PASCUA ES DISFRUTAR


¿Qué es disfrutar?
«Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo sea colmado.»
Juan 15,11
Herido por el pecado, el hombre encuentra ambiguas las cosas que Dios, cuando creó, «vio que eran buenas» (Gén 1, 31).
Por sus solas fuerzas el hombre no logra resolver esta ambigüedad. A menudo escoge el mal que no quiere, y con frecuencia prefiere un mal dulce a un bien arduo.
Es por ello por lo que, cuando quiere levantarse sobre sí mismo y su mediocridad, el hombre tiene que aprender a decirse «no», esto es, tiene que negarse a sí mismo: abnegarse. Este esfuerzo, esta renuncia supone sufrimiento y, concretamente, implica no disfrutar bienes inmediatos, en búsqueda de bienes mayores, aunque sean posteriores. En el límite, su mirada se fija en lo que no ve, y su mente casi se ve obligada a despreciar lo que ve.
Sin embargo, si esta actitud se exagera, fácilmente caemos en el desprecio del goce, de la alegría, del disfrute. Para muchos, creyentes o no, parece claro que la fe cristiana implica renunciar los placeres, y concretamente, a aquellos que tienen que ver con el cuerpo.
Pero, ¿se corresponde esto con el mensaje de la Biblia, que ya desde la primera página nos habla de que las cosas son buenas en sí mismas, y que por consiguiente su mal sólo puede estar en el uso que se les dé? ¿Se corresponde con nuestra fe en que resucitaremos con cuerpo, con un cuerpo espiritual, semejante al cuerpo glorioso de Cristo? ¿Se corresponde con la invitación de san Pablo: «gozaos en el Señor; os lo repito: gozaos» (Flp 4,4)? Desde luego que no. Y esto quiere decir que nosotros los cristianos tenemos que aprender a disfrutar, a ser felices sin recaer en el pecado. Aún más: necesitamos aprender a evangelizar con nuestra alegría y a reeducar al mundo que cree que para disfrutar hay que pecar.
Como una guía inicial, podemos ofrecer algunos criterios:
Siempre podemos disfrutar:
-QUE DIOS SEA MAS CONOCIDO Y MAS AMADO;
-La dicha de conocerlo, de pronunciar su Santo Nombre, de creer en él, de esperar en él, de amarlo a él;
-La paz de una buena conciencia;
-La gracia de poder arrepentirnos y de contar con la misericordia de nuestro Salvador, reclamando con humilde fe la Sangre de Jesucristo Crucificado;
-Poder hacer algún bien a nuestros hermanos;
-Tener todavía tiempo para convertirnos y para ayudar a que otros se conviertan más y más a él;
-Existir, ser, haber sido pensados y creados por el Dios Santo, Bueno, Sabio, Fuerte y Misericordioso.
Casi siempre podemos y debemos disfrutar:
-La VIDA y la SALUD, si así es voluntad de Dios;
-Contar con amigos, si lo son en el Señor;
-Poder conocer más sobre el mundo, la historia y la naturaleza;
-Tener un lugar donde vivir, y vestido con qué cubrirnos, y alimento para reparar nuestras fuerzas;
-Un trabajo, si con él hacemos mejor el mundo a gloria de Dios;
-El descanso merecido, que sigue a la labor;
-La belleza de la naturaleza, del color y del sonido, de la noche y del silencio;
-Tener una cierta estabilidad social y familiar de cara al futuro;
-Para quienes han conformado un hogar, el engendrar y educar la vida de los hijos.
Sólo con moderación y discernimiento, según el propio estado de vida, hemos de disfrutar:
-Ser estimados, reconocidos, tomados en cuenta;
-Las ventajas de la tecnología;
-Poder servir mediante el gobierno y la autoridad;
-La comodidad de un lugar;
-El aroma de un perfume;
-El sabor de los manjares;
En cambio, nunca debemos disfrutar:
-Del PECADO, aunque parezca deleitable;
-De la venganza, aunque nos parezca «justa»;
-Del mal ajeno;
-Del dinero o los bienes mal habidos;
-Del tiempo para siempre perdido.
¡Enséñenos la alegría de la Pascua cuál es nuestra verdadera alegría!
REFERENCIAS DE LA SAGRADA ESCRITURA
La palabra griega para/deisoj (parádeisos, de donde proviene nuestro “paraíso”) es un calco del persa pardes, que significa “huerto”. Ahora, dadas las condiciones climáticas y ecológicas de las culturas del Medio Oriente, que empezaron a utilizar el término, hallar un huerto era más que encontrar un simple jardín o huerto. De su admiración y solaz por la vida y la belleza en medio del desierto nació la idea de paraíso como “lugar deleitable”.
En las religiones del Medio Oriente, los dioses son representados según el modo de vida de los poderosos de esta tierra, y por eso se los imagina viviendo con delicia en palacios rodeados de huertos, por los que corre el agua de la vida, donde brota también, entre otros árboles maravillosos, el “árbol de la vida”, cuyo fruto alimenta a los inmortales…
Estas imágenes, purificadas de su politeísmo, se aclimataron en la Biblia: según las convenciones de su antroporfismo estilístico, no se tiene reparo en evocar a Dios “paseándose a la brisa del día” (Gén 3,8); el huerto y sus árboles son incluso citados en proverbio (Gén 13,10; Ez 31,8s.16ss). Toda esta imaginería resulta útil para describir el estado primitivo del hombre y su primigenia caída, y por consiguiente para describir la parte más dura de su existencia actual y su anhelo de una vida plena, fácil, feliz, apacible.
 Por esto la Sagrada Escritura abunda en descripciones paradisíacas de la felicidad que trae —y sobre todo que traerá— la salvación de Dios. En realidad toda la Biblia es como un cántico a este paraíso perdido por el pecado y recuperado, con creces, por la gracia. Así, si los pecados del pueblo han hecho de su morada en la tierra un lugar de desolación (Jer 4,23), en los últimos tiempos Dios lo transformará en el huerto de Edén (Ez 36,35; Is 51,3). En este nuevo paraíso, el cielo,  —fruto de la redención y ya no del puro esfuerzo humano— las aguas brotarán del templo de Dios, y a sus márgenes crecerán árboles maravillosos para alimento y curación del pueblo elegido (Ez 47,12). Así el camino hacia el árbol de la vida volverá a abrirse para los hombres (Ap 2,7; 22,2: en contraste con Gén 3,24). Entonces habrá maravillosa fecundidad de la naturaleza (Os 2,23s; Am 9,13; Jer 31,23-26; Jl 4,18); paz universal, entre los hombres (Is 2,4) y con toda la naturaleza (Os 2,20; Is 11,6-9; 65,25); gozo sin mezcla de amargura (Jer 31,13; Is 35,10; 65,18); supresión del dolor y de la muerte (Is 35,5s; 65,19; Ap 20,14; 21,4); victoria sobre la antigua serpiente (Ap 20,2s.10) y entrada en la vida eterna (Dan 12,2; Sab 5,15; Ap 2,11; 3,5).
 

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