CLAUSURA DEL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
El pasado sábado, 6 de febrero, tuvo lugar en la Basilica de Lourdes de Bogotá convocado por el Cardenal Rubén Salazar la clausura del Año de la Vida Consagrada.
La iglesia repleta de consagrados participamos de la Eucaristía
presidida por el Cardenal.
En su hermosa homilía, haciendo eco del versillo del salmo responsorial:
El señor nuestro Dios, es el rey de la
gloria destacó las siguientes ideas que nos pueden ayudar a reflexionar y a
agradecer este don maravilloso de nuestra vocación.
“Este versículo nos recuerda que Dios tiene dominio sobre todo lo creado…Dios
del cual depende todo lo que existe y hacia el cual camina todo lo que existe,
Dios principio y fin de cuanto existe, principio y fin de la humanidad y de cada una de las personas. Parecería
esto hoy algo sin sentido...pues a medida que la humanidad se desarrolla junto
con la ciencia, hemos ido quitando a Dios
de la vida social, de la vida comunitaria. Hoy el mundo parecería dar
definitivamente la espalda a Dios y por eso allá en el fondo de nuestro corazón
corremos el peligro de dejarnos contaminar de esa situación que vive la humanidad,
permitiendo otras cosas que dominen en nuestro corazón, que marcan la pauta de nuestra
existencia. Hay en nosotros un autoendiosamiento,
un egoísmo como centro de todo y colocamos como otros dioses que excluyen al único Dios verdadero. En este
sentido la vida consagrada es signo profético de la humanidad, porque al poner
toda la existencia al servicio de Dios se está poniendo en evidencia de forma
existencial que Dios es el Señor del
universo y que es la única fuente y único destino de todo cuanto existe. Los consagrados
a Dios en pobreza, obediencia y castidad están proclamando que Dios
es el único absoluto; al mismo tiempo, que es infinitamente
misericordioso y que se ha revelado en Jesucristo. Es el Señor de la gloria que
se anonadó, es aquel que quiso compartir nuestra carne y nuestra sangre para liberarnos
del pecado, por eso la vida tiene que tener esta dimensión de misericordia. Nosotros
al entregar nuestra vida al Señor lo reconocemos como único absoluto, como la
misericordia y la bondad que viene a nosotros para liberarnos del pecado y sus
consecuencias, la primera la muerte. El Señor viene en Cristo, el rostro de la
misericordia del Padre, a mostrarnos cómo tenemos que estar unidos profundamente
a él para caminar en la libertad. Desde aquí la ida Consagrada se hace profecía,
porque entregando la vida totalmente al Señor se entrega la vida al servicio de
los hermanos. La entrega no puede vivirse sino en la medida que se hace entrega
y servicio al hermano.
N.M.C.P
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