A LA ESPERA
El Señor sale siempre a nuestro encuentro. Debemos ser muy consciente de ello y estar preparados para recibirlo. Bien sabe Él de nuestras debilidades: olvidos, indiferencias, egoísmos, afán de riquezas, envidias, odios… En el fondo, cada uno de nosotros somos como ese pesebre humilde de Belén, con poco resguardo del frío, oscuro y quizá un poco húmedo. Pero Él está decidido a nacer, está decidido a aceptarnos como somos y a amarnos… No se deja nacer simplemente. Para eso ha venido y sigue viniendo.
¿Cómo es mi pesebre? ¿En qué establo se
encuentra? Reflexionemos sobre mi entorno vital: familia, amigos…y enemigos,
compañeros de trabajo…¿Cómo son las comunidades cristianas en que espero la
Navidad?
Volvamos a nuestro pesebre de Belén.
Preparemos el corazón al Señor que viene…sin condiciones, sin prejuicios. Es
verdad que le esperamos con ilusión y también con temor, pero también Él tiene
sus esperanzas puestas en nosotros. De que yo le acoja con mi Sí va a depender
mucho mi misión, mi propio ser cristiano. Él espera mucho de mí, de Ti.
Y, al mismo tiempo, me quiere dispuesto
no sólo a darle mi calor, mi ternura, a cuidarlo en esos primeros momentos en
que necesita de todo mi ser para vivir, como cualquier recién nacido…sino a
compartir esos cuidados con mis hermanos los hombres: la compasión, la
misericordia. La Compasión no es llorar por otro, sino llorar con otro,
acompañarle, respetar sus silencios… Nuestro mundo necesita la verdadera
compasión, una compasión activa, diligente, comprometida.
Comentarios
Publicar un comentario