Conociendo nuestra historia...

Nuestras novicias, bien juiciosas, en el recreo, haciendo manualidades.
 Monseñor Francisco Javier Ochoa, O. A. R., vicario apostólico de Kweiteh-fu pensaba fundar la Santa infancia y una congregación de religiosas que ayudaran a los misioneros en la misión de China. Pero para formarlas e instruirlas, ve la necesidad de contar con monjas con varios años de profesión. En los finales del año 1930, Monseñor Francisco Javier Ochoa visita los monasterios agustinianos recoletos de vida contemplativa en España, pidiendo voluntarias para colaborar en la labor apostólica que tiene emprendida en China.


La Santa Infancia nació a partir de una realidad social de China; Fray Francisco Javier Ochoa comenta: “da miedo y pone espanto en el corazón que cuando nacen las niñas son abandonadas en la vía pública o arrojadas a lugares más retirados, donde servirán de comida a los cuervos, perros o animales más inmundos”. Impresionado por esta realidad común en las calles de China, monseñor comparte al Padre Provincial. – ¡Qué  bueno sería poder recogerlas en la misión; bautizarlas y educarlas en nuestra Santa Fe! ¡Cómo nos  pagaría Dios cualquier sacrificio con el ciento por uno y después la vida eterna…! Creo que debemos hacer algo por recoger estas infelices criaturas. Los Agustinos Recoletos se han hecho padres de estas niñas, -“Nos ocuparemos de darles una educación sólida y después servirán de maestras, catequistas, o las casaremos con jóvenes buenos cristianos”...hacen lo que pueden para poder educarlas, vestirlas y alimentarlas lo mejor posible como verdaderos padres.
Aun conscientes del   cambio radical en sus vidas, que implica salir del monasterio y dedicarse íntegramente a la vida activa muchas fueron las monjas que se ofrecieron a la misión, pero sólo tres monjas tuvieron la dicha de la elección, dos salen del convento de Corpus Christi de Granada: Madre Ángeles García y Madre Carmela Ruiz; la tercera del convento de la Encarnación de Madrid: Madre Esperanza Ayerbe de la Cruz. Así en el día 5 de abril de 1931 tres monjas de vida estrictamente contemplativa, marcadas por su gran celo apostólico y por su confianza en Dios, emprenden vuelo hacia el lejano Oriente, venciendo todas las dificultades tanto del idioma como de las costumbres orientales.

Nuestras misioneras llegan en la misión de China en el día 19 de mayo del mismo año y muy pronto de clausura se dieron al aprendizaje del difícil idioma chino; se hicieron cargo de las niñas huérfanas, de la Santa Infancia y de la formación y guía de las Agustinas Catequistas de Cristo Rey; también no tardaron en tomar bajo su cuidado lo tocante a la comida, ropería de los misioneros y la lavandería de los residentes. La casita en que se albergaron era muy pequeña contaba solo con cuatro habitaciones, con paredes de caña forrada con papel. Posteriormente se empieza la construcción de una casa donde ofrece mejor condiciones de vida a las hermanas.
Nuestra novicia Francisca, retomó su labor de punto cruz.
Pasan volando los tres años que la Santa Sede les concedió para experimentar la vida misionera, tres años de entrega incansable y de mucha labor apostólico. Más una vez nuestras valientes misioneras deben decidir: quedarse en la misión o retornar a sus monasterios, movidas por su celo misionero y por la fuerza del Espíritu Santo optaron por la vida misionera en China, pero deben incorporarse a la comunidad de agustinas recoletas de Filipinas quedando pues amparadas legalmente por esta congregación. 
En mayo de 1938 estalla la guerra chino-japonesa y el trabajo misionero fuera de casa tiene que ser interrumpido porque los bandidos invaden el lugar, los soldados saquean, las bombas caen en la misión. Las religiosas y niñas son trasladadas al hospital para refugiarse de los inminentes peligros de la guerra. Al regresar de su “exilio”, las misioneras retoman  las labores apostólicas ensanchando su radio de acción a la enseñanza del catecismo en los suburbios, visitando las cárceles y a los enfermos. 
Una vez más monseñor Ochoa se deja interpelar por la realidad social que le cerca, en medio del escenario devastado por la guerra  ve la necesidad de más operarias para  trabajar en la viña del Señor. Piensa en privarse de dos de la misión para enviarlas a España con el fin de fundar un noviciado para formar religiosas para su querida misión, pero no dispone de recursos económicos para esto.
Dios siempre va conduciendo la historia; sucedió que  al finalizar el año 1939 el padre de sor Carmela cayó gravemente enfermo y escribe a su hija misionera que, antes de morir quiere ver a todos sus  hijos reunidos y que a ella le pagará los viajes de ida y regreso a la misión. Mons. Ochoa ve en esta circunstancia la respuesta a su constante oración “si es tu voluntad” y por ello, envía a madres Esperanza y Carmela a España, para que además de atender al pedido del padre de sor Carmela, funden una casa noviciado en España, para reclutar nuevas vocaciones misioneras para su misión de Kweitehfú. 
Sólo el señor pudo hacer factible que la pequeña semilla arrojada en el corazón de China, se tornara en árbol frondoso, cuyas ramas se extienden hoy por nueve países distintos, para acoger bajo su sombra las necesidades, alegrías, sufrimientos, o esperanzas de cuantos se cobijan en él.
Sintetizado por: Francisca Braga. Novicia MAR



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