EL CIEGO DE JERICÓ


A propósito del Evangelio de ayer, me acorde del libro Ábrete para ser feliz  de José H. Prado Flores y Ângela M. Chineze, donde nos explican de este evangelio y nos hablan sobre como nosotros mismos nos vamos apartando de los demás. 

La marginación se da en dos direcciones: cuando los demás nos aíslan y cuando nosotros mismos nos separamos. Bartimeo sufrió ambas, aunque la segunda es sin duda peor.  El ser ciego era una de las desgracias más terribles en tiempos de Jesús, pues se le excluía de la comunidad de Israel. El invidente estaba marcado por las condenas de la sociedad que lo consideraba pecador, y por tanto, ay de aquel que “comiera o bebiera con Jesús”, porque era reo del mismo delito. El ciego, pues, vivía en la más terrible de las soledades, sin derechos sociales ni religiosos. Un día que parecía ser como todos los demás, Jesús, acompañado de una inmensa multitud, pasó por la vereda donde la mano extendida de Bartimeo era parte del panorama. Al Maestro se le presentaba una maravillosa oportunidad de poner en práctica sus enseñanzas, para no ser equiparado a escribas y fariseos que indicaban a los demás lo que debían hacer, pero ellos no movían un dedo para cumplirlo.
Bartimeo se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Está saliendo de la cueva que él sismo se había fabricado. Por primera vez en muchos años muestra a flor de piel sus necesidades profundas y no sólo las urgentes. Ya estaba cansado de la rutina de su vida y de su desierto interno

Yessica Victoria,
Novicia MAR

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