Nuestros orígenes... (parte II)

Un día el padre Ochoa se encontró con un par de niñas abandonadas. No pudo dar un paso más. No sabía qué hacer. Pensó: si las dejo, o se mueren de hambre o se las lleva la policía y vendría el peor el destino para estas niñas. Resuelve llevarlas a la casa, pero… ¿qué dirán los padres?
Cuando llega explica lo sucedido y pregunta qué hacer. Todos dicen a una voz, hay que cuidarlas. Y dice uno: de hoy en adelante me privo de mi cigarrillo y lo poco que ahorre, es para cuidado de las niñas. Otro: me gusta mucho el postre, pero me privaré de él y lo poco será para las niñas. Así cada uno fue haciendo un pequeño ofrecimiento.  Pero, ¿quién las cuidará? No hay problema, se las encomendaremos a las jóvenes catequistas que se están formando.
Poco a poco se fueron llenando de niñas y ¡claro!, tienen que hacer miles de piruetas para alimentarlas, vestirlas, educarlas lo mejor posible. De este modo, los Agustinos Recoletos, se convirtieron en  padres de estas niñas.
Y ¿Cómo vivían los padres? Escuchemos al padre Alegría: “…en este mísero y antihigiénico escenario, se han deslizado los años más felices de mi vida. Al principio me producía hasta fiebre contemplar los vestidos rotos y sucios de mis cristianos, las greñas, los surtidores nasales de la enredadora chiquillería. Pero, al ver su sencillez, su pobreza injusta, su cariño, su silencioso sufrimiento, acabas por amarlos con toda la intensidad posible”.
Pronto está terminada la sede central, pero ese mismo día, estalla la chispa revolucionaria del movimiento anti-extranjero en Shanghai.
Escribe el padre Javier Ochoa: “Las cosas en China, van de mal en peor. Los estudiantes tienen todo alborotado, lleno de pasquines y de gritos contra nosotros… Cuando uno se retira por la noche, no sabe si a la mañana siguiente tendrá la cabeza encima de los hombros.”. Y en otra: “Este año, que es de mucha miseria, llegan todos los días con dos o tres y aún más pequeñitas, pero el local no basta, el dinero tampoco. Así que hay que hay que ir escogiendo entre las más miserables. Hasta una cieguecita he tenido que recibir casi llorando de lástima”. 
“El misionero es quien menos gasta. Se contenta  vive con lo que le dan; nunca pide para sí. Parece que en China se olvidan de sí mismos para atender a las necesidades de la misión. He visto padres que no gastan ni 50 céntimos al día, y aún con menos, viven. Los catequistas, la escuela, la capilla, las huerfanitas, los cristianos pobres que llegan muriéndose de hambre, son siempre el fin de todo lo que el misionero hace”. 
En 1927 la situación se pone más tensa. Levantamiento en Cantón, provincia del Sur. En principio, contra “Los “Imperialistas del Norte”. Es decir los extranjeros europeos.
A Kweiteh no llegan aún los tiros, y los misioneros siguen embebidos en su trabajo. Cada cual, en su centro misionero, catequiza, bautiza, abre escuelas y dispensarios, compra parcelas para edificar, imparte clases nocturnas, socorre a los pobres y encarcelados, visita a los enfermos…Mientras tanto, a la Casa Procuración llegan  muy malas noticias. Incluso el General chino, del Norte, Chang-Ling, les dice que corre riesgo su vida y que se vayan para Shanghai. El padre Javier les avisa y todos llegan a Kueithefú, sorteando toda clase de peligros. Ahí parece todo un poco más tranquilo. Pero el provincial les ordena salir de inmediato. Piden quedarse siquiera tres y añaden que Monseñor Tacconi no ve bien que salgan. Pero nada. Se les obliga a obedecer. Salen el 11 de abril de  1927.
Ponen la misión en manos de los más fervientes cristianos, aseguran las niñas de la Santa Infancia y parten con inmenso dolor. Después de tres días y tres noches llegan a Tientsing con sus cuerpos molidos, mal comidos, con la cabeza mareada. Son acogidos por los misioneros Belgas, sus amigos. A Shanghai llegan el día 22.
Los misioneros ven pasar los días y están intranquilos, pensando en sus cristianos. Ellos les avisan que en este momento, hay relativa calma. Los misioneros hablan con el provincial y le proponen volver a la misión. Éste viendo que las potencias extranjeras se van retirando sin entablar lucha, decide que regresen.
No van todos. Pero pronto en la misión, el general Chang Tso-Ling les asegura que están en grave peligro de muerte y que deben salir. Nuevo regreso a Shanghai. Encuentran a los padres muy preocupados porque han sabido que los revolucionarios se apoderaron de Kweiteh y de Honan, que las casas de la misión se han convertido en cuarteles, que hay muerte y atropellos. Después de mes y medio, los habitantes de Kweiteh avisan que ya no hay bandidos.
Nuevamente el padre Javier Ochoa se pone en camino con otros dos padres.  Llegan a Tientsing, hablan con el Delegado Apostólico, quien se alegra de que regresen a la misión, pues ni él, ni monseñor Tacconi, vieron bien que salieran de ella. Otros religiosos intentan disuadirlos, pero ellos continúan firmes. Aman su Misión.
Llegados a Yenchowfu, los acogen los padres del Verbo Divino. También ellos quieren impedirles que continúen. Temen por sus vidas. Pero no logran nada.

El último tramo, 200 km, fue difícil, a pie, por trochas, tratando de esquivar a bandidos y guerrilleros. Escribe el padre Ochoa: “Era imposible resistir más los ardientes rayos del sol y el hálito infernal que despedía la tierra calcinada de aquel terrible desierto. Al finalizar aquellos 200 km de recorrido, estábamos maltrechos, extenuados, los pies llenos de ampollas y llagados; hecho un surtidor el cuerpo, cubiertos de polvo pegado a él…”
Resumen realizado por Elsa Gómez, del folleto No. 2 escrito por Mary Carmen Calvo

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