LECTIO DIVINA: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR - San Lucas 24,46-53.

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Invocación al Espíritu Santo



Puedes acceder por medio de este link a la reflexión del Evangelio sonoro de este domingo: 






CONTEXTO:
Llegamos al final del tiempo pascual y nos encontramos con dos  fiestas de profundo contenido cristiano: La Ascensión y Pentecostés  que son la plenitud de la Pascua de Jesús el cual habiendo sido  glorificado envía sobre nosotros el don del Espíritu Santo.
La Ascensión es el final de una misión que Jesús ha cumplido con  generosidad, ha dado testimonio del amor de Dios entregando su  vida y ahora vuelve al Padre.
Los versículos anteriores al texto 44-45 ponen en labios de Jesús que todo lo acontecido tenía que suceder para que se cumpliera la escritura y reciben el don del entendimiento para comprenderlas. La ascensión de Cristo, más que una "subida" es un paso, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de la inmanencia a la trascendencia, de la opacidad del mundo a la luz divina, de los hombres a Dios.

EL TEXTO: Lucas 24,46-53.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo).
Ellos, después de postrarse ante él,  se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.



¿QUÉ DICE EL TEXTO?

Una vez que los discípulos están seguros de que es Jesús resucitado y que no se trata de una visión, Jesús les da la capacidad de entender que la actual condición del Mesías responde a las Escrituras, esto es, al mismo querer de Dios. Ellos que han sido testigos de todas estas cosas, se constituyen ahora en “servidores de la Palabra” y tendrán que ir a anunciar a todo el mundo el perdón de los pecados. Porque la misión sigue siendo la del Resucitado y excede las fuerzas humanas.  El Señor promete el envío del Espíritu Santo, promesa con la que Lucas prepara a sus lectores para el relato de la misión de los apóstoles y de la Iglesia que continuará en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,3.8).

La Ascensión de Jesús no es un viaje. Es una verdad de fe que se describe ajustándose al cliché de la representación oriental del mundo antiguo, que no podía expresarse entonces de otro modo. La verdad, lo que debemos creer, es muy distinta del relato que hemos escuchado.

La verdad es ésta: la Ascensión no es más que una consecuencia de la Resurrección, hasta tal punto que la Resurrección es la verdadera y real entrada de Jesús en la gloria. Mediante la Resurrección, Cristo entra definitivamente en la gloria del Padre, siendo ésta  la glorificación de Jesús: "Yo te he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo fuese" (Jn 17. 4-5).

La Ascensión es la plenitud de la Encarnación. Cuando se hizo carne no se pudo encarnar más que en un solo hombre, al que asumió personalmente el Verbo de Dios. Mediante la Ascensión, por la fuerza del Espíritu que lo resucitó de entre los muertos, se hace más íntimo a nosotros que nosotros mismos, de tal modo que Pablo puede llegar a decir: "vivo yo, pero no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2. 20)


¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?

Me fijo en Jesús
Así estaba escrito”…
La Escritura atestigua el acontecimiento de la Pasión y Resurrección de Jesús. Le da la razón a Cristo. En Cristo se cumple toda la Escritura: su preanuncio, su encarnación, su misión, su redención. Ahora nos toca creerle a la Escritura…todo lo que ella contiene es para nuestra salvación.
“y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”.
Como hicieron los apóstoles, testigos oculares que fueron capaces de morir por Cristo, dando crédito a su divinidad, después que Jesús les dio su Espíritu, así nosotros, por el don del Espíritu recibido en el bautismo, por el don de la fe, que nos permite creer lo que no vemos, nos adherimos al Señor, convirtiendo nuestro corazón cada día a su amor y comunicando este amor a todos nuestros hermanos.
“Y vosotros sois testigos de esto”.
·        Testigo es aquel que ha "visto, oído y tocado" un hecho o acontecimiento. "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos". (1Jn 1,1). "…porque tú darás testimonio ante todos los hombres de lo que has visto y oído" (Hch 22,15).

·        Una de las principales pruebas de la veracidad de lo que anunciaban, era que ellos habían sido testigos oculares de la vida de Jesús. "Porque no les hicimos conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza" (2Pe 1,16).


El testimonio de los Apóstoles hasta el martirio es garantía de nuestra fe. Su testimonio nos anima a anunciarle. Solo lo podemos anunciar si estamos convencidos del amor del Señor  y cultivamos cada día un espacio para el encuentro personal con Él en la oración, que nos haga entrar en una intimidad profunda con el Espíritu de Jesús Resucitado.
“Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido”;
El Espíritu Santo los envía. Es una constante en la historia de la salvación; cuando Dios  escoge, después envía: Te he llamado, para que vayas. Es la  dialéctica entre el ven y el ve, entre el venid e id. Fue llamando, por  ejemplo, a los discípulos: "Venid conmigo", "Sígueme". Ellos, como  el que encuentra un tesoro escondido, lo dejaron todo y le siguieron  con alegría. ¡Qué maravilla de encuentro! Pero ahora les dice: «Id  por todo el mundo».
Y a nosotros ¿Cómo suenan estas palabras? Creemos que el envío fue solo para ellos? ¡¡¡No!!! Cada cristiano es un misionero, un comprometido y la evangelización depende de todos. Nos toca asumir nuestra responsabilidad desde el don recibido en el Bautismo.

Todos necesitamos ascender, subir y superar nuestros niveles  bajos de atonía humana y espiritual.

Es urgente  ascender en la fe, en la esperanza y en el amor. Paradójicamente  ascendemos mejor cuando descendemos más, somos ciudadanos  del cielo cuando en la tierra caminamos comprometidos en las  exigencias del Evangelio. Cristo ha ascendido a los cielos porque  antes descendió obediente a la voluntad del Padre hasta la verdad  del desprecio, de la condena y de la muerte. ¿Estoy dispuesta/o a pagar ese precio?



Me fijo en los Apóstoles:

“Ellos, después de postrarse ante él”
La “postración”, según el texto griego, es la “postración para la adoración” que según Lucas, está reservada al Dios y Señor Altísimo (cf. 4,8). Ahora, donde Jesús es llevado al cielo, la relación con los discípulos conlleva una nueva cualidad: Cristo exaltado es adorado de la misma forma que Dios. La “gran alegría” anunciada por el ángel a los pastores se cumple ahora en los discípulos (cf. Lc 2,10); por eso, ellos regresan al Templo y alaban a Dios[1].

Los discípulos se convierten así en figuras de identificación para nosotros, lectores. El Señor nos sigue acompañando en nuestra vida y en nuestro actuar. Esta es la fuerza de Jesús que trabaja en nosotros,  que nos transforma y nos hace capaces para una vida en seguimiento. 

El Señor obró en ellos una transformación, haciéndoles desandar el camino de la fe para nuevamente confirmarlos y enviarlos. Cuánta misericordia la del Señor para con nosotros, que a pesar de nuestras dudas y cansancios, cada liturgia actualizada es una oportunidad y una gracia para renovar nuestra fe y nuestra conciencia de enviados.

“se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”.
La fe sostiene nuestra  esperanza. Regresan a Jerusalén con otro entusiasmo y lo hacen en una espera orante. No quedan más palabras que la de agradecer. Jesús lo ha hecho todo. Nosotros no hacemos nada. Todo lo hace el Señor si confiamos en su Palabra, porque su palabra es vida eterna. Nos trasciende. Nos hace entrar en otra dimensión del ser. Ya lo visible no es tan real como lo invisible. La vida no tiene sentido de tejas para abajo, al contrario, todo tiene sentido, todo recobra valor. Todo está sustentado, hasta lo más absurdo, en el plan de Dios, basta creerle a Dios y hacer de nuestra vida una oración y una bendición para los demás. Dios nos ha comunicado su divinidad.

¿QUÉ ME HACE DECIRLE EL TEXTO A DIOS?

Gracias Señor por esta experiencia maravillosa de tu  Ascensión. Gracias porque me invita a la postración-adoración. Te reconozco como mi Dios y Salvador, te reconozco y te adoro porque en el “fuego” de tu pasión y muerte nos diste el “bautismo” de gracia con tu Resurrección.

Como los Apóstoles yo también estoy alegre y te alabo, porque no dejas de anunciarte en mi vida de mil maneras y no dejas de enviarme, invitándome siempre a “salir de mi” para ir al encuentro de los “otros”, donde tu moras. Tú que eres la “cabeza” abres las puertas del “cielo”, para  que contigo entre éste tu “cuerpo” que es la Iglesia.

¡Que viva la Iglesia misionera! Esa que cree, que espera, que se entrega, que no pone barreras, que va más  allá de los linderos de su tienda, porque tiene tu corazón misionero, empapado de la mística y la experiencia del Espíritu que la empuja a proclamar tu mensaje a todos los hombres, de  todos los tiempos.

Si te miro levantarte hacia lo alto, es para simultáneamente, mojarme en el barro de la misión que me impulsa a testimoniarte desde tu gran misericordia.

No permitas que retire la mirada de tu “cielo”…allí está mi meta, y aquí está la “maleta” que tengo que vaciar para llegar hasta ti, el día que tú lo quieras, y aquí dejaremos las huellas, que tras de ti, nos conducen a la eternidad.

SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

(…) Tened en cuenta que los discípulos no sólo vieron a Cristo después de su resurrección, sino que también oyeron de su boca que, según la Escritura, así tenía que suceder. Nosotros no hemos visto a Cristo presente en su carne, pero escuchamos a diario las Escrituras, con las que también ellos fueron fortalecidos. ¿Qué les dijo a propósito de las Escrituras? Que se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados por todos los pueblos comenzando por Jerusalén.
Esto no lo veían los discípulos; sólo veían a Cristo que hablaba de la Iglesia futura. Más por la palabra de Cristo creían lo que no veían. Veían la Cabeza, pero aún no el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo, pero creemos lo que se refiere a la Cabeza. Son dos: el esposo y la esposa, la cabeza y el cuerpo, Cristo y la Iglesia. Se manifestó personalmente a sus discípulos y les prometió la Iglesia; a nosotros nos mostró la Iglesia y nos mandó creer lo que se refiere a él. (…) Como ellos viendo la Cabeza, creían en el cuerpo, así nosotros, viendo el cuerpo, creamos en la Cabeza. (…) Vemos, en efecto, cómo la Iglesia de Cristo alaba el nombre del Señor desde la salida del sol hasta el ocaso. Comenzando -dijo- por Jerusalén. Así se cumplió, pues les había dicho: Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del poder de lo alto (Lc 24,49), puesto que os enviaré lo prometido desde el Padre (Sermón 229 1, 2).

Nieves María Castro Pertíñez. MAR





[1] DILLMANN.R.  Comentario al evangelio de Lucas. Estella 2006. P. 575

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