“Y se hizo Hombre”: EL MISTERIO DE LA HUMANIZACIÓN DE DIOS. II


Si era hombre verdadero, si compartía nuestra carne, por supuesto que debía participar también de nuestra psique, asumiendo que el dualismo está más o menos superado. Si no es así quedan anuladas las emociones, sentimientos y motivaciones que tan inseparables son del ser persona; una Encarnación a medias no convence a nadie. Incluso la misma Pasión tendría que llamarse de otra forma y el entregarse hasta la muerte carecería de sentido.

Pero para algunos como Apolinar de Laodicea (S. IV) la posibilidad de que Jesús tuviera alma abría espacio al pecado, lo que ponía sobre la cuerda floja el proyecto del Padre.  La pecabilidad, afirma Martínez, no es inherente a la naturaleza humana sino parte de su imperfección. Por eso el rostro que nos muestra Jesús es el del verdadero ser humano, el del ser humano trascendido.
Por otro lado, resulta bastante confuso el engranaje de la voluntad y libertad divina-humana de Jesús. Claro que ilumina un poco el hecho de entender su voluntad en sintonía total con la voluntad del Padre y su libertad en total disposición, como respuesta a esta sintonía.

El mal, como ya se mencionó, no pertenece a la naturaleza humana por tanto la libertad debe medirse no en función de hacer lo que deseemos sin ninguna clase de impedimentos sino como una tendencia permanente al bien. Ahí es totalmente ubicable la libertad de Jesús.
Para quienes profesamos la fe cristiana la divinidad de Jesús es innegable pero ¿qué aporta Jesús a los no creyentes? La revelación del verdadero ser humano. Martínez plantea una mirada al Jesús histórico de forma que su vida también pueda iluminar a quienes no le siguen desde su ser Dios, tal como lo han hecho algunos representantes de otras religiones, como Gandhi, R. Tagore, y M. Machovec.

Jesús debe ser una propuesta para toda la Humanidad, camino de conocimiento y asunción de nuestra condición humana más allá de los parámetros de la fe y sin que ello haga tambalear lo que creemos los que creemos. Su humanidad, por ser humana, no debe cuestionar su divinidad, al menos para nosotros.

El autor advierte sobre dos peligros en este contemplar la humanidad de Jesús: encasillarlo a Él en nuestras pobres concepciones sobre humanidad y establecer una lucha irreconciliable lo divino y lo humano. Lo primero anula toda pretensión de trascendencia por parte nuestra. Lo segundo destruye a Dios o al ser humano, dada la imposibilidad de coexistencia que supone esta lucha.  Una vez más quedaría en entredicho este Dios que crea para luchar contra su criatura.
Comentario personal
Como siempre estos temas tocan, primero porque cuestionan dónde está situada la fe propia, cuáles son sus fundamentos, y segundo porque implican “hacer espacio” a nuevas convicciones tanto en la razón como en el corazón. 

Aunque no todo está asimilado puedo decir que se ha afianzado mi comprensión de esta unión hipostática de Jesús y que eso ha añadido fortaleza a mi fe. Ahora bien, hay algunos puntos donde quedan muchas lagunas, sobre todo en el tema de la no pertenencia del pecado a la condición humana.
Por fe asumo que Dios todo lo hace bueno, la pregunta es ¿de dónde surge el pecado? ¿por dónde nos entró? De flechazo me llega como respuesta el tema de la libertad, sin embargo ¿por qué en esa libertad hay libertad para el mal? Sé que debe haber alguna respuesta que abrace fe y razón, pero no tengo la menor idea de cuál es.

Otro detalle que me sensibilizó es el hecho de cómo muchas veces y lamentablemente tenemos que aprender por contraste qué es ser realmente humano. Es doloroso pensar y ver hasta qué punto hemos desvirtuado el proyecto de Dios para con nosotros actuando como máquinas autodestructivas.
Llevado a la oración esto se convierte en invitación a profundizar cada vez más en el seguimiento de Cristo, de forma que mi vida, mi propio proceso de humanización, también muestre a otros el camino, aquello para lo que fuimos creados.

Yolenny Ramírez. Novicia

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