alma encuentra la verdad inteligible y encuentra, sobre todo, la única Verdad
eterna que es Dios. Por tanto, el sí-mismo interior es definido por la
capacidad del alma para mirar en dos direcciones: primeramente hacia dentro;
luego hacia lo alto. El volverse hacia el interior significa apartarse de los
cuerpos para dirigirse hacia el alma y mirar hacia arriba significa ver que
Dios existe a un nivel, más elevado que el alma, como “la luz inmutable que
está por encima del ojo de mi alma” (conf. 7.10.16)[1]
La
conversión implica un momento de encuentro en profundidad con Dios, que habita
en “lo
más íntimo de mi propio interior” (Cf. conf. 3, 11), del que ciertamente recibimos la invitación para hacer algunos
cambios y mejoras en nuestra vida; mejoras que nos ayudan a llevar una vida más
santa, más plena, más libre y más feliz, llenando nuestra vida del amor de
Dios, pues como dice san Agustín: Donde hay amor, ¿qué puede faltar? Y donde no
hay amor, ¿qué puede aprovechar? (Cf. Io. eu. tr. 83, 3).
JATTAT: Es
una acepción agustiniana del pecado en
hebreo, que etimológicamente significaría fallar el destino, no dar en la
diana, representaría al ser humano equivocando su destino, volviéndose hacia
las criaturas en lugar de ir hacia Dios, pues la meta del hombre es llegar
junto con Dios, recordemos lo que decía san Agustín (en. Ps 37, 10).

LA ORACIÓN DE LA
IGLESIA: Otro de
los medios que san Agustín reconoce que le ayudaron en su proceso de conversión
es el de la oración de la Iglesia. San Agustín estaba convencido de dos cosas.
En primer lugar, de que la renovación hecha por el Espíritu Santo en su
interior -elemento que le movió a regresar a Dios-, era una gracia. Y en
segundo lugar, que esta gracia de la conversión le había sido concedida no por
sus méritos propios, sino como una respuesta gratuita y misteriosa de Dios a
las oraciones de la Iglesia representada por su madre Mónica.
METANOIA: El Nuevo Testamento, al hablar del arrepentimiento y de la
invitación a una vida nueva en Cristo, utiliza la palabra griega (conversión).
De hecho san Mateo después de la extensa introducción de su evangelio a lo
largo de cuatro capítulos, finalmente presenta a Jesucristo, protagonista del
mismo, y la primera palabra que coloca en sus labios, es la palabra metanoeîte
(“convertíos”, Mt 4, 17). La metanoia es el cambio de mentalidad, es la
redefinición de los principios rectores de la propia vida, de valores en torno
a los cuales giran los principales intereses de la persona. Implica pues un
cambio o bien una redefinición o relectura de lo que ya se poseía. Y en segundo
lugar, este término implica también el que la meta está siempre clara. Por
tanto la conversión estará en la elección de los mejores medios para poder
alcanzar con mayor facilidad o excelencia el fin que nos hemos propuesto. Por
otra parte la metanoia implica para san Agustín una transformación, que parte
de la fuerza configuradora del amor. El cristiano al entrar en el proceso de
conversión se va asemejando cada vez más a Cristo. Muriendo al hombre viejo y
dejándose renovar por la gracia, el creyente se va configurando cada día más
con Cristo, el hombre nuevo, para llegar
a convertirse, por la fuerza refiguradora del amor en “otro Cristo”.
Por eso para san Agustín
en el proceso de conversión suyo y de todos nosotros, nos dice que la humildad
y la misericordia van de la mano, pues todos tenemos que imitar a Cristo siendo
misericordiosos como El padre Dios es misericordioso con nosotros.
MOVIMIENTO
TEOCÉNTRICO: El
universo de la conversión agustiniana tiene como eje al mismo Dios. Desde la
realidad y la santidad de Dios es desde la que el hombre puede descender a
contemplar su realidad antropológica y no al revés. El movimiento contrario,
que parte del propio pecado y que en ocasiones se queda en él, puede llevar a
concepciones antropológicas equívocas, bien sean por exceso (el hombre sólo con
sus fuerzas puede superar el pecado: pelagianismo) o bien por defecto (el
hombre no puede hacer nada por superar su pecado, debe hundirse en él y sólo
confiar en que Dios se apiade de él: pesimismo fideísta). La santidad, la
grandeza y la belleza de Dios son las que mueven al hombre a contemplarse a sí
mismo a la luz de esta misma santidad que invita al cambio y a la conversión.
ORACIÓN: Es tan
importante para obtener la gracia, fuente de conversión, que san Agustín
llegado al ocaso de su vida seguirá insistiendo en la importancia de la oración
para conseguir la vivificación, la conversión. La oración no sería otra cosa
que la vivencia cotidiana de uno de los movimientos espirituales más propios
del hombre agustiniano, que es el de levantar el corazón hacia Dios, sabiendo
que “si el corazón se queda en la tierra se pudre” (Cf. S.229 A, 3).
Nieves María Castro
Pertíñez. MAR
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