LECTIO DIVINA, XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C. Lc 9,18-24
El que quiera seguirme...
Puedes acceder por medio de este link a la reflexión del Evangelio sonoro de este domingo:
CONTEXTO:
La
confesión mesiánica en la boca de Pedro es el punto de llegada de un largo
camino de manifestaciones por parte de Jesús y el punto de partida para la
formación ulterior de los discípulos. El marco es sugestivo: puede dedicarse a
la oración, en compañía de los Doce. La oración precede y acompaña los momentos
decisivos de la misión de Jesús en el evangelio de Lucas. Jesús quiere hacer un
balance e interroga a sus discípulos.
TEXTO:
Evangelio según San Lucas 9,18-24.
Una vez que Jesús
estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les
preguntó:
—¿Quién dice la gente que soy
yo? Ellos contestaron: —Unos que Juan
el Bautista, otros que Elías,
otros dicen que ha vuelto a la vida uno
de los antiguos profetas. Él les preguntó: —Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó
la palabra y dijo: —El Mesías de Dios.
Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie. Y añadió: —El Hijo
del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados,
ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo: —El que quiera
seguirme, que se niegue a sí mismo,
cargue con su cruz cada día y se
venga conmigo. Pues el que quiera salvar
su vida, la perderá; pero el que
pierda su vida por mi causa, la salvará.
¿QUÉ DICE EL TEXTO?
Una vez que Jesús estaba orando
solo,
Es el lugar
teológico, donde comienza el camino, frente al geográfico que señala Marcos en
“Cesarea de Filipo”. Antes de sumergirse en la “voluntad de Dios”, como en el
bautismo, aparece Jesús en oración. En diversos pasajes (3,21; 6,12, 10,21; 12,50) la oración se nos
presenta como principio de la acción de Jesús
a favor de los hombres.
…en presencia de sus discípulos, les preguntó:
Después del
don del pan (versículos anteriores), los discípulos son sacados del mundo,
porque la Eucaristía los absorbe con Él en la soledad única de su diálogo de Hijo con el Padre. La
oración es el lugar solitario e íntimo del amor de Jesús al Padre, ese amor del
cual Él ha venido a hacernos partícipes.
Esta oración es la soledad con el Padre, a la cual el pan nos asocia, es el
lugar dónde Él nos interpela y se revela.
—¿Quién dice la gente que soy
yo?
Hasta ahora
era el hombre el que se interrogaba acerca de Jesús y lo interrogaba. Ahora es
Él mismo quien toma la iniciativa. Aquí termina nuestra pregunta para escuchar
la suya. Él exige nuestra respuesta.
Ellos contestaron: —Unos
que Juan el Bautista, otros que Elías, otros…
Se sintetiza
la respuesta de la gente en que Jesús es un “profeta” “resucitado”. Esta es una
alusión importante para el lector ya que introduce en el centro de la
revelación de Jesús, al profeta muerto y resucitado. De positivo se puede ver
que este pasado contiene la promesa de Dios pero de negativo, se puede
identificar a Jesús con una figura del pasado.
Él les preguntó: —Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Jesús hace
explícitamente dos preguntas, para prevenir a los discípulos acerca de la
ambigüedad de la respuesta y acerca del peligro constante de regresar a la
respuesta de la gente. Sólo si le respondemos, comienza el diálogo y Él
responde (cf. 20,8; 22,67s; 23,9). Es el mismo Jesús quien interroga a los
discípulos. El discípulo está
constituido por este interrogante. No cuestiona a Jesús y acepta ser
interrogado por Él. Jesús pregunta y el discípulo responde. Mientras somos
nosotros los que presentamos nuestras preguntas, no tendremos nunca respuestas
acerca de su novedad. Responderemos según lo que para nosotros es obvio.
Pedro tomó la palabra y
dijo:—El Mesías de Dios.
Pedro responde
expresando la fe de la Iglesia. En Lucas la función petrina es muy evidenciada.
Por eso, tal vez se omite la discusión de Marcos 8,32s. Su respuesta reconoce
en Jesús al Cristo, el Mesías esperado, el que ha de venir según la promesa de
Dios (cf. 23,35).
Él no es el
esperado del hombre, más bien es el “pero” de Dios a cualquier falsa
expectativa. Es el ungido que viene de Dios y vuelve a Dios y nos lleva consigo
a nosotros hasta Dios. Por eso su obra es salvación, y realiza lo que nosotros
no nos atrevíamos a esperar de un modo que no sabíamos pensar.
Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie.
Al reprender a
los “discípulos” exorciza todo mesianismo, inclusive si es un mesianismo
verdadero y Lucas sintetiza en este reproche el exorcismo de Jesús a la fe del
discípulo que no acepta al Mesías sufrido.
Los discípulos
no pueden revelar la mesianidad sin la corrección que él aporta a ella con su
muerte y resurrección. El misterio de la cruz como camino hacia la vida es lo
específico de su mesianidad, el “pensamiento de Dios”, contrapuesto al
pensamiento “del hombre” (cf. Mc 8,33). Los discípulos lo comprenderán
lentamente, y solo después de la pascua.
Y añadió:—El Hijo del
Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos
sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Jesús aquí
revela el misterio del pensamiento de Dios que el hombre no puede pensar ni
aceptar. El problema no es que Jesús sea el ungido de Dios, sino en “cómo” lo
es. Él es de Dios, porque precisamente, no se salva a sí mismo, sino que se
pierde y se entrega por nosotros.
El “tiene que”
indica el cumplimiento de la voluntad de Dios, revelada en la Escritura. Esa
voluntad no es una arbitrariedad caprichosa: debe morir en la cruz por
nosotros, porque nos ama y ¡nosotros estamos en la cruz!
Los ancianos,
sumos sacerdotes y letrados representan respectivamente el tener, el poder y el
saber. Son los pecados de avidez que están en el origen y expresan el
pensamiento del hombre en su intento de salvarse de su desnudez que ya no es
aceptada. Jesús es lo contrario del viejo Adán “el avaro” (cf. Flp 2,5-11) y
nos revela el rostro de un Dios que todo lo da por amor al hombre que es su
creatura.
Y, dirigiéndose a
todos, dijo: —El que quiera seguirme,
que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga
conmigo. Pues el que quiera salvar su
vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la
salvará.
Este discurso
se dirige a “todos” inclusive a los que en el futuro acojan la fe. Estas
palabras del Señor constituyen el ápice del camino de escucha que lleva al
oyente al umbral de la visión. Este pasaje es una profecía acerca del discípulo: él vive en
carne propia la misma pasión del Señor que Él acaba de anunciar. Nuestra vida
actual y futura lleva impresos los rasgos de Jesús, el Hijo muerto y
resucitado.
El martirio de
la cruz se proyecta hacia atrás en toda la vida, que es precisamente testimonio
(=martirio). ¡Es más difícil vivir para Cristo y como Cristo que pretender
morir por El o como Él!. La salvación está ligada al presente en la obediencia a su Palabra.
¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?
Es
curioso que en la vida siempre tenemos diferentes apreciaciones de las
personas. Si no conocemos a alguien bien y nos piden un parecer, opinamos
cualquier cosa. Si lo conocemos más de cerca, podemos tener una opinión más
objetiva, pero si lo amamos y es parte de nuestro ser, de nuestra vida, ya no
decimos de él, porque la palabra se queda corta; simplemente, lo amamos, lo
aceptamos y reconocemos la huella agradecida y comprometida de su vida en
nosotros. Al menos, así me pasa a mí.
El
Señor, al igual que a los discípulos, cada día me interroga y mi disposición
debe ser siempre la de responderle. Me pregunta si le amo, si estoy disponible,
si acepto esto u otro; y hay que afinar
mucho el oído para distinguir la pregunta del amado y poder separar en lo más
íntimo donde está El y donde quiero estar yo. Al final, la fuerza de su amor es
tan grande, que solo cabe decir: “Señor yo voy detrás sin perderte de vista”.
Tú en mí y yo en ti. De aquí, se sacan las fuerzas para vivir y para darle
sentido a todo lo que acontece, y ciertamente, esto produce una gran paz.
Soy
discípula de Jesús; estoy en camino y en el camino cada día me las tengo que
ver con el Señor, en aquel espacio teológico donde se las veía El con el Padre,
es decir, en la oración. Sin oración, no tengo vida, sin oración no puedo
acoger su voluntad y fácilmente me desvío, sin oración se pierde el camino de
la cruz y también pierdo el objetivo. “Para mí, la vida es Cristo” y no hay
más.
¿QUÉ ME HACE DECIRLE EL TEXTO A
DIOS?
Mi Señor
Jesús, tú dices el “que quiera” y me parece una gran paradoja. Es tu manera de
atraernos; propones caminos de plenitud ofreciéndote en la cruz, propones un
seguimiento difícil de entender para el pensamiento humano tan proclive al
facilismo y al placer.
Sin embargo,
eres tú el que llama y das la gracia, pero pides el consentimiento para que
ella actúe. Gracias: “eres el más bello de los hombres”. ¡Qué irresistibles son tus palabras, qué profundo
es tu amor!.
Ciertamente,
qué fácil es perder el horizonte si me escandalizo de tu cruz, pero que fácil
también es acogerla en el encuentro cotidiano donde me esperas y me preguntas:
¿Me amas?...Hoy, ¿me quieres seguir?
Nieves María
Castro Pertíñez. Mar
Fuentes: ZEVINI, G. El evangelio de Lucas. Estella,
2009.
FAUSTI, S. Una
comunidad lee el Evangelio de Lucas, Bogotá, 2009.
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