LA AMISTAD
Queridos hermanos en este día les quiero compartir esta bella reflexión sobre la amistad. Que nosotros sepamos valorar a nuestros amigos, porque son un regalo muy especial que Dios ha puesto en nuestra vida.
En
esencia, la amistad no es propiamente un afecto, sino una relación que supone
el afecto. Los amores no exigen necesariamente la reciprocidad, la amistad sí.
Representa uno de los valores más nobles y elevados de la vida humana, y
presupone y fomenta otras muchas virtudes humanas: el desinterés, la
comprensión, la condescendencia, el espíritu de colaboración. La amistad
verdadera lleva consigo la comunicación de bienes. De aquí que, en el
cristiano, la amistad sea un cauce oportuno y natural de apostolado.
La
Sagrada Escritura califica la amistad como un tesoro: Un amigo fiel es poderoso
protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo
fiel; su precio es incalculable (Si 6, 14). Y el Señor, además de su amor
infinito por todos los hombres, manifestó su amistad con personas determinadas:
los apóstoles, José de Arimatea, Nicodemo, Lázaro… Al mismo Judas no le negó el
honroso título de amigo en el mismo momento en que este le entregaba en manos de
sus enemigos. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo San Pablo tuvo
amigos, a quienes quería entrañablemente, les echa de menos cuando están
ausentes y se llena de alegría cuando tienen noticias de ellos (2Co 2, 13; Rm
16, 21; 1Tm 1, 2; 1Co 16, 17, etc.). La antigüedad cristiana nos ha dejado
testimonio de grandes amistades entre los primeros cristianos. Sería
incomprensible que un cristiano no tuviera deseos de acercar a sus amigos a
Cristo. Los primeros que conocieron al Señor fueron a comunicar la buena nueva,
antes que a ningún otro, a los que amaban. Andrés trajo a Pero, su hermano;
Felipe a su amigo Natanael; Juan seguramente encaminó hacia el Señor a su
hermano Santiago (cfr. Jn 1, 41ss).
A lo
largo de los siglos, la amistad ha sido un camino por el que muchísimos hombres
se han acercado se están acercando a Dios y alcanzado el cielo. Es un camino
natural y sencillo, que elimina cuando es sincera muchos obstáculos y
dificultades. El Señor tiene en cuenta con frecuencia este medio para darse a
conocer. El cristiano fomenta la amistad y está abierto al trato y al cariño de
todos, impulsando por la caridad. Esta virtud teologal consolida y hace más
fuerte la amistad (cfr. Suma Teológica, 2-2, q. 23, a. 2). Es lógico, pues, que
el cristiano cuente con numerosos amigos y que no rechace al contrario la
posibilidad de otros nuevos.
Diana Gómez
MAR
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