ENSAYO EN EL QUE SE EXPLICAN LOS PRINCIPALES PUNTOS DE LA IMPORTANCIA DE LA BIBLIA PARA SAN AGUSTÍN. (PARTE 2)


Para Agustín la Sagrada Escritura, es el chirographum, el manuscrito que contiene la escritura de la misma mano de Dios, del Espíritu Santo, para que el hombre creyera que las promesas de Dios no sólo las hacían de palabra, sino que las garantizaba con un escrito salido de su propia mano.[1]

Según san Agustín, san Juan al escribir su evangelio no hacía otra cosa que mostrar la grandeza del misterio de Dios que había llegado a conocer por experiencia; habiendo bebido en la fuente de la vida, que es Cristo, al escribir no hacía otra cosa que eructar” aquello que había bebido con el propósito de que todas las gentes no sólo conociesen la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios, sino que también supiesen que antes de la encarnación existía el Unigénito del Padre, el Verbo del Padre .[2]

En el De consensu evangelistarum, por citar alguna  obra, Agustín utiliza diversos verbos para expresar la acción de la inspiración sobre los evangelistas. Dentro de esta obra, destaca: 1. la acción inspiradora del Espíritu Santo, pues cada evangelista es libre al momento de elegir las palabras y la manera de contar los diversos acontecimientos, no en cuanto a los contenidos de aquello que relata. 2. Ellos sabían y  sentían que su mente estaba guiada por el Espíritu Santo [3] y 3. San Agustín presenta la inspiración y la acción de Dios sobre los autores sagrados no como un hecho colectivo o masivo, sino personal y particular. Dios inspira a cada autor con una acción particular sobre él, sin que por ello el autor pierda su libertad e incluso su propia intención como autor literario humano[4]; las palabras pueden variar pero no el contenido del mensaje que Dios quiere comunicar.

Dentro del tema de la inspiración cabe decir  con respecto al Antiguo Testamento, que para san Agustín los traductores de la Biblia llamada de los LXX habían sido inspirados por Dios, goza para él  de mayor autoridad la versión de los Setenta. Repite esta idea en el De Civitate Dei[5]. Todo ello en contraposición a la hebraica veritas a la que se “convertirá” san Jerónimo para hacer la traducción del Antiguo Testamento al latín. Por ello Agustín le pedirá a Jerónimo que haga la traducción del Antiguo Testamento a partir de la versión canónica griega, es decir a partir de la versión de los LXX, por una razón tanto pastoral –el pueblo está acostumbrado a esta versión-, y por una razón ecuménica, la versión de los LXX es la utilizada por las Iglesias griegas, con las que es preciso conservar la unidad[6].

En De Civitate Dei, insistirá en  tomar como punto de partida el texto de los LXX y completarlo con aquellos que se contenga en el texto hebreo y que el de los LXX haya omitido, ya que ambos son textos inspirados.[7]

Continuando con la inspiración, san Agustín tiene en cuenta la iluminación interior del lector para poder descubrir la voluntad de Dios en las palabras que lee en ella. A pesar de la importancia que Agustín da a las mediaciones humanas, -que cree como queridas por Dios y como parte del diseño de salvación de todos los hombres dentro de la economía de las mediaciones se necesita  una iluminación divina interior y el único que puede enseñar es el Maestro interior, como bien lo explica en el De Magistro[8]. Si Él no ilumina al hombre con su palabra y con su unción, todo lo demás será vano. La invitación de Agustín será siempre a entrar en el propio interior para recibir la iluminación del Maestro interior. Agustín designará frecuentemente a esta iluminación interior con el término revelatio, no porque se trate del conocimiento en conjunto del misterio de la salvación o de todos los libros inspirados por Dios, sino porque a través de la acción de Dios, al creyente se le des-velan los misterios de Dios y puede acceder a un más pleno conocimiento de lo que Dios comunica y manifiesta, en el caso concreto de las Escrituras, de su voluntad y de su plan de salvación. Esta revelación interior es, al mismo tiempo, atracción y deleite: “Esa revelación (revelatio) es ella misma la atracción, llenando al alma de un gozo que nadie le podrá arrebatar. La iluminación lleva a un conocimiento que va creciendo paralelamente al amor, pues entre más se ama más se conoce.

La iluminación le ayuda al lector en el momento de acercarse al texto sagrado para poder descubrir en él los diversos niveles de significación que la Escritura puede tener, como manifestaciones de la riqueza del Espíritu y de la insondable profundidad de la palabra de Dios[9].

San Agustín ve la Escritura como mediación. El  hombre, a diferencia de los ángeles,  necesita contemplar continuamente el firmamento de las Escrituras, para leer en ellas la misericordia divina y para descubrir también la voluntad de Dios. Este carácter intermedio de las Escrituras le lleva a Agustín a hablar de la transitoriedad de las mismas, de su carácter meramente temporal, ya que cuando termine la peregrinación por este mundo y al deseo lo sustituya la visión de Dios, ya no servirán las mediaciones, ya no tendrá razón de ser la Escritura, pues el hombre podrá, como los ángeles, contemplar cara a cara el misterio de Dios, y también como los ángeles, podrá leer en el códice original, que es el mismo Dios. Esta misma idea se repite en el Comentario al evangelio según san Juan, en donde habla de que al llegar el día y la luz de Cristo, no harán falta ya las luminarias ni la lámpara de la Escritura (2 Pe 1, 19), pues Dios mismo iluminará todas las realidades con su propia claridad.[10]

Para san Agustín  la Escritura es una mediación humilde. El comentará muchas veces  que la soberbia es la causante del alejamiento del hombre, Dios tuvo que salir al encuentro del hombre a través de la humildad. Cristo, el maestro de la humildad, se hace hombre para llevar a los hombres a Dios. La Sagrada Escritura, en esta misma dimensión de las mediaciones, se manifiesta en un ropaje humilde y humano para llevar a los seres humanos de regreso hacia Dios. El estilo simple y sencillo de las Escrituras en un primer momento fue un obstáculo para la fe de Agustín ya que él estaba acostumbrado a un lenguaje retórico, quedando decepcionado la primera vez que lo leyó. Fue su soberbia lo que le impedía ver que detrás de ese ropaje pobre y el lenguaje rudo estaba escondida la Palabra de Dios[11].

De este modo Agustín ratificará que el estilo simple y llano de la Escritura no es un descuido de parte de Dios sino es una manifestación de su propia condescendencia con el hombre. Es parte del abajamiento y de la misma kénosis de Dios para elevar al hombre hacia sí mismo.[12]  En el decir de Agustín es un estilo y una presentación de su propio mensaje de una manera humana y limitada, para poder elevar al hombre desde su realidad de niño en la fe, hasta las alturas de los misterios de Dios.

Las Escrituras como elemento que ayuda al hombre a volver a Dios, necesita hablarle al hombre en su propio lenguaje, abajarse a él, humillarse, utilizar palabras mortales para hacer que el hombre a través de esa mediación, pueda alcanzar la inmortalidad.

El estilo de la Escritura es asequible a todos. No obstante el poder profundizar y escrutar con seriedad las Escrituras es una labor que requiere estudio y preparación.

No satisfecho con esta idea volverá casi al final de sus días, cuando componga la última parte del De Doctrina Cristiana, ya que en el libro cuarto de esta obra hablará de la belleza retórica de la Escritura[13].  En ella se da una correcta adecuación entre el estilo y el contenido. La presencia de los elementos retóricos dentro de la Sagrada Escritura es, según el juicio de Agustín, sumamente discreta y equilibrada. Alaba el estilo retórico de los libros de la Sagrada Escritura, pues en ellos no hay una ostentación superficial de estilo, ni tampoco un descuido de los contenidos, ambos se encuentran perfectamente equilibrados.

Nieves María Castro Pertíñez, MAR





[1] en. Ps 144, 17.
[2] Io. eu. tr. 36, 1.
[3] Cf. cons. eu. 3, 7, 30.
[4] Cf. cons. eu. 1, 3, 6; 1, 5, 8; 1, 6, 9.
[5] ciu. 18, 43.
[6] ep. 71, 2, 3.
[7] ciu. 18, 43.
[8] mag. 14, 45-46.
[9] Cf. conf. 13, 27, 37.
[10] Io. eu. tr. 35, 9.
[11] conf. 3, 5, 9.
[12] c. Adim. 13, 2; Cf. ciu. 15, 25.
[13] Cf. ARNOLD, D. W. – BRIGHT, P. (ed.): De Doctrina Christiana. A classic of Western Culture, Indiana 1995; Cf. BOCHET, I.: “Notes complementaires” en AUGUSTIN, La doctrine chrétienne, De Doctrina Christiana, BA 11/2, Paris 1997, 429-581.

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