QUIERO AMARTE, QUIERO RENDIRME A TU AMOR SEÑOR, SIN QUE NADA MÁS ME IMPORTE

Queridos amigos en este día quiero compartirles esta bella reflexión que nos ayuda a comprender el valor de rendirnos ante el verdadero Amor.
Nos rendimos ante Dios… quien es amor. Por tanto: nos rendimos a su amor. Pero muchas veces podemos pensar (porque nos lo han enseñado), que rendirse ante Dios es dejar de ser uno mismo para que Él haga con nosotros lo que le parezca mejor.
Sin embargo, el Dios en quien creemos, el Dios que nos revela Jesús es un Dios que ama hasta el extremo. Ama al punto de defender a la pecadora del juicio y castigo de los demás, al punto de pedir al corrupto del pueblo comer en su casa, al punto de tocar al leproso un sábado siendo pecado.
¿Miel o vinagre?
Una frase de san Francisco bien describe en lo que nos convertimos cuando vamos conociendo realmente a Dios: «Se atraen más almas con un bote de miel que con uno de vinagre».
«Rendirme» es renunciar a la dinámica del mundo, del maligno, que me dice que para ser hijo de Dios tengo que cumplir cientos de mandatos imposibles que llevan a pensar que solo hay dos opciones: soy perfecta o mejor ni lo intento.
Y son estos extremos los que nos hacen sentir que seguir a Dios es tan difícil, que nuestra relación con Él está llena de obstáculos. Que entonces solo nos sentiremos amados si somos perfectos, pero si flaqueamos nos sentiremos rechazados y atacados.
Sumérgete en el amor de Dios
Andamos como con la guardia alta todo el tiempo, no descansamos. Rendirnos al amor es rendirnos a ese Dios que nos ama demasiado, más de lo que creemos merecer. No te preocupes por tratar de entenderlo, por saber si lo mereces o por buscar razonamientos. Simplemente déjate amar, acéptalo y sumérgete sin miedo.
Porque cuando nos rendimos a la «miel», a ese amor incondicional e ilógico, nuestro corazón se transforma. Como el del cobrador corrupto, el de la adúltera, el del soldado no creyente, el de ese discípulo que lo negó tres veces en el peor momento.
No hay nada que moleste más al demonio que el parar de llenarnos la cabeza con culpas y dudas y salir corriendo al amor de Dios como hijos pródigos cuantas veces caigamos. Así que no lo pienses más, corre ¡corre a los brazos del Padre! Y dile «Quiero amarte, quiero rendirme a tu amor Señor, sin que nada más me importe»
Diana Gómez
Novicia MAR

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