El Espíritu como compañía de Dios (I)
La pascua
entraña el gozo de un reencuentro, pero también el dolor de una ausencia. Es
manifestación y ocultamiento, permanencia y despedida. Mañana de Pascua y día
de Ascensión. El Señor se va y se queda, se queda con nosotros para siempre
yéndose a Dios, mejor, al Padre. A este simultáneo retorno del Crucificado al
Padre y a los suyos llamamos Espíritu Santo.
Es el nombre pascual de Dios: el “nosotros” de Dios y el “Dios con
nosotros”, el invisible presente y el ausente palpable. El Espíritu Santo es el
gran don y la gran vocación del creyente.
Reflexión. Nos pueden servir el evangelio de Juan 16,5-15 y los
siguientes textos.
1. Dulce
huésped del alma.
La pascua no significó para los discípulos el
cumplimiento de lo esperado. Significó más bien un anticipo, una garantía. Nos
lo dice particularmente el autor de los Hechos de los Apóstoles: tras la
Pascua, los discípulos siguen preguntando: “¿Vas a restablecer ahora el reino
de Israel?” (Hechos 1,6). Palabras pascuales que siguen siendo interrogante, que
denotan no sólo una expectativa, sino también una vacilación. Pentecostés les
permitirá ir construyendo la historia cristiana en la confesión y la esperanza,
en la confesión de la Pascua y la esperanza de la Parusía.
Nuestra situación es la de los discípulos cuando
Jesús se va: huérfanos de Dios, huérfanos del Reino. Nos duele el silencio y la
pasividad de Dios cuando tantos gritos reclaman su voz, su intervención. Nos
duele la ausencia del Reino, tan proclamado y prometido. Pero esta ausencia
padecida ¿no lleva ya en sí la huella de una presencia velada? Este silencio
doloroso ¿no es eco de una voz entrañable? La ida de Jesús, ¿no es la ida de
quien entrega la vida, de quien muere porque ama?
Sí, y ésa es precisamente la razón por la que su
muerte fue paso, Pascua hacia el Padre. Jesús murió no sólo porque le quitaron
la vida, sino porque la dio; dio su vida por el Reino anunciado, y dio su vida
en la confianza del Abbá. Murió olvidado de sí, acordándose sólo del Reino y
del Padre. La fe pascual proclama que el Padre se acordó de Jesús y lo
resucitó, de manera que el Crucificado Resucitado se ha convertido en
Primogénito, en primicia del Reino. La memoria fiel de Dios ha identificado a
Jesús Crucificado y Resucitado con el Reino. “Si Jesús, fascinado por el Padre,
se olvida de sí mismo, Dios ¿recuerda? al Jesús histórico, y el resultado de
este recuerdo divino es la resurrección y la parusía: Dios mismo identifica con
Jesús de Nazaret, al Crucificado.
De manera que Juan tiene razón al identificar Cruz y
Gloria, Muerte y Pascua, ida y retorno de Jesús. Tiene razón al poner aquellas
palabras en boca de Jesús en vísperas del gran silencio y de la gran ausencia:
“No os dejaré huérfanos; volveré a estar con vosotros” (Jn 14,18); tiene razón
al hacer decir a Jesús en la víspera de su muerte: “Os conviene que yo me vaya,
porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo
enviaré” (Jn 16,7). Jesús crucificado vuelve en forma de Espíritu Santo, en
forma de amor de Hijo entregado hasta el fin, entregado en la confianza sin fin
del Padre.
Dios sigue acompañando la historia precisamente a
través de esta ruptura del la muerte, precisamente a través de la soledad y la
ausencia que crea. La misma soledad y ausencia son indicios –por negativos y
dolorosos que sean estos indicios- de una compañía, una intimidad, una
proximidad indeleble. “Ya no somos ni tú ni yo, sino una tercera persona que es
`nosotros´. ¿Qué otra cosa es el Espíritu Santo sino el “nosotros” de Dios, a
cuya compañía definitiva somos incorporados? El Espíritu Santo es el “nosotros”
restablecido en Dios cuando el Amor entregado por Dios al mundo se hace en
Jesús Amor que se entrega al Padre. El Espíritu Santo es la eterna compañía de
Dios que nos es ofrecida y en la que somos eterna y universalmente
acogidos: todo ser humano, toda criatura, toda la Creación.
En toda soledad y abandono, podemos clamar con la
confianza más sencilla: "Ven, dulce huésped del alma”. En nuestra vida muy poco
pascual, en la Creación que gime con dolores de parto, la verdad última es, a
pesar de todo, es íntima compañía de Dios como Espíritu que acompaña nuestra
soledad y gime con nosotros. “Vive en vosotros y está en vosotros” (Jn 14,17).
Continuará...
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