DAR Y RECIBIR
Queridos: Una clave para
acercarnos al misterio que nos la da el evangelio: “El que os recibe, me
recibe”; “el que me recibe, recibe al que me ha enviado”.puede ser la palabra
“recibir” o “acoger”.
Lo primero que podemos
considerar es el significado de la palabra “recibir”. Recuerdo que, al menos en
los tiempos de mi infancia, por mi tierra gallega, para decir que se iba a
comulgar, decíamos que íbamos « a recibir». Era una expresión muy hermosa que,
de forma sencilla y sugerente, indicaba que «acogíamos al Señor en nosotros, en
nuestra vida, en nuestra casa, en nuestra comunidad».
Para la conveniencia social,
“acoger” puede ser sinónimo de “admitir uno en su casa a otras personas”; pero
todos sabíamos que recibir al Señor, acogerlo, significaba mucho más que
admitirlo en nuestra compañía.
En realidad, aquel gesto de “ir
a recibir”, implicaba una variedad tan grande de sentimientos que no podríamos
en modo alguno enumerarlos. Recibiendo al Señor, se acogía al amigo, al
maestro, al esposo, al consejero, al médico, al rey, al sacerdote. Si recibías
al Señor, recibías la luz, la resurrección y la vida; recibías paz y perdón;
recibías gracia y justicia. “Recibir” implicaba mente y corazón, razón y
afectos, alma y cuerpo, y no te sería posible hacerlo con verdad si, además de
abrir al huésped las puertas de tu casa, no le abrieses las puertas de tu vida.
Si es verdad que cada uno de
nosotros puede ser quien recibe a los discípulos de Cristo, también es verdad
que podemos ser nosotros los discípulos que otros reciben, y que estamos
llamados a ser para ellos una “visita de Dios”, una “recompensa celeste”.
Ahora, queridos, nos damos
cuenta de que es necesario ampliar el significado de la palabra “recibir”, pues
tenemos la certeza de que, en realidad, siempre significa “dar”. En efecto,
empiezas por fijarte en el otro, por darle tu atención, tu interés, y luego le
darás de tu pan y de tu agua, le darás afecto y compañía, bondad y
misericordia.
Comulgamos con Cristo en el
sacramento de la eucaristía y comulgamos con Cristo en el sacramento de sus
pobres. En la eucaristía y en los pobres le recibimos a él, y él nos recibe a
nosotros. Nuestro corazón sabe que, en esta misteriosa comunión, damos de
nuestro tiempo y recibimos eternidad, damos de nuestro pan y recibimos un
alimento celeste, damos de nuestra agua y recibimos Espíritu Santo, damos de
nuestros vestidos y recibimos gloria de Dios. Por eso, porque damos de lo
nuestro y recibimos de Dios, decimos con el salmista: “Cantaré eternamente las
misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”. La
misericordia que has ofrecido a los pobres, es pura misericordia de Dios para
ti.
Yessica
Victoria, Novicia MAR
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