EL MUNDO NECESITA JÓVENES QUE CREAN EN SÍ MISMOS, PERO SOBRE TODO QUE CREAN EN DIOS
Queridos hermanos, en este día quiero compartirles esta reflexión que está dedicada a los jóvenes y a todos aquellos que llevan esa Juventud en su espíritu, que no nos cansemos de buscar y hacer el bien con lo que Dios nos ha regalado.
Todos tenemos dones, regalos de Dios
Dones para el trabajo manual, para el estudio, para la originalidad,
para hacer reír… Con nuestros talentos naturales podemos (¡debemos!) hacer un
gran servicio a la Iglesia y a nuestros hermanos. A través del apostolado y de
la vida parroquial, pero también en medio del mundo, de los que no creen o no
practican su fe, de nuestros compañeros y vecinos, de nuestra rutina.
Los estudiantes nos preparamos para ello, y llega el momento en el que
tenemos que elegir una carrera. En nuestro tiempo libre, a veces fantaseamos
con todo lo que haremos cuando hayamos terminado «la carrera de nuestros
sueños».
Necesitamos médicos comprometidos de verdad con el bienestar de los
pacientes, empresarios que se preocupen de unos negocios más justos y no
exploten a los trabajadores. Científicos que busquen la cura contra el cáncer y
no la fama o el dinero… En medio del idealismo, criticamos nuestro mundo y
soñamos con otro mejor, más honrado y cristiano.
Sin embargo, no todos tienen la posibilidad de ganarse la vida en el
trabajo de sus sueños, y otros tantos han perdido la ilusión con el paso del
tiempo. La rutina y las dificultades del trabajo y de la vida han nublado
sus ideales de universitarios. Pero, en cierto modo, son esos los ideales
a los que san Pablo invitaba en la Carta a los Colosenses.
«Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón»
¡Qué hermosas son estas palabras! «Todo cuanto hagáis, hacedlo de
corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor
os dará la herencia en recompensa» (Col 3,23).
Todo trabajo puede servir para hacer un bien a los demás, no solo los médicos o los empresarios.
Un simple maestro puede ser un gran apoyo para niños y adolescentes que no
encuentran su lugar en el mundo, que pasan por problemas familiares o que
simplemente, necesitan paciencia y cariño para poder entender una asignatura y
pasar de curso.
Un maestro que sigue a Cristo no puede dejar pasar esa oportunidad, ser
un simple funcionario que no se preocupe por las personas que tiene entre
manos. Un dependiente, un panadero, un barrendero… tienen trabajos humildes,
pero también ellos pueden ofrecer mucho a los demás, «un poco de levadura
fermenta toda la masa» (Gal 5,9).
No tienen que ser grandes cosas: trabajo bien hecho y no con desgana,
porque alguien lo comprará o se beneficiará de él, y en ese alguien está
Cristo. Un poco de tiempo dedicado a explicarle el tema a un compañero,
paciencia y buen humor con los clientes difíciles o el jefe huraño, ofrecer
nuestras dificultades al Señor.
Así, poco a poco, nos iremos santificando en las cosas pequeñas de
nuestra rutina, y con nuestro ejemplo estaremos en condiciones de llevar a
Cristo a los demás.
También nos podemos hacer santos en medio de nuestra rutina
«Es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio
cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y
cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se
encuentra. ¿Eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu
donación y tu ministerio.
¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como
Cristo ha hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo
cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al
servicio de los hermanos.
“Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contable,
siempre con los números, allí no se puede ser santo”. ¡Sí, se puede! Allí
donde trabajas, puedes ser santo. […] En tu casa, en la calle, en el
trabajo, en la iglesia, en ese momento, en el estado de vida que tienes se ha
abierto el camino a la santidad.
No os desaniméis de ir sobre este camino, es precisamente Dios quien te
da la gracia. Y lo único que pide el Señor es que estemos en comunión con Él y
al servicio de los hermanos» (Papa Francisco, Audiencia General. 19 de noviembre de
2014).
Podemos hacer un momento de silencio y pensar en las personas que nos
rodean, en el trabajo, en los estudios, en la rutina del día a día, cualquiera
que esta sea. ¿Cómo podemos hacer algo por ellos?, ¿será que nuestra vocación
ha estado frente a nuestras narices todo este tiempo y no nos hemos dado
cuenta?
¿Nos tomamos en serio los estudios y el trabajo?, ¿cómo podemos explotar
los talentos que Dios nos ha dado para servir a los demás?, ¿si ya descubrimos
la nuestra, le estamos ayudando a otros a descubrir su vocación?
De nuestra respuesta dependerá que sepamos vivir como cristianos también
en nuestras ocupaciones del día a día.
Diana Gómez
Novicia MAR
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