EL PODER DE LA ORACIÓN
Queridos hermanos, así como nos exhorta las Palabras
del santo evangelio: “orar siempre y sin
cansarse,” también nos exhortan los grandes santos de la iglesia. Pues la
oración como dice San Agustín es un diálogo,
es hablar con Dios, de tú a tú, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed
del hombre. Y dice santa Teresa de
Jesús que la oración es un encuentro de amor. Ciertas son las palabras de
estos grandes santos, pues si no hay encuentro, si no existe el diálogo no hay
relación, y si falta el amor, nada tiene sentido.
La oración siendo un encuentro, da a conocer el gran
deseo y amor de Dios por todas sus creaturas, a la vez también el hombre da
vida al deseo profundo de su alma: descansar
en Dios, encontrar a Dios; mientras este corazón no encuentre su destino
quedará vagabundeando sobre el mundo, apegándose a todo lo vano, pasajero,
efímero.
El ser al encontrarse con Dios, encuentra su plenitud,
se abre a la nueva creatura. ¿Quiénes son las nuevas creaturas? Aquellas que
nacen de una vida en Cristo, aun estando en el mundo terreno su corazón se
elevan a la patria celeste, sabiendo éste que allí está su morada. ¿Quién fue
Jesús? El amor encarnado, pues toda la
vida de Jesús es amor, en sus gestos, palabras, miradas…Quien se encuentra con
Jesús y desea realmente seguirle, no puede ser indiferente a lo que él fue:
a sus sueños, a su misión y a los que él
amó: pobres, marginados, enfermos de toda clase, pecadores, indefensos...
Quien tiene su corazón atrapado por este
amor se abre los clamores del mundo; tiene un corazón indiviso, un corazón todo
para Dios. ¿Y cómo se demuestra este amor a Dios? En el amor al prójimo, como
insiste el nuevo testamento y reafirman los santos doctores de la iglesia como
San Agustín: “Cuando amamos al hermano
con amor verdadero..., le amamos con un amor que viene de Dios... Y el que no
ama al hermano, no está en el amor..., y el que no está en el amor no está en
Dios porque Dios es amor...”
Comulgar a Cristo es comulgar también con el hermano,
pues somos cuerpo de Cristo. ¿Alguien rechaza o corta un pie porque es feo y no
le agrada? ¡Creo que no! El que tiene un pie así ciertamente lo buscará cuidar,
mejorarlo, porque sabe que lo necesita. Pues bien, somos un cuerpo, no
cualquier cuerpo, sino el Cuerpo de Cristo, pero con qué facilidad despreciamos
este cuerpo. Como hombres y mujeres de fe, necesitamos ser samaritanos de
nuestro cuerpo, velar cuidarlo. Bueno, además de las buenas acciones, movidas,
encendidas por la caridad, quisiera recalcar el poder de la oración, de la
intercesión, de cuánto bien podemos hacer por otros y de cuántas almas podemos
salvar, sabiéndonos sencillos instrumentos de Dios, pues la obra es suya, pero
él necesita y quiere necesitar de nosotros en su plan de salvación.
Un ejemplo muy
sencillo del poder que tiene la oración, lo tomo de la joven carmelita Teresita
de Lisiuex, que tempranamente descubrió el poder de la oración.
Un día leyó en el periódico sobre un condenado a muerte, que rehusaba reconocer sus crímenes y a recibir un
sacerdote y los debidos sacramentos. Teresita entonces empieza a interceder por
él. Días después llega a saber con sorpresa que el condenado Pranzini a quien
tanto había orado por su conversión, en el último momento cogió el crucifijo
que le presentaba el sacerdote y besó
por tres veces sus llagas sagradas. Desde entonces tiene la certeza de que ella
por medio de la oración puede ayudar a salvar almas.
También en los
relatos de la beata Dulce de los pobres, que trabajó incansablemente por
los pobres. Toda su vida fue una continua entrega a los más necesitados.
Muchas veces no tenía qué dar de comer a sus enfermos y pobres, ya que había
creado un hospital y hogar para acoger a los pobres, pero había días en que no
había lo que darles de comer, ella confiaba y oraba, siempre se le aparecía
alguien a hacer una donación, por pequeña que fuese, sabía que era el Señor
quien velada por los suyos.
Lo que le movía era el amor y decía con la firme convicción: el amor supera todos
los obstáculos, todos los sacrificios; no halló barreras para un apostolado
admirable, fecundo y eficaz.
La oración y el amor nos sensibilizan, nos llevan al
corazón de Dios. El capitulo dos de Filipenses nos invita a tener los mismos
sentimientos de Cristo: un corazón sencillo, humilde, amante y confiado a los
planes del Padre.
No nos cansemos
de orar, oremos sin cesar, desde la sencillez, de un corazón diariamente en
Dios, eleva a él nuestro corazón, un corazón que tenga espacio para todos: para
los excluidos, abandonados, rechazados, los que son los desechables de la
sociedad… Hay muchas personas diariamente que mueren de hambre, mueren por la
violencia ciega de tantos de nosotros hombres y mujeres. Personas, vidas que
sufren la trata de personas en sus diversas modalidades, tales como el tráfico
de órganos, el trabajo forzado, la explotación sexual e infantil. Personas que
viven en el submundo escondidas, refugiadas en las alcantarillas, como animales,
sin derecho, sin voz, sin dignidad y con lo mínimo para su subsistencia. Hay
países en que la mujer y los niños son violados en todos sus derechos. Todo
esto sangra en el corazón de Dios que nos creó, soñó a su imagen y semejanza.
¡Si amas a Dios
ama a sus miembros que gimen por el mundo!
Demos gracias a Dios pues vivimos en un país libre,
donde podemos profesar nuestra fe, defender nuestros derechos y luchar por
nuestra dignidad humana. Oremos y confiemos en Dios, no tengamos miedo de
comunicar su amor, pues él único que nos salva y da la vida verdadera.
Juliana Lima Ribeiro
Novicia MAR
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