4. LA ORACIÓN ININTERRUMPIDA
«Cuando
el hombre ha adquirido la costumbre de acudir a Dios en todas sus cosas, para
presentarle sus peticiones o para bendecirle en la acción de gracias, entra en
un estado de oración incesante. Ha liberado en él su corazón de oración y se
sorprende al ver cómo esta oración nace de su interior sin darse
cuenta». En otras palabras, es la unificación del hombre a partir del
corazón en el cual reside la energía divina. El hombre iluminado por esta luz
del Espíritu vive a partir de un centro, que ilumina e irradia toda su persona,
sus sentidos y sus facultades. Parece que algo se eleva de las
profundidades de nuestro ser. Una energía íntima o una fuente de luz
que irradia su propio brillo. Mientras más conozco a mi amigo, más me lleno de
su presencia. «Este estado ni puede crearse ni es necesario desearlo, sino
que se concede por gracia al que ora con todo su corazón y persevera. El hombre
ya no está en la zona cerebral, sino que está con la oración en su corazón, en
ell nombre del Señor Jesús a quien invoca» (El peregrino ruso, pág.
62). ¿Quién alcanza el estado de oración perpetua? El hombre despierto a
la vida del Espíritu:
«El
que pone en Dios su confianza se libra de toda preocupación, no tiene ya miedo
de nada ni de nadie, es un ser libre. Un santo puede seguir teniendo miedo de
los acontecimientos, pues le desconcertarán siempre, pero no tendrá miedo de
Aquel que dirige los acontecimientos, pues sabe «en quién tiene puesta su fe»»
(2 Tim. 1,12).
Diana Gómez
MAR
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