LECTIO DIVINA DOMINGO XXlV DEL TIEMPO ORDINARIO-CICLO “C”, EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 23, 35-43
“Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas con tu Reino”
INVOCACION AL ESPIRITU SANTO
CONTEXTO
Estimados hermanos contemplando
al rey crucificado culminamos en este domingo el año litúrgico en que nos ha
acompañado de manera especial Lucas, el evangelista de la ternura de Dios, de
la misericordia, de la fuerza del Espíritu y de la evangelización de los pobres
y marginados, de la mujer y de los paganos; y también el evangelista de María.
Hoy cerramos este año de
“lectio divina” dominical lucana, la cual es una grandiosa escena de
misericordia en el momento cumbre de la vida terrena de Jesús: allí se nos
enseña de qué manera Jesús es Rey y cómo su reinado es coherente con su anuncio
continuo de la misericordia.
El Jesús que Lucas nos ha
presentado, desde el pesebre hasta el Calvario, como la manifestación y la
ilustración perfecta de la bondad y de la misericordia de Dios, no se desmiente
a la hora de la cruz. Justo en esa hora, el “amigo de publicanos y pecadores”
sigue siendo leal a su proyecto al acoger al criminal que comparte su cruel
destino, dándoles así a sus discípulos la última y sublime lección que nunca
podrán olvidar.
TEXTO
Evangelio,
según San Lucas 23,35-43
35Estaba el pueblo mirando; los
magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si
él es el Cristo de Dios, el Elegido.»
36También los soldados se burlaban de él
y, acercándose, le ofrecían vinagre
37y le decían: «Si tú eres el Rey de los
judíos, ¡sálvate!»
38Había encima de él una inscripción:
«Este es el Rey de los judíos.»
39Uno de los malhechores colgados le
insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»
40Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es
que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
41Y nosotros con razón, porque nos lo
hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»
42Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando
vengas con tu Reino.»
43Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy
estarás conmigo en el Paraíso.»
¿QUÉ DICE
EL TEXTO?
El texto de este día nos da la oportunidad de contemplar al
crucificado de brazos abiertos y manos clavadas en la Cruz, en el lugar llamado
“Calvario”, Jesús aparece lo suficientemente expuesto como para ser visto por
una amplia multitud.
Se le ve rodeado por dos criminales, realizándose así la
profecía isaiánica del “siervo sufriente”. Estos criminales eran probablemente rebeldes
fanáticos del partido Zelota, adversarios políticos del imperio romano, como
Barrabás, de quien se había dicho que “había sido encarcelado por un motín que
hubo en la ciudad y por asesinato”. Quizás no sean simplemente “ladrones”, como
nos hemos habituado a llamarlos, sino delincuentes de peligrosidad confirmada.
El evangelista empieza diciendo que el pueblo estaba mirando
y lo muestra así con una actitud respetuosa y curiosa. Para Lucas el pueblo se
hace “testigo” de los últimos instantes del crucificado. Asimismo, no falta la
presencia de los magistrados, que son los primeros en ridiculizar a Jesús como
autoridades judías haciéndole muecas. Ellos le piden a Jesús que muestre su
potencia. Por otro lado, están los soldados romanos: donde el narrador del
evangelio califica las palabras del criminal como “blasfemia” que vienen a
reírse de Jesús. La burla a Jesús por rehusarse a usar sus poderes para
revertir el sufrimiento y la muerte es una blasfemia contra él porque está
contradiciendo de que el Mesías por el camino del sufrimiento entró en su
gloria; por ese camino transitarán los discípulos. Finalmente, aparece en el
texto uno de los malhechores colgados junto a Él: el narrador del evangelio
califica las palabras del criminal como “blasfemia” que vienen a reírse de
Jesús.
Sin embargo, las palabras del otro malhechor es modelo y
ejemplo de discipulado porque es quien afirma la inocencia de Jesús y la
culpabilidad de ellos. Entonces, el criminal vuelve su mirada hacia Jesús y
pronuncia una oración en la que le manifiesta su esperanza de ser aceptado por
Dios. Al no pedirle a Jesús que lo libere de la muerte, sino que lo admita en
el Reino que se manifestará con su “venida” gloriosa, en pocas y densas
palabras este hombre señala el sentido del reinado de Jesús. Ante estas
humildes palabras la respuesta de Jesús es un solemne “amén” a toda su obra de
misericordia a lo largo del evangelio, el broche de oro de su misión salvífica.
El Maestro pronuncia su última lección comenzando con un solemne: “Yo te
aseguro”.
¿QUÉ ME DICE EL TEXTO?
El texto de hoy me habla
del reinado de Cristo y la invitación a proclamar a Jesús como Rey de Reyes,
admitiendo que nadie más que Él puede guiarme y dirigir mi vida. Entonces,
reconocer a Jesús como Rey es darle el lugar que se merece en el mundo y en mi
vida, sabiendo que voy a necesitar siempre de él. Para ello es necesario que,
así como el buen ladrón del Evangelio, acepte cada día a Jesús como el Rey de
mi vida y reconocer con humildad mis faltas y mis pecados; de esta manera vivir
reconciliada con Él y así ser partícipe del Reino que vino a inaugurar. Para
ello me preguntaría y les invito a reflexionar con estas preguntas: ¿El camino
de fe del “buen ladrón” de qué manera ilumina el mío para que hoy y siempre
proclame que Jesús “vive” y “reina” en mi vida, en mi familia, en mi comunidad
y en todos los ambientes y culturas del mundo? ¿Qué implica para mí esta
proclamación si estoy viviendo una enfermedad, una situación difícil que
estremece mi fe?, ¿estoy dispuesto a seguir a un Dios crucificado? o ¿me
resulta más fácil adorar su cruz?
¿QUÉ LE DIGO YO AL SEÑOR?
“Señor Jesús,
que seas todo en la tierra
como lo eres todo en el cielo.
Que lo seas todo en todas las cosas.
Vive y reina en nosotros en forma total y absoluta,
para que podamos decir siempre:
¡Jesús es todo en todas las cosas!
¡Queremos Señor Jesús que vivas y reines sobre nosotros!
Dios de poder y de misericordia,
quebranta en nosotros cuanto a ti se opone.
Y con la fuerza de tu brazo
toma posesión de nuestros corazones y nuestros cuerpos,
para que empieces en ellos el Reino de tu amor. Amén”.
(San Juan Eudes)
como lo eres todo en el cielo.
Que lo seas todo en todas las cosas.
Vive y reina en nosotros en forma total y absoluta,
para que podamos decir siempre:
¡Jesús es todo en todas las cosas!
¡Queremos Señor Jesús que vivas y reines sobre nosotros!
Dios de poder y de misericordia,
quebranta en nosotros cuanto a ti se opone.
Y con la fuerza de tu brazo
toma posesión de nuestros corazones y nuestros cuerpos,
para que empieces en ellos el Reino de tu amor. Amén”.
(San Juan Eudes)
Minutos de amor.
Ítala Salazar
Novicia MAR
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