LECTIO DIVINA. XX DEL TIEMPO ORDINARIO - B. Juan 6,51-58


CONTEXTO:
Continuamos con el capítulo 6 de san Juan, en torno al discurso del Pan de Vida. De dar de comer a una multitud, la semana pasada Jesús se nos proponía como “Pan bajado del cielo” que quien lo  come no morirá. Hoy Jesús nos sigue remarcando que el que coma de este Pan (El mismo cuerpo de Cristo) vivirá para siempre. Lo que es un escándalo para el no creyente de su tiempo y del nuestro, es una promesa cumplida para el que cree y se acerca a Él con fe. Dejemos que esta Palabra se encarne en cada uno y haga morir nuestro “yo” para nacer al “nosotros”.

¿QUÉ DICE EL TEXTO?
Lectura del santo Evangelio según San Juan 6,51-59.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: -Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.
El pan eucarístico sigue las leyes de todo pan ofrecido por el padre de familia a los suyos. El pan, en efecto, no tiene significado especial en sí mismo; ha tenido que haber alguien que lo ganara y que lo fabricara, y no tiene sentido sino en cuanto que alguien lo va a comer. Al hacer entrega del pan, que representa su vida y su trabajo, el padre y la madre de familia pueden decir en cierto modo: "este pan es mi carne entregada para mis hijos" (v. 51), mientras que los comensales, al participar de ese pan, comparten en cierto modo la vida misma de quien se lo ha dado (v. 54). Si los padres y los hijos pueden cargar de un significado profundo al pan cada vez que lo comparten, ¿por qué Jesús, que es el hombre más perfecto que haya existido, no habría de poder dar al pan una significación completamente nueva, al nivel de la profundidad del ser del que vive, y hacer de él la participación de su vida con el Padre (v. 57) y el elemento constitutivo de un nuevo tipo de humanidad impregnado de vida eterna? (v. 54)[1].

¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?
Me fijo en Jesús
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Este pan del cielo que es Jesús es la conciencia que rebasa nuestra trascendencia y da respuesta a los interrogantes más profundos de nuestra vida. En este pan eucarístico, encuentro la fuerza y el poder de Cristo,  para que vaya purificando mi existencia de pecado que continuamente me acecha y vaya fortaleciendo mi espíritu en este peregrinar hacia Él.
“El que coma de este pan vivirá para siempre”: Este Pan es el banquete del que habla el libro de Proverbios; es un pan que quita el hambre y la sed de trascendencia, porque el Señor nos vivifica y cada día hace posible que se actualice nuestra entrega; es el pan del banquete y de la fiesta; de una vida reconciliada y una vida fraterna que apuesta por lo común, antes que por  lo propio, y nos hace personas eucarísticas donde el amor dinamiza nuestro existir.
“Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Pero es también un pan que genera hambre de justicia en este mundo sin conciencia, sin trascendencia, perdido en los avatares de lo material, y subyugado bajo la opresión del egoísmo que cada día se entrena más para la insolidaridad y la injusticia. Es una invitación fuerte a salir para dar lo que gratis hemos recibido y ser respuesta alternativa a un mundo sin horizonte, sin pan de verdad, sin pan de justicia, sin pan de fraternidad y consuelo.
“Les aseguro, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes”. Quiero tener vida, porque el pecado me hace trampas y me lleva a la desesperación, a la duda, al vacío y a la nada. Quiero tener vida en Cristo, porque es su promesa la que me hace confiar cada vez más en su Palabra y porque Él se entregó por mí y por toda la humanidad, para anunciarnos el amor tan grande que Dios nos tiene.
“El que come (…) y yo le resucitaré en el último día”: Esto es lo que Dios quiere para cada uno de nosotros: resucitarnos, por eso san Pablo nos dice que no seamos insensatos en la segunda lectura. Nos dice además que no bebamos un vino que emborracha. La sangre de Cristo tiene poder en cada uno de nosotros; basta tener fe, y el Espíritu de Dios obrará en nosotros.
“El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí”: Y con esta palabra, para qué más. Se trata de intimidad profunda. Somos vasos comunicantes, pues tal cual el Padre y Jesús son uno; tal cual Jesús y nosotros su cuerpo, miembros vivos, somos uno, unidos a la cabeza. Compromiso que me lleva a no vivir un intimismo con Cristo Eucaristía, sino a vivir la radicalidad del amor, que tiene su fuente en la Santísima Trinidad que nos habita y nos lanza y proyecta hacia los hermanos, donde Cristo se visibiliza en cada uno de sus miembros.
Me fijo en los judíos
“¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”: Puede pasarnos que nos escandalicemos de Jesús. Este Jesús que muchas veces no es fácil de comprender. Amar es una respuesta difícil en el día a día; pero es el camino seguro de felicidad. No quiero que el Señor se escandalice conmigo y me diga cada día: Nieves Mary, ¿no dices que me amas y te ofreces junto a mi cuerpo y a mi sangre? ¿Cómo entonces no buscas dejar que ame en ti a todos mis hermanos y venza en ti, todo aquello que bloquea tus sentidos para verme en ellos?
¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO A DIOS?
Mi Señor y mi Dios, hoy no tengo palabras para poderte expresar y agradecer todo el amor que nos tienes. 
Tu carne es mi viático para el camino. 
Siempre me ha gustado el canto “caminante, no hay camino…”, pero ahora, en estos últimos tiempos, me he apropiado con mucho gusto de la frase agustiniana de “Somos peregrinos, en tránsito”…¡Qué feliz me hace sentirme peregrina! Añoro el momento del encuentro definitivo. 
Mientras tanto me pides que ame y me das tu Cuerpo y tu Sangre cada día para que no sea yo sino Tu en mí el que obre el milagro de hacerme eucarística. 
Consciente de mis limitaciones; consciente de mis inconsciencias ante las implicaciones que tu Palabra debe tener en mi vida, te pido me sigas ayudando, sosteniendo, alimentando, para teniendo el “corazón en alto”, trascienda cada momento de mi vida, en el  encuentro profundo que da la certeza de sentirme habitada y amada por ti.
Nieves Ma. Castro P. MAR








[1] http://www.mercaba.org/DIESDOMINI/T-O/20B/marco_20b.htm

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