El Sacramento de la penitencia o reconciliación


Jesús es el médico que puede curar esas enfermedades internas y externas si nosotros lo dejamos. Él quiso que la Iglesia continuara con esta obra. Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de sus pecados cometidos con El y al mismo tiempo se reconcilia con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados.

A este sacramento se le da varios nombres:

1. De conversión, porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión, la vuelta al Padre del que el hombre se había alejado por el pecado.

2. Sacramento de penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.

3. Es llamado sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el Sacerdote, es algo esencial para este Sacramento. A través de éste reconocemos y alabamos la santidad de Dios y su misericordia para con el hombre pecador.

4. Se llama sacramento de perdón porque a través de la absolución del Sacerdote se le concede el perdón y paz interior al penitente.

5. Sacramento de reconciliación: porque otorga al pecador el amor de  Dios que reconcilia. Ya que quienes viven el amor misericordioso de Dios responden a la llamada de Dios.

La conversión de los bautizados

Todos estamos llamados a la conversión y esa invitación viene a nosotros por mediación de aquel que va caminado con nosotros en este proceso. Esta llamada es un parte esencial del anuncio del Reino. El Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental ya que renunciamos al mal y alcanzamos la salvación, es decir, la remisión de todos nuestros pecados y el don de la vida nueva.

La penitencia interior: Es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios  con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión al mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida  con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en ayuda de su gracia.

La conversión es una gracia de Dios que nos hace volver a nuestros corazones. Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo el camino. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el error y el  peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él.

La conversión se realiza en la vida diaria mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho, por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia.

La lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.
Aun siendo nosotros pecadores, Dios nos acoge como ese Padre misericordioso que no ve nuestras debilidades sino que nos perdona y vuelve al camino de la verdad. Cristo instituyó el Sacramento de la Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionando la comunión eclesial

Los actos del penitente

Entre estos actos aparece el de contrición que es un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar. La contrición llamada imperfecta es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. El segundo punto es confesar nuestros pecados  ya que nos libera y facilita la reconciliación con los demás. Asumimos nuestra responsabilidad y nos abrimos de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.

Dice San Agustín: El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados si tú también te acusas, te unes a Dios. El hombre y el pecador son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes hablar del hombre, es Dios quien lo ha  hecho; cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruyes lo que tú has hecho para que Dios salve lo que Él ha hecho. Cuando comienzas a detestar lo que  has hecho, entonces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas  es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la luz.

Después de la confesión viene la penitencia que el confesor impone teniendo en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Esta puede consistir en la oración, ofrendas, obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones, sacrificios. Estas nos ayudan a configurar con Cristo que, es el único que expió nuestros pecados una vez por todas.

El ministerio de este Sacramento

Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación, los obispos, sus sucesores, y los presbíteros continúan ejerciendo este ministerio. Ellos a través del Sacramento del orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Los Sacerdotes tienen la tarea de orientar a los fieles a acceder al Sacramento de la Penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar este Sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera razonable. Cuando se celebra el Sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca a la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso de Dios con el pecador.

El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo. Y Conducir al penitente con paciencia hacia la curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por él, confiándolo a la misericordia del Señor.

Este Sacramento nos restituye y vuelve al Padre uniéndonos  con Él. Nuestra alma adquiere una paz interior y tranquilidad de poder mirar a los ojos a ese Padre amoroso. En efecto el sacramento de la reconciliación con Dios produce una verdadera resurrección espiritual, una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios.
Santa Isabel Mojica Mejía
Novicia MAR


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