FORMAR DESDE LA MISERICORDIA





El  formador debe al final de cada etapa haber transmitido la esencia del carisma, sobre todo al final del juniorado, de ahí la importancia del acompañamiento y de la comunidad formadora.

Somos conscientes de que la formación es un proceso para los demás pero integralmente, sin darle importancia más a una dimensión que a otra. Esta es la acción que Jesús realizó como formador.

Hay una dimensión psicológica, antropológica, bíblica y espiritual. Todas estas dimensiones son fundamentales para ver esta integralidad. Ninguna se puede descuidar.

Todos pasamos por ciclos vitales que nos deben a todos involucrar, aun siendo formadores, seguimos en proceso de formación. Los ciclos que vamos viviendo nos van afectando en nuestra vida afectiva y psicológica y esto determina también mi caminar con los formandos/as y la comunidad, donde también el superior juega un papel importante.

La primera crisis de quiebre está después de los 25 años, se rompe el piso de la persona porque lo que buscó no lo logró, y es cuando muchas veces damos votos perpetuos antes de los 25, por decir un ejemplo ¿Somos conscientes de esta realidad?

Si a los  formandos/as en las primeras etapas  de la formación los acompañamos  como policías y no los formamos  desde la libertad, son futuras vocaciones salidas. Hay que ayudar a que sean auténticos/as.

Se parte de la misericordia y de la formación como pisos diferentes. La misericordia es la característica esencial de Dios. A veces creemos que misericordia es alcahuetear y vagabundería o por el contrario, tener que cumplir lo que dice tal  documento. Tenemos que llegar a unos mínimos que nos acerquen a la misericordia, porque ésta también va a depender de la persona y el contexto con el que estamos viviendo. No es lo mismo aplicar la misericordia a una formanda con problemas afectivos que con otra con problemas de poder. Si algo tuvo claro Jesús es que comprendió la misericordia del Padre pero teniendo en cuenta las particularidades de cada persona. 

La opción  es la que nos permite como Jesús captar lo que quiere el Padre frente a las personas que me pone delante, de ahí la importancia de la oración en el formador. 

La formación es una cruz que implica duplicar la vida espiritual. Tenemos que orar para que yo no me tuerza y también por los que me ha puesto en el camino. La formación es la misión más importante de la vida consagrada, a la que muchos le huyen. El formador permite lo que Dios hace en el formando/da. Si no hay formación no hay iglesia: pastoral, hospitales, apostolados, comunidad, etc.  

En las primeras etapas de formación hay un solo objetivo. En dos dimensiones:

1.  Que el joven se conozca tanto que logre detectar por donde se puede romper la vocación. Que sepa leer su vida en clave salvífica, identifique el punto de quiebra, su talón de Aquiles.

2.  Desde allí  se favorece que se  vuelvan monoteístas. Nuestros chicos/as llegan con un revuelto  de imágenes de Dios, de sincretismo y se trata de que purifiquen lo que traen en la imagen del Dios de Jesús.
  
 Este es el mismo ejercicio que tenemos que hacer en nuestra propia vida de formadores.

En el acompañamiento está la persona abriendo su corazón y yo arrodillada ante lo sagrado de su misterio, viendo cómo le ayudo a crecer.  Tengo que conocer mis demonios, identificarlos y saber en qué momentos soy más vulnerable. 

Continuará...


NIEVES MARÍA CASTRO PERTÍÑEZ, MAR (Sobre la reflexión del P.  Edwin Murillo Amarís. S.j). 

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