3. LA ORACIÓN CONTINUA


«Cuanto más se avanza en la vida de oración o en la formación para la oración, más se llega al convencimiento de que no hay más que una sola palabra para los que quieren aprender a orar: «perseverad»». Esta perseverancia está ligada íntimamente a la fe y a la confianza. Muchas veces oramos con perseverancia pero rezamos mal y no obtenemos nada. Ponemos nuestra confianza no en Dios sino en nuestros métodos. «Todo el que se ponga a orar debe estar animado del deseo de recibir el don de la oración continua, es decir el deseo de orar rigurosamente todo el tiempo, sin cansarse jamás, como dice el Evangelio. En este punto no es posible transigir: es el carácter totalmente absoluto de nuestro deseo, y sólo él, lo que nos autoriza y nos obliga a no desanimarnos nunca del éxito mediocre de nuestros esfuerzos, en particular cuando estamos obsesionados por alguna tentación o arrastrados por algún torbellino, más o menos duradero, que hace imposible el recogimiento».
Para alcanzar la oración constante es necesario aclararse. El combate que supone nuestra búsqueda o nuestra huida de Dios se sitúa en el plano íntimo de la intención que anima nuestro corazón: o queremos que nuestra oración transforme todo o nos queremos prepararnos un «buen sitio» de oración»:
«En este punto no es posible transigir: o somos hombres invadidos totalmente por la oración, o nos estamos preparando un buen sitio en la oración, reservándonos una pequeña parte personal, y no entendiendo nada del espíritu del Evangelio. En mi vida, he encontrado muchos hombres amantes de la oración, que consagran a ella una gran parte de su tiempo y están interesados por todo lo que se escribe sobre este tema, pero debo confesar que he encontrado muy pocos hombres de oración, es decir seres en los que no es posible distinguir entre reflexión, acción y oración, de tal manera que se sientan poseídos por esta oración que transfigura toda su vida. Hagámonos en este sentido una pregunta: ¿cuándo nos acaece una pena, una tentación, una prueba o una alegría, nuestro primer movimiento es pensar en salir de ella, o nos ponemos de rodillas para alabar a Dios o para suplicarle que mueva nuestro espíritu y nuestro corazón de acuerdo con su voluntad?, ¿sabemos transformar en oración nuestras impresiones, nuestros sufrimientos y toda nuestra vida?»
Diana Gómez
MAR

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