¡QUÉ MI ALMA ARDA EN EL FUEGO DE TU AMOR!
Hermanos hoy les comparto esta reflexión de del sacerdote y escritor Jacques Philippe, que Dios nos ayude a descubrirnos necesitados de su gracia y de su amor.
Cuando el fuego se acerca al leño, en primer lugar,
lo ilumina, lo alumbra y lo aviva; esta fase correspondería a un misterio
gozoso: el amor divino que se nos revela también a nosotros nos da luz y calor.
Si el fuego se aproxima aún más, en un primer momento los efectos son
aparentemente inversos: en contacto con la llama, el leño comienza a oscurecer,
a despedir humo, a oler mal y a desprender brea y otras sustancias
desagradables. Se trata de la efusión dolorosa: el alma, penetrada más
hondamente por la implacable luz divina, experimenta su miseria, su pecado y su
absoluta impureza — La libertad interior, Pag 44
Esta etapa dura el tiempo necesario hasta que el
fuego purificador haya concluido su tarea y el alma en su totalidad sea
iluminada y abrasada, transformada en fuego de amor, como el leño quemado que,
en lo sucesivo, también él ha quedado convertido en fuego. Es la efusión
gloriosa, en la cual el alma se ve fortalecida en la caridad, ese fuego que
Jesús ha venido a traer a la tierra.
A mi entender, la principal enseñanza que se extrae
de esta imagen va acompañada de un gran optimismo: no debemos tener miedo a
esos momentos en que la experiencia de nuestra miseria nos anonada; no debemos
desesperar, sino continuar entregándonos a Dios confiadamente, convencidos de
que -antes o después- esta miseria nuestra se transformará en ardiente caridad.
Santa Teresita del Niño Jesús escribe a su hermana María del Sagrado Corazón:
«Alejémonos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez… entonces seremos
pobres en el espíritu y Jesús vendrá a buscarnos. Por muy lejos que estemos,
nos transformará en llamas de amor».
Diana Gómez
MAR
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