LECTIO DIVINA, DOMINGO DE PENTECOSTÉS (Hechos 2,1-11)
Inundados por el poder del Espíritu Santo:
fuego y viento impetuoso de amor
“Quedaron todos llenos del Espíritu Santo”
Es el Espíritu Santo…
Hoy celebramos y revivimos el misterio de
Pentecostés, la plenitud del misterio de
la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el
Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás!
Es el Espíritu
Santo quien, con su fuerza unificadora, nos lleva a todos -en la
multiplicidad de dones- a aceptar y confesar una misma fe en Jesús “Señor”
nuestro.
Es el Espíritu,
el que con toda su potencia actúa en nosotros ayudándonos a comprender y a
poner en práctica las palabras de Jesús; sus actitudes, gestos y
comportamientos se nos impregnan gracias al soplo del Espíritu.
Es el Espíritu
Santo quien se hace presente en los oídos y en el corazón de todo oyente de
la Palabra, para que sea posible la “Lectio Divina”, o sea, para que cada oyente
se abra a la fuerza penetrante de la Palabra.
Es el Espíritu
el que transforma el pan y el vino en el cuerpo entregado y en la sangre
derramada de Jesús, prolongando en cada asamblea eucarística su Pentecostés.
Es el Espíritu
Santo el que nos impulsa a anunciar el “Misterio de la fe”, de la muerte y
resurrección del Señor, la semilla de la Palabra –kerigma- de la cual nace la
Iglesia.
Es el Espíritu
el que sopla sobre nuestra humanidad pecadora, para transformarnos y hacer de
nosotros personas que aman y perdonan a sus hermanos.
Es el Espíritu
Santo el que hace de la comunidad cristiana no una simple asociación de
personas buenas y religiosas, sino el Cuerpo Místico de Cristo, el pueblo
reunido en el amor de la Trinidad que canta en alabanza las maravillas de este
amor de Dios en la historia.
Es el Espíritu
el que nos impulsa en el seguimiento cotidiano de Jesús, infundiéndole a
nuestra existencia una dimensión siempre nueva de alegría, paz, verdad,
libertad y comunión. No es lo mismo vivir con Él que sin Él.
Es el Espíritu
Santo quien es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha
derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay
santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy
como ayer.
Es el Espíritu
el que con su presencia sigue y seguirá haciendo posible la realización del
plan de salvación de Dios en la humanidad, hasta que ella llegue a su plenitud.
Es el Espíritu
Santo el que hace fructuoso todos nuestros esfuerzos en nuestra peregrinación
cristiana de cada día. El Espíritu Santo nos precede en todo lo que hacemos
porque es en Él que Dios realiza toda su obra. Su venida le da la luz y el
sabor de la presencia de Dios a todas las cosas.
¿Pero quién es este Espíritu Santo que obra tantas cosas en nuestra vida?
El Espíritu
Santo es el amor personal del Padre y del Hijo, y amor quiere decir vida,
alegría, felicidad.
El Espíritu
Santo es Dios mismo vaciándose en el hombre y moviéndolo internamente para
que se abra amorosamente –a la manera de Jesús- al hermano y se arroje
confiadamente en los brazos del Abbá-Padre.
El mismo Dios que a lo largo de la historia les
ha dado muchas cosas a los hombres, que les ha enviado personajes, incluso su
propio Hijo, ahora se da a sí mismo de forma inaudita. Por eso decimos que es
el don “escatológico” o “definitivo” de Dios (aquí escatológico quiere decir:
“después de esto ya no hay más”, “más de eso no hay”).
Es así como el irresistible amor de Dios entra
en lo más hondo de nuestras vidas. Su presencia causa muchos efectos, porque
como nos enseña la Palabra de Dios, el Espíritu
Santo viene para salvar, sanar, enseñar, exhortar, reforzar, consolar...
Por eso hoy clamamos con entusiasmo, con todas
nuestras fuerzas: “¡Ven, Espíritu
Santo!”.
El
Pentecostés lucano
Sumerjámonos hoy en este misterio guiados por
la Palabra, de manera que nos impregnemos de él.
Los invitamos en este año a leer con mayor atención
el Pentecostés lucano narrado en Hechos de los Apóstoles 2,1-11 (primera
lectura de la Solemnidad). La “Lectio” de este pasaje nos ayudará a recrear la
atmósfera, el estado de ánimo de Pentecostés, porque es verdad que no puede
haber un estado de ánimo mejor, una actitud más completa con la cual podamos
vivir la vida que ¡la del Espíritu
Santo!
Salido de la artística pluma
lucana, notamos que el relato de Pentecostés es un drama bellísimo, un drama en
el sentido original del término, que es el de una participación, de un fuerte
movimiento interno cargado de fuertes emociones que le da un gran giro al
escenario. ¡Qué intensidad hay en cada palabra! Para captarlo, entremos en la
atmósfera espiritual de los dos cuadros que lo componen:
(1) Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (2,1-4)
(2) Fuera del cenáculo (2,5-11)
Pero comencemos por el contexto:
1. La
comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos 2,1)
La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”.
Se trata del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”,
más exactamente la de las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la
gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7x7), número
perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.
En un principio se trataba de una fiesta campesina:
después de recoger las primeras gavillas, los campesinos festejaban agradecidos
el fruto de la siega, “las primicias de
los trabajos, de lo sembrado en el campo” (Éxodo 23,16). De ahí que se
acostumbrara ofrecerle a Dios dos panes con levadura cocinados con granos de la
primera gavilla (ver Levítico 23,17).
Pero con el tiempo, la fiesta campesina se
convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la
Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían
también en esta fecha “sacrificios de
comunión” (Levítico 23,18-20).
La fiesta era tan grande que merecía el
suspender todos los trabajos: “No harás ningún
trabajo servil” (Números 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de
peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que
fuera día vacacional, se explica suficientemente el que hubiera tanta gente en
la calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).
Un detalle importante es que Lucas no se
limita a darnos un dato cronológico sino que en su narración le da el énfasis
de un “cumplimiento”, por eso el texto griego se puede leer como: “cuando se cumplió la cincuentena”
(2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de una promesa. En
efecto, ya en Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido preparado
con la palabra profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el
trasfondo de la fiesta judía es retomado y notablemente superado por la palabra
y la obra de Jesús: estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús.
En el Pentecostés cristiano, la gracia de la
Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu
Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro
interior.
“Estaban reunidos todos en un mismo lugar”
(2,1b)
La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica
del discipulado en los Hechos de los Apóstoles. Una frase parecida la
encontramos en 1,14.
Así se anuncia quiénes van a recibir el don
del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que había sido recompuesta numéricamente
cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el
pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte de Dios. En
ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”,
la Madre de Jesús y un grupo más amplio de seguidores de Jesús.
Este “todos”
anuncia también la expansión del don a todas las personas que se abren a
él, como efectivamente lo irá narrando –a partir de este primer día- el libro
de los Hechos de los Apóstoles.
Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y
qué hicieron enseguida? Veamos.
Sucede la venida del Espíritu
Santo sobre la comunidad. Notemos en la narración lucana:
(1) Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
(2) La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)
(3) La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas
(2,4b)
Detengámonos en lo esencial de este anuncio que no hace san Lucas.
(1) Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
Así como cuando el cielo nos hace
presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa, así sucede aquí:
primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de
suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de
su maravillosa presencia.
En la manifestación de la venida del Espíritu
Santo al hombre, encontramos dos signos que despiertan nuestra atención: uno
para el oído y otro para los ojos.
·
Un signo
para el oído: el viento (2,2)
Primero hay un viento, que es un signo para el
oído, un viento que se hace sentir: “De
repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que
llenó toda la casa en la que se encontraban” (v.2).
El viento en la Biblia, está
asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios. Ya el
profeta Ezequiel había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría
en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2;
pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los
nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente
inaugurado.
No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan,
el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad
reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8).
Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa
manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le
entregó el don de la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6. Éste es
producido por “una ráfaga de viento
impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.
Observemos que se dice “como”, o sea, que se trata de una comparación; el término en el
lenguaje bíblico nos indica lo indescriptible que es la experiencia religiosa.
El hecho que provenga “del cielo”, quiere decir que se trata de una iniciativa de Dios.
El cielo no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario, como
dice Pedro más adelante: “Y exaltado por
la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha
derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos 2,33).
·
Un signo
para la vista: el fuego (2,3)
Enseguida aparece un signo hecho para la vista:
“Se les aparecieron unas lenguas como de
fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (v.3).
Las “lenguas
como de fuego”, también de origen divino, son un signo elocuente. Lo mismo
que el “viento”, en la Biblia el “fuego”
está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios (ver Éxodo 19,18) e
indica la presencia del Espíritu de Dios.
No debería tomarnos por sorpresa. En este
mismo evangelio, ya san Juan Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”
(3,16). Por su parte Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).
Así como en el signo visual que el evangelista
presentó en la escena del Bautismo de Jesús (“bajó sobre él el Espíritu Santo
en forma corporal, como una paloma”, Lucas 3,22), lo mismo sucede aquí pero con
la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero a
diferencia de la misteriosa imagen de la paloma, la imagen del fuego es
coherente y más fácilmente comprensible dentro de lo que está narrando.
La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve
para describir la distribución del mismo fuego sobre todos, pero crea un bello
juego de palabras con el término “lengua” que asocia las “lenguas como de fuego” (v.3) del Espíritu con el “hablar en otras lenguas” (v.4) por
parte de los apóstoles.
Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el
bautismo en Espíritu Santo y fuego (ver Lucas 3,16).
(2) La realidad: “quedaron todos
llenos del Espíritu Santo” (2,4a)
Después de los signos iniciales, de referente
externo, Lucas nos invita a entrar en la experiencia interna y así captar el
significado: ¿Qué es lo que está pasando en el corazón de los discípulos? ¿Cuál
es la acción interior del Espíritu Santo?
Después de los signos emerge la realidad, una
realidad que se describe con sólo una línea: “Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª).
Este es sin duda, el
acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la
creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y
está descrito solamente en una línea! (dan ganas de ponerse de rodillas).
Decir que los discípulos “quedaron llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios los llenó
de Espíritu Santo, es como decir, para explicarnos con un ejemplo, como un gran
embalse de agua –de esos que se utilizan para generar energía- que de repente
se convirtiera en una inmensa catarata que se vacía a través un dique y
entonces toda esa enorme masa de agua, que es la vida trinitaria, se vaciara en
los pequeños recipientes de los corazones de cada uno de los apóstoles.
“Quedaron llenos”. Después
de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos como odres
nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos
ha sido hecho partícipe, por así decir, como un vaso comunicante, de la vida
trinitaria. Por el don de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y
la recrea con su luz.
“Quedaron
llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una
experiencia verdaderamente transformante, puesto que sana a fondo todas las
fisuras que permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las
carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una nueva proyección.
“Quedaron llenos”. La
palabra que repetimos con tanta frecuencia, “el amor de Dios”, que muchas veces
es una palabra vacía, aquél día fue para los apóstoles una gran realidad. Les
cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por
Jeremías (31,33) y por Ezequiel (36,26). Y, como veremos enseguida, se nota que
desde ese momento, los apóstoles comenzaron a ser otras personas.
(3) La
reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)
El “viento” se convierte en “soplo” santo que
inunda a todos los que están en el cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre
cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de
expresión. Aquí se nota el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús.
El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios,
lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron
a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,4b).
El término “otras” (lenguas) es importante aquí para que lo distingamos del hablar
incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un
intérprete (de esto habla Pablo en 1ªCorintios 12,10). Lo que sucede aquí parece
más próximo a lo que el mismo Pablo dice en 1ªCorintios 14,21, citando a Isaías
28,11-12, y está relacionado con la predicación cristiana a los no convertidos.
En otras palabras, lo que el Espíritu Santo pone en boca de los discípulos es
el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual recoge “las maravillas de Dios” (2,11)
realizadas a través de Jesús de Nazaret, particularmente su muerte y
resurrección.
Pero esta capacidad de comunicarse irá más
allá: se convertirá poco a poco en el lenguaje de un amor que se la juega toda
por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al servicio de
todos. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del amor de Dios.
Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”,
terminará generando el mayor espacio de comunicación profunda que hay: la
comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente
nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazón”, “si
corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.
3. Fuera del cenáculo (Hechos
2,5-11)
Eucaristía de la clausura del semestre del CER |
La segunda escena ocurre en la plaza frente al
cenáculo. Allí vemos como el corazón nuevo de los apóstoles se expresa concretamente
en la vida.
(1) La gente estaba estupefacta
(2,5-6)
Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos
de la venida del Espíritu son los mimos que se daban cuando Jesús entraba
poderosamente en la vida de las personas; por ejemplo, cuando manifestó sobre el
lago su potencia divina, se dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos (ver
Lucas 8,25). Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu
Santo: “la gente se congregó y se llenó
de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (Estaban)
estupefactos y admirados...”.
(2) La
congregación de todos los pueblos (2,7-11)
Confrontando los humildes galileos con la
multitud internacional y pluricultural que se congrega frente al cenáculo,
Lucas sigue el relato haciendo la lista de las naciones (ver 2,7-11ª). La
enumeración sigue círculos concéntricos.
La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua
las maravillas de Dios” (2,11b). Así aparece otro elemento importante del mensaje
de Pentecostés.
Teniendo presente el relato la torre de Babel
(ver Génesis 11,1-9), Lucas nos muestra una gran transformación operada por la
venida del Espíritu Santo.
En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico
que representa cómo cuando cada persona se apega a su propio proyecto y no es
capaz de abrirse al de los demás, nunca es posible construir un proyecto
comunitario. Babel, entonces, es caos ideológico, reflejo del caos sicológico
puede darse dentro de uno: conflicto de proyectos, deseos contradictorios que
emergen continuamente.
Babel se repite todos los días: se comienza
hablando una misma lengua, se diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen
los intereses personales que mandan todas las alianzas al piso, que rompen en
definitiva las relaciones. Pero en
Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas (y
por eso esa larga lista de pueblos), pero llega un momento en que todos se
entiende, como si estuvieran hablando una misma lengua. Esta lengua es la del
amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.
(3) La honra al nombre de Dios
(2,11b)
Retomemos la frase final: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”
(2,11b).
Recordemos que en Babel la torre allí
mencionada en realidad era un templo en forma de pirámide sacra, por lo tanto
se trataba de una experiencia religiosa. ¿A qué se alude? Se alude a un
problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. El mismo
texto lo dice: “Hagámonos un nombre para
que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis 11,4; la Biblia de
Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el pecado no está en el hecho de
honrar a la divinidad con un templo sino querer “hacerse un nombre”, es decir, el querer ser adorados ellos mismo y
no Dios. Esto sucede a veces, es lo podemos llamar la “instrumentalización” de
Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse buscando
otra cosa: “hacerse un nombre”.
En Pentecostés es distinto: los apóstoles no
trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un nombre, sino darle honra al
nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua
las maravillas de Dios” (v.11).
Cuando en el mundo de las
relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos, tantos polos
cuantas sean las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra
de los egoísmos, en cambio Pentecostés es la formación de la comunidad en la
comunión de diversidades cuyo centro es Dios.
Los mismos discípulos que antes de la Cruz de
Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora una conversión radical que es
como la revolución copernicana: se han descentrado de sí mismos –están llenos
de amor- y se han centrado en Dios.
Todo está orientado hacia la gloria de Dios,
hacia la alabanza de Dios y es en Él en quien convergemos todos, poniendo
nuestros mejores esfuerzos en ayudar a construir su proyecto creador en el
mundo.
Esta es la conversión que nos aguarda a todos.
Lo que sucedió el día de Pentecostés fue apenas la inauguración; el evento nos
sigue envolviendo a todos los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo
por la escucha de la Palabra de Dios y la oración.
Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia
adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del amor de Dios.
Entremos en este camino, haciendo nuestra esta
bella oración:
“Ven, oh Espíritu Santo, y danos un corazón
grande, abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora; (un corazón)
hermético ante cualquier ambición mezquina; un corazón grande para amar a
todos, para servir a todos, para sufrir con todos; un corazón grande, fuerte
para resistir en cualquier tentación, cualquier prueba, cualquier desilusión,
cualquier ofensa; un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de
Cristo y cumplir humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad”
(Pablo
VI, el 17 de mayo de 1970).
Lo que viene es grande, porque Pentecostés es
fiesta de la esperanza: la esperanza de que la humanidad entera –comenzando por
quien tenemos cerca- pueda ser invadida por el Espíritu Santo en la alegría del
don de sí mismo, así como el Cristo pascual.
Cultivemos
la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
En una reunión ecuménica en Upsala, el patriarca
metropolitano oriental dijo estas palabras:
“Sin el Espíritu Santo, Dios es lejano. El Evangelio es letra muerta. La
autoridad de la Iglesia es una dominación. La liturgia es pura evocación. El
actuar de los cristianos es una moral de esclavos. Pero cuando el Espíritu Dios
está presente, el Evangelio es Espíritu y Vida, la autoridad de la Iglesia es
servicio, la liturgia es conmemoración y anticipación de lo esperado, y el
actuar cristiano es deificado”.
1. ¿Quién es el Espíritu Santo?
¿Qué obra de particular en nosotros el Espíritu Santo?
2. ¿De dónde viene la palabra “Pentecostés”? ¿Qué era para el pueblo
de Israel?
3. ¿Qué me dicen los signos del “viento” y del “fuego”?
4. ¿Me siento “lleno” del Espíritu Santo? ¿Cómo se sabe que una
persona está “llena” de Espíritu Santo? ¿Qué sucede dentro de ella y cómo se
nota fuera?
5. ¿Qué conversión me lleva a vivir el bautismo en el Espíritu Santo?
¿Qué voy a hacer en el Pentecostés de este año para avanzar más en este camino
por el cual me conduce el Espíritu Santo de Dios?
6. ¿Qué efectos tiene Pentecostés tanto a nivel comunitario (del
grupo, la pequeña comunidad, la parroquia) como a nivel de la sociedad?
7. ¿Por qué decimos que la Iglesia nació en Pentecostés? ¿Qué
caracteriza profundamente la vida de la Iglesia?
¡Oh llama de amor
viva,
que tiernamente
hieres
de mi alma en el más
profundo centro!
pues ya no eres
esquiva,
acaba ya si quieres;
rompe la tela de este
dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh
toque delicado,
que a vida eterna
sabe
y toda deuda paga!,
matando muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas
cavernas del sentido
que estaba oscuro y
ciego
con extraños primores
calor y luz dan junto
a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente
solo moras
y en tu aspirar
sabroso
de bien y gloria
lleno
cuán delicadamente me
enamoras.
(San Juan de la Cruz)
Padre Fidel Oñoro CJM
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