ENCUENTRO DEL SANTO PADRE SAN JUAN PABLO II CON LOS JÓVENES EN EL ESTADIO OLÍMPICO DE CARACAS
Queridos lectores,
hemos querido compartir con ustedes estas palabras de San Juan Pablo II que les
dirigió a los jóvenes Venezolanos en su visita a dicho país. Son palabras
actuales,
palabras que llegan al corazón de cada persona, al corazón de los jóvenes y de los adultos que, hoy han perdido sus esperanzas ante
tanta miseria y ante tanta crisis humanitaria.
Que
esta carta sea un motivo de cerrar tus ojos y de elevar a Dios una oración por
nuestros hermanos Venezolanos que no necesitan solamente de ayuda económica,
sino que al contrario, necesitan de apoyo moral y espiritual.
¡¡HERMANOS
VENEZOLANOS NO PIERDAN LA CONFIANZA EN DIOS NI LA ESPERANZA DE QUE VENEZUELA SERÁ LIBRE!!
Lunes, 28 de enero de 1985
Queridos jóvenes:
1. En mi visita apostólica no podía faltar el encuentro, que tanto
he deseado, con la gente joven de un joven país como es Venezuela.
A través de uno de vuestros compañeros me habéis dicho hace pocos
momentos: «Te saludamos, amigo: bienvenido a casa». Pues bien, el Papa os da
también un saludo: ¡Bienvenidos a este encuentro! Es el saludo dirigido a cada
uno en particular y a todos los jóvenes venezolanos que se sienten unidos a
nosotros.
Al encontrarme entre vosotros en este estadio olímpico de la
Ciudad Universitaria, y a medida que iba sintiendo, en la voz de vuestro
compañero, las dudas y esperanzas que os asaltan, brotaba en mí interior una
pregunta: Los jóvenes venezolanos, ¿se dejarán abatir por las
dificultades, o tendrán el valor de ser cristianos de verdad y construir una
sociedad más justa, más fraterna, más acogedora y pacífica?
La respuesta afirmativa la habéis dado vosotros: «Queremos poder
gritar con validez y sinceridad, que los jóvenes con Cristo somos fuerza que,
desde el Evangelio e impulsados por el Espíritu, transforma al hombre, la
sociedad y la Iglesia». Esa es vuestra respuesta, con la que me siento
plenamente solidario, jóvenes amigos, que representáis a tantos miles de
muchachos y muchachas de todos los rincones del país, muchos de los cuales no
han podido estar con nosotros.
Vuestra presencia feliz y festiva, vuestra sed de
verdad y de ideales nobles y elevados, me animan a
seguir creyendo y esperando en los jóvenes. Como lo hace la Iglesia, que al
clausurar el Concilio Ecuménico Vaticano II proclamaba, pensando en vosotros:
«La Iglesia os mira con confianza y amor» (Mensaje a los jóvenes, n. 6, 8 de diciembre
de 1965).
2. Con las reflexiones que ahora haremos juntos, quiero referirme
a la encuesta realizada hace poco entre la juventud venezolana. La primera
pregunta era: ¿Cuáles son tus temores y esperanzas para el futuro?
Estáis viviendo en un momento histórico no exento de dificultades
y problemas: crisis de auténticos valores morales, falta de seguridad,
problemas económicos, dificultad en hallar empleo, clima de inmoralidad,
injusticias, delincuencia, abusos, manipulaciones, indiferentismo religioso.
Ante esta situación difícil, alguno podría ceder a la fácil
tentación de la huida, de la evasión, cerrándose en una actitud de aislamiento
egoísta, refugiándose en el alcohol, la droga, el sexo, en ideologías
alienantes o que predican el odio y la violencia.
Frente a todo ello, y a pesar de ello, habéis de salvar la
esperanza, a la que os alienta vuestra misma condición de personas que se abren
a la vida. Esa esperanza que tenéis de superar la situación recibida, de dejar
para el futuro un clima religioso, social y humano más digno que el actual. La
esperanza de vivir en un mundo más fraterno, más justo y pacífico, más sincero,
más hecho a la medida del hombre.
Para vencer todo vestigio de pesimismo sentís la necesidad de
lanzaros con ilusión, realismo y entrega a la construcción de una sociedad más
cristiana y humana, donde impere la civilización del amor, la que puede hacer
realidad vuestra vocación temporal y eterna.
Vuestros tenores y esperanzas frente al futuro se concentran en
esa pregunta que os ponéis con frecuencia: ¿Qué sentido tiene mi vida?
Es justo que os pongáis esa cuestión; que penséis en una realidad
que afecta a toda vuestra existencia. Porque, en efecto, son diversas, y a
veces contradictorias, las respuestas a este interrogante fundamental. No faltan
profetas del odio y de la violencia, del materialismo, del placer, egoísmo y
totalitarismo. Estos, amigos míos, no ofrecen soluciones; porque, en
definitiva, traicionan vuestras aspiraciones más nobles, dejándoos con el alma
vacía.
La respuesta a tal interrogante, está, queridos jóvenes, en
vuestro mismo ser, creado a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gen.
1, 26-27). Está en la fe cristiana que os enseña con certeza: estáis
llamados a un destino eterno, a ser hijos de Dios y hermanos en Cristo
(Cfr. 1 Jn. 3, 1), a ser creadores de fraternidad por amor a
Cristo. El, Cristo, es vuestra respuesta. El os enseña a ayudar
siempre al hombre, a entregaros por él. Esta es la palabra revelada en la
Biblia. Si yo os dijera otra palabra, traicionaría mí servicio a Dios y os
traicionaría a vosotros, que tenéis derecho a la verdad plena.
Y recordad siempre que por ser imagen de Dios, sois capaces de El.
Por eso Dios os llama a participar de su vida, en la que encontraréis vuestra
plenitud y corona (Cfr. Pablo VI Populorum Progressio, 16). La apertura a Dios,
la relación con El, está como grabada en lo más íntimo de vuestro ser. De ahí
que la religiosidad no sea un añadido a vuestra estructura humana, sino la
primera dimensión de vuestra identidad. Practicarla conociendo a Dios, es
llenar vuestra inteligencia de verdad; practicarla, amando a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo como a vosotros mismos, es llenar vuestra
voluntad de bien y realizar vuestras capacidades humanas.
3. La segunda pregunta de vuestra encuesta era: ¿Qué crees
que debe hacer la Iglesia frente a la situación del país?
Muchas son las respuestas que habéis dado. Pero dejadme deciros que
ante todo la Iglesia cuenta y quiere contar con vosotros, fuerza
joven, siempre alerta, generosa y capaz de las mejores entregas y de los más
nobles sacrificios.
Por eso ella os pide que, para ser más eficaces, no os quedéis
aislados. Uníos a los movimientos de apostolado seglar. En ellos
encontraréis un modo concreto de ser y hacer Iglesia, una escuela para vuestra
formación, un impulso para vuestra entrega creadora de espíritu nuevo, un modo
de realizar vuestra vida como comunión y participación.
¡Qué gran cauce, queridos jóvenes, para el desarrollo de vuestra
personalidad podéis encontrar en la Iglesia! En ella tenéis la palabra
orientadora de Dios que da sentido a vuestra vida; la acción de Cristo que
hermana a todos los hombres, haciéndolos hijos del Padre común; la fuerza
impulsora para vuestras energías creadoras de un mundo nuevo, justo y
fraternal.
Por eso la Iglesia se propone también como centro impulsor de
justicia, de verdad, de lucha contra el pecado en todas sus formas. Por eso
quiere guiar hacia una sociedad más justa mediante las normas que da en
su enseñanza social. Una enseñanza que vosotros, jóvenes, debéis
estudiar para empeñares en llevarla a la práctica.
Estoy convencido de que una de las cosas mejores que puede hacer
la Iglesia, para reanimar la fe de los venezolanos y contribuir a una sociedad
mejor, es dedicarse a una formación sería y cristiana de la juventud, y a la
unificación de la misma. Por eso aliento hacia una acción revitalizada en las
parroquias y familias cristianas, en la escuela, el liceo y la universidad. Es
un desafío para la Iglesia de vuestro país.
4. ¿Qué piensas tú del Papa?, era otra pregunta de
vuestra encuesta.
Al llegar aquí, he de agradecer vuestra respuesta, ya que la
mayoría de vosotros ha contestado que es vuestro amigo. Quiero
deciros que es verdad. Que el Papa se considera amigo y muy cercano
a los jóvenes y a sus esperanzas. Por eso confía en ellos, en vosotros.
Por eso desde esa estima y confianza, os dice:
¡Jóvenes! ¡Amigos! No adoptéis actitudes que llevan en su interior
sólo el espejismo de la verdad. Ellas destruyen vuestra juventud. Porque la
juventud no es pasivismo e indolencia, sino esfuerzo tenaz por alcanzar metas
sublimes, aunque cueste;
— no es cerrar los ojos a la realidad, sino rechazar las
hipocresías convencionales, y buscar y practicar apasionadamente la verdad;
— no es evasión o indiferentismo, sino compromiso solidario con
todos, especialmente con los más necesitados;
— no es búsqueda del placer egoísta, sino impulso incesante de
apertura y voluntad de servicio;
— no es violento torbellino revolucionario, sino dedicación y
esfuerzo por construir con medios pacíficos una sociedad más humana, fraterna y
participativa.
Frente al pasado, la juventud es actualidad; frente al futuro, es
esperanza y promesa de descubrimiento e innovación. Y frente al presente, debe
ser fuerza dinámica y creadora. Por todo ello, no podéis pensar, jóvenes, que
la situación presente es algo extraño a vosotros; es algo que os compromete,
como seres humanos y como cristianos.
5. Vuestra encuesta preguntaba también: ¿Qué significa
Cristo en tu vida? Es como un punto de llegada de las anteriores
preguntas.
Más de una vez os habéis puesto ese interrogante y otros os lo
habrán puesto también. Quiero ayudaros en la respuesta que tantos de vosotros
habéis dado ya. Para un joven y una joven idealistas, generosos, valientes,
Cristo puede y debe ser la raíz del propio vivir, el eje central y punto de
constante referencia en los propios pensamientos, en las decisiones, en el
generoso compromiso por el bien.
Buscad pues a Cristo y acogedlo. El es exigente, no se contenta
con la mediocridad, no admite la indecisión. El es el único camino hacia el
Padre (Cfr. Jn. 14, 6) y el que lo sigue no camina en tinieblas
(Cfr. ibid. 8, 12). Cristo es la certeza de vuestra
juventud y la fuente de vuestra alegría. En El, eternamente joven,
encontraréis la victoria de la vida sobre la muerte, la victoria de la verdad
sobre la mentira y el error, la victoria del amor sobre el odio y la violencia.
Pero aceptar a Cristo significa al mismo tiempo acoger
amorosamente su mensaje, su palabra transmitida de modo auténtico en la
Iglesia de Dios. Vivir la vida que Cristo ha conquistado para nosotros con su
muerte y su resurrección, es incorporarse a la gran familia de los salvador por
El; es ser parte del Pueblo de Dios; es ser Iglesia.
No sólo esto. Aquí entre vosotros hay quienes han sentido el
llamado para dedicarse por entero al servicio de Dios y de los hombres en la
entrega sacerdotal o religiosa. A ellos les digo: acoged con alegría y
orgullo esta vocación. Es un regalo maravilloso que os permite estar más cerca
de Dios, para estar más cerca de los hombres y acompañarles en su camino. A
todos los otros os pregunto: ¿Habéis pensado que quizá Cristo puede
estar llamando a algunos de vosotros para ese servicio, alto, difícil,
pero que vale la pena?
6. Vuestra encuesta concluía preguntando a cada uno de
vosotros: ¿Qué estás dispuesto a dar para hacer una Venezuela más
justa?
Tratándose de jóvenes que han conocido a Cristo, el primero entre
los hermanos, que quiere la dignidad y el bien de todos, el amor a El ha de
llevar a pensar en los demás. Ha de obligar a no instalarse en
el propio egoísmo, sino a abrirse a los demás. Porque Dios es nuestro Padre
común y, en consecuencia, todos somos hermanos. Son las exigencias
de la caridad, del amor. Porque «Dios es amor» (1 Jn. 4, 16) y
tanto nos ha amado que nos entregó a su propio Hijo, Jesús (Cfr. Jn.
3, 16), el cual no vino a ser servido, sino a servir (Cfr. Mt. 20,
28).
Siendo imagen y semejanza de Dios, vuestra vida no debe
ser para vosotros solos, sino que debe ser un don, un regalo para los
demás. Poned pues vuestras cualidades al servicio de los otros, especialmente
de los más necesitados. Con esta apertura a Dios y los hombres
encontraréis la realización de vuestra personalidad. Y seréis así
verdaderos hijos de vuestra patria, que espera y necesita vuestro aporte
generoso, para ser más digna, más justa y acogedora.
Sed, por ello, fieles a vosotros mismos, a vuestro ser de
cristianos, a vuestra condición de jóvenes venezolanos. Y cuando no podáis
hacer todo lo que querríais, haced lo que vosotros podáis, lo que
depende de vosotros. ¡Sin miedo! ¡Sin evasiones! ¡Abiertos a Cristo y al
hermano por El!
7. ¡Jóvenes venezolanos! Hemos de acabar este encuentro. Pensad
que el futuro de la Iglesia, de vuestro país, de América
Latina, está en vuestras manos. Preparaos con serenidad y constancia para
afrontar dignamente tan gran responsabilidad. La bendición de Dios y mis
oraciones por todos vosotros, os animen en esta tarea.
Cristo os inspire siempre con su palabra y con su ejemplo.
Y que la Virgen Santísima, nuestra Señora y Madre de Coromoto,
acompañe vuestro camino por la vida. Así sea.
¡INTERCEDE POR VENEZUELA SANTO PADRE!
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