EL VATICANO II Y LA VIDA RELIGIOSA[1]

Presento una síntesis de uno de los temas abordados en el Congreso de la Vida Religiosa realizado en Bogotá en el mes de abril en el marco de los 50 años después del Concilio Vaticano II. Esta síntesis versa sobre la conferencia de la Teóloga mexicana, Hna. Marilú Rojas. Estos apuntes nos pueden ayudar a suscitar la reflexión  entre nosotras.

Es preciso para entender la Vida Religiosa en este momento post-moderno mirar su contexto a partir del Vaticano II.

Contexto post-conciliar: De 1965 a 1975 supuso la época de la inserción, la liminalidad, la inculturación y la opción preferencial por los más pobres. Caracterizada por la radicalidad evangélica junto a la denuncia profética. El mandato del Concilio de “vivir una pobreza real y no solo espiritual” (PC 13) se convirtió en modelo de vida  y la clave misionera de muchos de los institutos de vida religiosa en América Latina.
Entre otras demandas que hacía la Perfectae Caritatis a la vida religiosa fueron los siguientes elementos a considerar:
Promover nuevas formas de vida religiosa.
Acomodar las normas a las necesidades de tiempos y lugares.
Abandonar las obras que no están de acuerdo al carisma de los institutos.
Apertura a las misiones.
Fusionarse con otro instituto en ausencia de vocaciones.
Suprimir lo anticuado.
Renovar constituciones, libros de uso y costumbres y ritos.
La renovación ha de hacerse con todos los miembros del instituto.
No multiplicar leyes.
Contemplación-acción.
La oración y espiritualidad fundada en la Sagrada Escritura.

La que más impulso tuvo fue la lectura orante de la Sagrada Escritura y la posibilidad de hacerla accesible al pueblo de Dios.

Estos años fueron sin duda los más fecundos para la vida religiosa en América Latina.  Medellín (1968) reafirmó el impulso renovador y de opción por los pobres. Posteriormente, vino el cansancio y el desgaste.
La década 1980-1990 se caracterizó por la persecución a los teólogos de la liberación y por ende, a la teología latinoamericana de la liberación, que incidió en los institutos de vida religiosa.
La vida religiosa simultáneamente vivió dos momentos. Un primer momento de éxodo, donde muchas religiosas salieron hacia las fronteras, la liminalidad, los desiertos, barrios populares, favelas, y un segundo momento, que es el retorno del exilio”, el cual se caracterizó por el desgaste físico, emocional, psicológico, y espiritual.  A esto además se sumó el envejecimiento y la ausencia de vocaciones.
Lo que la euforia post-conciliar no nos permitió ver es que PC fue un documento innovador para la vida religiosa pero tuvo sus límites:
 
Se siguió presentando a la vida religiosa como un estado angélico de vida: signo del Reino de los Cielos (PC1).
Se mantuvo la idea de imitación y no de seguimiento (PC1).
Se mantuvo el símbolo esponsal en la teología y espiritualidad de la vida religiosa.
La vida religiosa se quedó atrapada en una renovación espiritual, pero no tocó lo estructural, es decir, se cambiaron sólo las formas, pero bajo las mismas estructuras de organización y de gobierno (modelo jerárquico-patri-kyriarcal).
Se mantuvo la estructura jerárquica-patriarcal de dependencia de la vida religiosa al clero.
Permaneció el dualismo contemplación vs. acción.
Mientras que para los seminaristas del clero secular se enfatizó el estudio de la Sagrada Escritura, para las religiosas solamente se enfatiza la oración con la Sagrada Escritura.
Se reconoce la utilidad de la vida religiosa solo en la dimensión Pastoral.

La renovación y /o los intentos de renovación:  Los inicios del segundo milenio suscitaron en la vida religiosa los anhelos por la refundación.  La CLAR propuso este caminar con la reflexión “POR EL CAMINO DE EMAÚS” (1998-2006) cuyo objetivo era volver a las fuentes  de la fundación de los institutos de la vida religiosa; miraba a recuperar el ideal evangélico que dio origen a nuestros carismas fundacionales.  Se dio énfasis a la radicalidad del seguimiento a Jesús, una mística profética y la recuperación de lo femenino en los  textos bíblicos, la lectura orante de la Palabra y la recuperación de la dimensión humana de la vida religiosa.  Este proceso se hizo desde el interior de la vida religiosa latinoamericana  y por primera vez, era la propia vida religiosa quien proponía un proyecto renovador y no importado; ya esto habla del inicio de una reflexión y tradición propia desde los y las religiosas de América Latina.  Este proyecto declinó ya que muchas congregaciones interpretaron este regreso a las fuentes como fundamentalismo pietismo.
Del sueño letárgico a la crisis profética: El sueño crónico es expresión de la crisis del cuerpo, lo mismo en nuestro caso. Somos parte de una Iglesia institución en crisis. Nos hemos institucionalizado y se nos olvidó el pueblo de Dios. Vivimos más preocupadas por los conflictos internos que estamos ciegas ante un mundo post-moderno que nos comienza a engullir.  Nos tragó el institucionalismo y con él nuestra fuerza profética. Ahora estamos más enfocadas en entender los traumas de nuestra infancia con la mayor ayuda psicológica posible. Nos esforzamos por conciliar a una generación envejecida y enferma con una generación que poco o nada entiende de ¿por qué estas están tan enojadas y anhelando lo que ya pasó?
Mientras estamos resolviendo problemas dentro, la gran comunidad humana se desmorona por la pobreza-miseria, los altos índices de violencia; mucha gente padece de hambre a causa del desempleo, el proceso migratorio de quienes buscan mejoras de vida; miles de personas son explotadas sexual y laboralmente.  ¿Dónde estamos las y los religiosos? ¿Cómo ser profetas y recuperar nuestro profetismo? ¿Qué es lo que nos puede despertar de nuestro sueño letárgico o en qué apoyarnos para superar la crisis de profetismo que hoy padecemos?

Conclusión: Retos de la Vida Religiosa ante la actual sociedad post-moderna.
La vida religiosa debe revisar, deconstruir y analizar críticamente si el modelo patri-kyriarcal es el que actualmente se sigue en las formas de gobiernos y de estructuración de las comunidades religiosas, especialmente las femeninas. Si es así debe cambiar o corren el riesgo de perderse en la institucionalización para la cual no fuimos fundadas, sino para el profetismo. La comunidad de iguales que Jesús quería dista mucho de la comunidad jerárquica-patri-kyriarcal en la que actualmente nos hemos constituido. Por lo que o deconstruimos ésta o nos perdemos para siempre en la historia como un modelo común de una vida como pieza de museo, que hay que admirar, pero imposible de vivir.

No podemos seguir viviendo bajo las normas, ideas, reflexiones que dictan los hombres para las mujeres. La vida religiosa femenina debe construir su propia reflexión teológica, pues esto significa que hemos llegado a la adultez y superado la edad de dependencia. Se precisa una reflexión teológico feminista de los votos ya que la vida religiosa no se vive de igual forma entre hombres que entre mujeres. La construcción de lo femenino y lo masculino se viven en distintas perspectivas teológicas y prácticas.
Por último, se ofrece retomar la apertura a la nueva realidad histórica que nos demanda una postura profética actual. En la medida que nos integremos a los grupos y movimientos sociales cuyas causas son: la defensa de los derechos humanos, la búsqueda de desaparecidos, la denuncia de la injustica, la dignidad de los migrantes, la opción por los pobres, la defensa de los derechos de las mujeres y la denuncia a las situaciones de violencia y corrupción, entre otros. En esa medida, entrará aire fresco a nuestras comunidades y éste aire nos llenará de vida.



[1] Síntesis de la conferencia ofrecida en el Congreso de la Vida Religiosa en Bogotá, por la Hna. Marilú Rojas Salazar, MSTL

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