Mi querida mamá nos dejó
Madre de nuestra Hna. Elsa Gómez |
Quiero
darle gracias a Dios por mi mamá que fue una mujer fuerte, una mujer de fe,
luchadora, trabajadora, sociable y por qué no decirlo, muy elegante, sobre todo
en su juventud y edad mediana.
La vida
no fue fácil. Al comenzar su nuevo hogar, mi papá estudiante de derecho, sin
dinero y mi mamá que era de las mayores en un hogar que acababa de perder la
madre, también sin dinero, comenzaron a trabajar. Mi papá como profesor y mi
mamá con unas primas, en una fábrica de sombreros, esos que usaban las mujeres
en esa época de los 40 y los 50 y que mi mamá llevaba con mucho gusto. Cuando
la moda acabó, mi mamá hacía los uniformes para las jóvenes del Banco de la
República.
Pero mi
mamá, aunque fue toda la vida muy activa y siempre tenía algo entre manos, no
vivió para trabajar, trabajaba para vivir: ayudar a las cosas de la casa, gozar
de cierta independencia y si se podía, aunque se privara de algo, ahorrar
porque le gustaba viajar.
También
sé que mi mamá ayudaba a algunas familias conocidas o de parientes cuando sabía
que lo pasaban mal, y lo hacía de tal manera, que solo la interesada podía dar
cuenta de ello y no los demás miembros de la familia.
Hubo
momentos difíciles de salud como cuando le apareció el cáncer de estómago.
Había que operarla y quitarle el 80 por ciento. Mi mamá tenía casi 80 años. Los
médicos dijeron que era de mucho riesgo y que avisaran a sus hijos para que
estuvieran presentes. Me avisaron, pero no pude viajar. Yo vivía en España. Sin
embargo, mis hermanas de comunidad estuvieron muy presentes, todas,
especialmente las hermanas del colegio y recuerdo que Blanca Edilma me llamó
inmediatamente después de la operación para decir que había salido bien y
también al día siguiente para darme la alegría de su estado y cómo se iba
respondiendo. Sentí como si yo hubiera estado presente, en medio de la
distancia. Estuve 23 años no seguidos en España y al principio las vacaciones
eran cada seis años, al final eran cada tres.
Otros
momentos difíciles fueron la enfermedad y la muerte de mi hermano en el 2011.
Un cáncer que lo tuvo un año en cama después de un trasplante de médula ósea. Años
antes el cáncer de mi sobrina Margarita, quien tenía 12 años y nos tuvo a todos
orando y sufriendo, pero que nos llenó de alegría cuando se superó. El
accidente que tuvimos las hermanas en Perú, en el que perdió la vida nuestra
hermana Julieta y yo quedé inconsciente un par de días y parecía que no
volvería a la vida. El fallecimiento de mi papá en el 2007. En todo momento mi
mamá tuvo gran entereza y fe.
Mi mamá
disfrutaba de los pequeños detalles y siempre recordaba a las personas que le
mostraban cariño y eran muchas. “¿Mami, puedo tirar esto que ya está feo?”.
Respondía: “No porque me lo regaló, fulana de tal”. Recordaba a Cecilia Castaño
y a Sofita por sus detalles, pero especialmente porque conoció el Llano por
ellas. Eso lo recordaría siempre. También a Olga González que fue cariñosa y
detallista. Y a muchas por muchas razones.
Hasta
el último momento fue consciente de todo. Creía que duraría por lo menos hasta
los 95, pero le pareció que era lo mejor estar preparada. Me dijo que quería
confesarse y solicitó la presencia del padre Silvio Cajiao S.J., quien
efectivamente fue a la casa, la confesó, le dio la comunión y le aplicó la
unción de los enfermos. Y quedó muy contenta.
Hasta
hace menos de dos meses, hacía las cosas de la casa y la comida, Se cansaba y
por la tarde dormía un rato y luego tejía. Yo estaba los martes, le ayudaba a
las cosas de la casa y por la tarde jugábamos a las cartas.
Hasta
el final, le encontró sentido a la vida. Quería vivir, quería conocer. El 22 de
noviembre se cayó. La llevamos a urgencias pero no vieron la fractura. Le
mandaron acetaminofén. Esperamos creyendo que era algo de músculo, de tejido
blando. Como el dolor seguía intenso y no podía acostarse en la cama,
comenzamos a llevarla primero a un médico particular, luego a su EPS. Y
comenzaron las idas y las vueltas de mi hermana con ella a exámenes de sangre,
a tac de una cosa y otra, doppler de piernas, etc. Incluso yo la acompañe a una
ecografía de tejido blando y como decíamos que no había fractura, la doctora
dijo que ante tal dolor podía ser un nervio pinchado.
Cada
salida, cada movimiento era un martirio. Hasta que el 29 de diciembre mi
hermana decidió llevarla nuevamente a urgencias por el dolor y porque las
piernas parecía que iban a estallar, y ahí se dieron cuenta de la fractura
antigua, no reciente, no de ese día ni del anterior. Única solución: operación,
trasplante de cadera. Con mucho riesgo. Creíamos que como era tan fuerte, la
aguantaría. La operaron el 3 de enero. Salió bien, pero tal y como dijeron, fue
a cuidados intensivos. El 4 de enero, yo no fui, pero me llamó mi hermana para
decirme que estaba muy bien que el médico decía que la pasaría a habitación.
Estaba admirado de la fortaleza. Por la tarde cuando mi hermana fue a la
visita, ya encontró otra realidad. La tensión 6 – 2. Ya el reporte médico era
todo lo contrario. Estaba muy grave pero estaban trabajando para estabilizarla.
Quedaron en llamar a mi hermana si se ponía peor. Así fue la llamaron hacia las
6:15 y le dijeron que estaba más malita. Ella me avisó y se fue. Cuando
nosotras bajábamos del noviciado, a mitad de la loma, siendo las siete de la
noche, llamo diciendo: ya no la encuentras, acaba de fallecer. Lo dijo tan bajo
que creí que no era eso. Pero era la realidad. Llegué y estaban mi hermana
Marta, mi cuñada, mis sobrinas. Me permitieron entrar a verla por ser
religiosa. Le di un beso, oré un momento y salí.
Fue
siempre muy especial, con corazón juvenil y con gran delicadeza. Hasta para
morir, hizo lo posible por no molestar. Sé que está disfrutando de la presencia
del Señor. Gracias de nuevo Señor por la mamá que me regalaste. Gracias a mis
hermanas de comunidad que me acompañaron e hicieron alegre la Eucaristía con
los cantos propios del momento. Gracias a mi sobrina Ana María que en todos
estos momentos actúa como nuestra hermana mayor, en nombre de mi querido
hermano Guillermo. Gracias a todos los que nos acompañaron con su presencia, su
cariño, su cercanía, su oración.
Elsa
Gómez Galindo
Definitivamente, la vida de doña Lilia ha sido y seguirá siendo una bendición para todos los que tuvimos la oportunidad de conocerle. Es testimonio de alegría, de fortaleza, de bondad y paciencia; y eso nunca muere. Me uno a la acción de gracias, pidiéndole a Dios para todas nosotras nos ayude a dejarnos iluminar por la luz que nos regaló en la vida de esta grandiosa mujer...
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