DESEO DE DIOS COMO LA CIERVA SEDIENTA, SALMO 41
Comienza este salmo por un
santo deseo, expresado así por el que lo canta: Como el ciervo suspira por las
fuentes de agua, así mi alma suspira por ti, oh Dios. ¿Quién es el que esto
dice? Nosotros mismos, si lo deseamos. ¿Por qué vas a buscar fuera a ver quién
es, cuando te es posible ser tú lo que estás buscando? Pero no se trata de un
hombre, se trata de un cuerpo: el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Y no todos los
que entran en la Iglesia tienen este deseo; en cambio los que han gustado la
dulzura del Señor, y hallan en este cántico un sabor especial, no crean
encontrarse solos. Tengan por cierto que esta clase de semilla está esparcida
por el campo del Señor, por todo el orbe de la tierra, y que esta es la voz de
toda unidad cristiana: Como la cierva suspira por las fuentes de agua, así mi
alma suspira por ti, oh Dios.
Y bien podría entenderse que
esta voz es la de aquellos que siendo todavía catecúmenos, se apresuran hacia
la gracia del baño santo. Por eso cantamos aquí este salmo, para que de esta
forma anhelen la fuente de la remisión de los pecados, como suspira la cierva
por las fuentes de agua. Que sea así, y que en la Iglesia este sentimiento
ocupe realmente un puesto relevante. Sin embargo, hermanos, me parece que
incluso en el bautismo los fieles no sienten saciado este anhelo; pero quizá si
caen en la cuenta de por dónde están peregrinando, y hacia dónde han de llegar,
se inflamarán todavía con más ardor. (Del comentario de S. A. sobre los
salmos).
¿Dónde está tu Dios?, esta es
la pregunta que muchas veces se nos hace los que creemos en Dios, especialmente
cuando nos encontramos en dificultades, pero no debemos preocuparnos de esto ya
que también los santos, los mártires pasaron por esto.
Lo que no debemos descuidar es
nuestra sed de Dios ya que esto es lo que nos sostiene en pie aún en medio de
las cuestiones que pueden surgir a veces hasta de las personas más cercanas a
nosotros.
En estas circunstancias,
repitamos la misma confesión de la cierva que vuelve a confirmar su esperanza
diciendo: “Salud de mi rostro, Dios mío”.
“Si el Señor no se rindió en la
cruz, ¿por qué hacerlo yo en las prueba? (Efesios 5,1)
Claudia Puac
Novicia MAR
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