LA FECUNDIDAD PLENA
Nos gusta la vida, sobre todo por
tantas experiencias de amor que dan sentido y brillo a cada jornada.
En esa vida deseamos la fecundidad
verdadera, la que produce frutos buenos que duran y que sirven para el presente
y para el futuro.
La fecundidad llega a ser plena si se
construye en el tiempo y salta hasta la vida eterna. Entonces todo
adquiere sentido, porque tiene la fuerza del amor completo.
Esa fecundidad plena solo es posible
cuando el sarmiento está unido a la vid, cuando el discípulo vive junto a su
Maestro.
“Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque
separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
Cuando dejamos al Señor, cuando buscamos vivir según los criterios del
mundo, empezamos a ser estériles.
Entonces todo lo que hacemos, incluso
lo que podría ser útil, está herido por el mal del egoísmo, la avaricia, la
soberbia, la vanagloria.
En cambio, si permitimos que
la Sangre de Cristo alimente nuestras almas y nos contagie con el Amor pleno,
adquirimos esa fecundidad que lleva a la vida.
Cada día escojo con qué linfa
alimento mis pensamientos y decisiones. Si me uno a la Vid de Dios un fuego
indestructible habitará en mis actos, y llegaré a milagros insospechados.
“En verdad, en verdad os digo: el que
crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque
yo voy al Padre” (Jn 14,12).
Fuente: https://es.catholic.net/op/articulos/66232/cat/308/la-fecundidad-plena.html#modal
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Diana
Gómez
Novicia
MAR
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