CELEBRACIÓN COMUNITARIA DE LA PENITENCIA
La experiencia del amor
misericordioso de Dios Padre, que nos ama de manera perfecta en la entrega permanente
de su Hijo Jesucristo, en comunión con el Espíritu Santo, nos mueve a reconocer
con humildad los extravíos, pecados, resistencias a su voluntad, el cerrarnos a
ser su rostro amoroso entre los que nos rodean, etc., y nos permite hacer un alto en nuestra vida para reflexionar y, al reconocer nuestra necesidad, acoger
la ayuda de Dios para ajustar nuestros pasos, decisiones, sentimientos,
opciones a su querer en nosotros.
Nuestra madre Iglesia nos ofrece tiempos
litúrgicos intensos para vivir esta experiencia: cuaresma, semana santa,
adviento y todos los viernes del año, propuestos como “días penitenciales”.
Representa para todos los
cristianos católicos la disposición de vivir conscientemente la práctica de la oración,
las obras de piedad y caridad, ayuno y abstinencia así como el negarnos a
nosotros mismos, cumpliendo con mayor fidelidad y con sentido profundo de amor
a Dios y al prójimo las propias obligaciones.
Compartimos nuestra experiencia con
respecto a la celebración comunitaria de
la penitencia:
1.
Humildemente, al finalizar la jornada diaria, realizamos el
examen del día, en el que recogemos con gratitud los dones de Dios,
concientizamos nuestras resistencias a sus llamadas y nos proyectamos para vivir mejor el día siguiente, con ayuda de su
Gracia.
2.
Los viernes hacemos cierre de las llamadas o mociones
suscitadas durante la semana a través de la Palabra de Dios, las vivencias
comunitarias y personales, el contexto que nos rodea, etc. Reconocemos en este
ejercicio el valor del “hacer silencio para escuchar” a un Dios que siempre
habla y manifiesta su amor fiel.
3.
Compartimos con humildad y deseos de aprender a amar cada vez
más desde Jesús, nuestras ofensas y resistencias. Reconocemos que cuando ofendemos a la
comunidad -a nuestros hermanas- ofendemos directamente a Dios.
4.
Con sencillez, reconociendo el perdón de Dios como gracia, no
mérito alcanzado por nuestros esfuerzos, acogemos su abrazo misericordioso y
nos proponemos vivir más atentas a su querer e invitaciones. Nos comprometemos
a ser canal de su misericordia para con los que nos rodean. En esta experiencia de ser perdonadas, Dios
Padre nos capacita para perdonar.
Esta oportunidad de hacer un alto
frente a Dios, una misma, la comunidad y el contexto que nos rodea, es un medio
para vivir nuestra espiritualidad agustiniana: no andar por fuera, sino
entrando muy constantemente dentro de nosotras, vivir la conversión continua,
dar el corazón a Dios sin reservas, reconociéndonos en todo momento mujeres,
hijas de Dios, peregrinas y necesitadas de su misericordia.
Es una vivencia propuesta para
todos los cristianos católicos, que nos penetra en la verdadera imagen de Dios:
Padre misericordioso que busca al hombre y siempre está dispuesto a darse sin
reservas, y que además nos permite acoger el don de su perdón en el sacramento
de la Reconciliación con esperanza, compromiso, alegría.
¡Que María, Madre de la
Consolación, nos siga tomando de su mano mientras caminamos hacia la meta
final!
Brenda
Ovalle Hernández
Novicia
MAR.
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