LECTIO DIVINA DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO- Lc 13, 22-30



CONTEXTO: Se marca un tiempo y a la vez se confirma la doble actividad de Jesús: su marcha hacia Jerusalén y su enseñanza. Es la marcha del Mesías que avanza hacia Jerusalén, lugar de su pasión y lo hace enseñando; se trata de una noticia cristológica y hasta soteriológica de importancia. El contexto confirma el carácter didáctico de la actividad de Jesús.
¿QUÉ DICE EL TEXTO? Está formada por una parábola y una máxima final. Se usa la misma técnica de respuesta empleada hace dos domingos ante la pregunta de Pedro (véase Lc. 12,41-48) y hace seis ante la pregunta del letrado sobre el prójimo (véase Lc. 10,29-37). Esta técnica la emplea Jesús cuando no comparte el planteamiento del interlocutor. De ahí que su respuesta resulte chocante y extraña a primera vista. Es una respuesta indirecta que trata de llevar al interlocutor a un planteamiento diferente del problema. Esto lo consigue Jesús mediante una parábola: La pregunta por el número de los salvados preocupaba entonces a los judíos (v.23). El texto lucano invita a cada creyente a la lucha y a la perseverancia. Así es la vida cristiana, la de los salvados que significa a la vez: los que son salvados y los que se están salvando. Solo pasarán los que consigan una meta. Lucas piensa en la conversión, en la fe, en la esperanza y en la práctica del amor (v.24).[1]
Todos pueden salvarse. El verdadero planteamiento no es, pues, "quiénes se van a salvar", sino "qué hacéis vosotros para salvaros". A los judíos, que daban por cosa hecha su salvación, Jesús les dice: Esforzaos para no estar entre los que pueden perderse; ser los primeros en haber conocido el plan de "Dios no es un privilegio o un salvoconducto".
Desde el punto de vista profético la imagen de la puerta estrecha es la palabra de exclusión de los judíos y la llamada de los paganos. Es una invitación: la puerta está abierta, entrad... La palabra de Jesús no quiere intimidar sino estimular. Hoy todo se quiere resolver a base de números y estadísticas. A Jesús le piden número y responde con un imperativo: esforzaos y entrad. La "puerta estrecha" es una alusión al esfuerzo que requiere la auténtica conversión. No sólo es estrecha, sino que además puede cerrarse en cualquier momento; de ahí la urgencia: la conversión no puede dejarse para mañana. Jesús hace una llamada apremiante a todos los hijos de Israel, a quienes ha sido enviado por el Padre y que no acaban de aceptar su mensaje y su persona. Jesús ha venido "a los suyos", ha plantado la tienda en medio de su pueblo; pero ni los vínculos de la sangre, ni la aproximación física del Mesías al pueblo de Israel va a servirles de nada si no se convierten al evangelio.  Si los "suyos" le rechazan, otros ocuparán el puesto que tenían preparado. Hay "últimos" que pasarán a ser los "primeros". Jesús no se refiere a los judíos de la diáspora en contraposición a los que habitan en tierras de Israel, sino a los provenientes de la gentilidad. Porque lo que cuenta ya no es la descendencia de Abrahán según la carne, sino creer con la fe de Abrahán e incorporarse a Cristo y al Reino que él anuncia. Lo que salva es aceptar con fe el evangelio, que se presenta sin limitaciones raciales o nacionales y como un mensaje universal.
v. 25: No existe contradicción entre la puerta estrecha (v.24) y la puerta con cerrojo del v.25. Si la puerta estrecha es la de la última oportunidad, es lógico que en un momento determinado se cierre. La noche está allí. El propietario ha tomado la decisión de echar el cerrojo a la casa. En los vv. 25-27: se lee un breve relato. Es un fragmento de historia; paralela a la de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias. La cronología confiere un efecto dramático a los acontecimientos: el dueño se ha levantado y ha cerrado ya la puerta. Pero ya es demasiado tarde. Tal vez, el dueño abra a los que conozca.
v.28. Los que son rechazados lo han intentado ya todo, y nada queda por hacer.  Este versículo señala ante todo la presencia de los patriarcas y de todos los profetas; es decir, de lo mejor que hay en la antigua economía. El v. 29, añadirá a los elegidos de la nueva alianza. Aquí, por el contrario, el propietario conoce a esos peregrinos de la última hora, a esos convertidos, fruto de la misión cristiana. Nada impedirá que Dios los ame, que los acoja, que les haga entrar y los instale en la mesa de su Reino. Se expresa lo mejor de la esperanza evangélica y del universalismo cristiano.[2] v.30: serán declarados, tratados, considerados como los primeros. No por un capricho del juez, sino por una decisión de la voluntad ante la visión de su lucha por entrar por la puerta estrecha, y están los otros, los primeros, pero que dejaron que se escapara su oportunidad.
¿QUÉ ME DICE A MI?. Jesús sigue su camino ininterrumpido hacia Jerusalén.  Cumple su misión y enseña a vivir, a acoger y a testimoniar el evangelio como oportunidad para nuestra salvación. Jesús sigue caminando por mi vida invitándome a un sí continuo, constante, permanente.  Él está cumpliendo así la voluntad de su Papá Dios. Me invita a mí a que lo escuche día a día, a ir tras El, por la puerta estrecha, que va hasta Jerusalén; dispuesta a acoger la conversión en  mi vida, la adhesión al Cristo de la fe. Si falto al compromiso, a la palabra dada, a la no aceptación de su misericordia, puedo ser excluida. Podría ser buena religiosa, cumplidora de mi misión, más, qué peligro, dejar de lado el discernimiento de su Palabra, a la luz de los acontecimientos,  donde cada día me habla, y me manifiesta su querer. La ética del compromiso (hacer el bien) y la teología del Reino (todos cabemos) van a la par. Como cristiana no tengo  privilegios, como religiosa menos. Si escucho hoy su voz, no puedo endurecer el corazón (Sal 94, 7-8). Mi vida adherida a la de Cristo tiene que concretarse en una práctica fundamentada en la justicia, en la solidaridad, en la humanización de todas las realidades donde vivo inmersa; en la unión profunda y vital con el Señor. Pero este compromiso, debe traducirse en un combate, en una lucha, en un despojo  de mí, a imagen del destino de Jesús.
 
¿QUÉ ME HACE DECIRLE A DIOS? Aquí estoy Señor, impactada con tu Palabra. ¿De qué fuente bebo yo? ¿De tu Palabra o de mis intereses personales? ¿En qué Reino estoy pensando? ¿Coincidirá con mis esperanzas o será que no estoy preparada para encontrarme con otros invitados que no espero?
Ayúdame Señor, a escucharte, a obedecerte, aunque me cueste muchas veces doblegar mi voluntad primaria;  a incluirte cada vez que pones delante de mí un invitado de tu Reino. Porque en tu Reino cabemos todos. Si hay en mi alguna actitud de exclusión respecto a mis hermanos, destrúyela y dame un corazón de carne, de misericordia; entusiasmado por ti; anhelante de ti, tras de ti, al silbido de tu voz que me hace distinguirte entre mil. Reconóceme Señor, para que no me cierres la puerta; no quiero gastar una vida fuera de ti; solo en ti tengo paz y liberación, fuera de ti nada tiene sentido. Envíame a anunciarte allí donde nadie todavía ha oído tu nombre. 

Por tanto, si todos pasamos, realicemos algo que no puede pasar a fin de que, cuando hayamos pasado y llegado al lugar de donde no hemos de pasar, encontremos nuestras buenas obras. Cristo es el guardián; ¿por qué, entonces; temes perder lo que das? (a. Agustín, Sermón 111,3)

Nieves María Castro Pertíñez. mar
 

 




[1] Bovon, F. El Evangelio de Lucas. Ed. Sígueme, 2012. p. 530
[2] Ibib. P. 534

Comentarios

Entradas más populares de este blog

No llores si me amas. Carta de San Agustín a su madre (Santa Mónica).

LECTIO DIVINA- IV DOMINGO DE PASCUA-CICLO B- JUAN 10, 11-18

La Regla de San Agustín, Introducción y comentario de Nello Cipriani, OSA