LECTIO DIVINA DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - CICLO A, EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 1-9


«ÉL HABÍA DE RESUCITAR DE ENTRE LOS MUERTOS» 

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Ilumina mi sombra para llevar tu luz.
Ilumina mi sonrisa para abrazar tus resurrecciones.
Ilumina mi impotencia para fortalecerme en tu amor.
Ilumina mi andar para crecer en la entrega.
Ilumina mis palabras para no tener miedo a tus silencios.
Ilumina mis lágrimas para seguir sembrando.
Ilumina mis errores para aprender de vos.
Ilumina mi oración para no ser sordo a tu llamado.
Ilumina mi latir para no perder el ritmo del Reino.
Ilumina mis necesidades para animarme a vivir más allá de ellas.
Ilumina mi amor para que sea incondicional y hasta el extremo como el tuyo.
Ilumina mi soñar para despertar contigo.
Ilumina mi música para cantar con los demás.
Ilumina mis heridas para regarlas desde el manantial.
Ilumina mi carisma para que sea plenitud de vida.
Ilumina mi cercanía para construir a la vez distancias y puentes.
Ilumina mi Eucaristía para hacerlo en memoria tuya.
Ilumina mi paz para ser tu mensajero.

(Marcos Alemán, sj)

CONTEXTO:
Queridos hermanos ¡Cristo ha resucitado!, hoy una alegría inmensa habita nuestro corazón y nos llena de esperanza. El evangelio nos presenta la resurrección como la plenitud de la vida que rompe con todos los límites que pudiera detener su camino. María de Magdala, Pedro y el discípulo amado constatan que el sepulcro este vacío, expresión que indica que Dios no es ausencia, por el contrario, Dios es esperanza y está presente en la existencia cotidiana de todos nosotros.
TEXTO
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y le dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
¿QUÉ DICE EL TEXTO?
Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: "Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos".

¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.

Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.
Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos "aparece" constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.

¿QUÉ ME DICE EL SEÑOR?
En este día puedo descubrir el inmenso amor que el Señor tiene a la humanidad, Él ha resucitado, esta entre nosotros, nos acompaña y vive lo que también nosotros vivimos en este tiempo.
Los tres personajes que aparecen en el pasaje (María Magdalena, Pedro y el discípulo amado), me hacen una invitación clara: ser FIEL, y de esta manera ir de prisa al encuentro con el Señor, preparando el corazón, dejando atrás las vendas, o los lienzos que me atan, para estar con Él y así resucitar a una vida nueva, que sea fecunda en amor y en obras.
¿QUÉ LE DIGO YO AL SEÑOR?
Señor: quiero agradecerte por medio de este canto el mensaje que tú me has dado en este día.
Fuentes:
Minutos de amor.
Diana Gómez
Novicia MAR

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