LECTIO DIVINA XXII DOMINGO ORDINARIO. Lc 14,1.7-14


CONTEXTO: En vez de huir  como le habían sugerido (13,31), Jesús acepta una invitación para comer. Lucas presenta dos breves discursos, uno dirigido a los invitados (v.7-11) y el otro al dueño de la casa (v.12-14).
¿QUÉ DICE EL TEXTO?  Sin perder de vista la perspectiva del camino, Lucas nos presenta a Jesús tomando parte en la comida del sábado en casa de un fariseo importante. En esta ocasión el evangelista parece tener especial interés en resaltar la actitud circunspecta y observadora de los protagonistas (v.1) Este detalle demuestra que no había sido invitado de corazón, sino únicamente como pretexto para ver si podían sorprenderle en algún fallo.

Jesús expone su observación y es que se da cuenta de que los invitados escogían los primeros puestos (v.7). Ante esto dice una parábola, referente  a unas bodas, donde sugiere al invitado no escoger el primer puesto, no sea que haya otro más distinguido y lo hagan retroceder (v.8-9); la propuesta de Jesús es más bien sentarse en el último lugar, para que el que invita pueda tener después una deferencia con él (v.10). Es en el v. 11 donde se aclara el significado del ejemplo: "Dios enaltece a los humildes y humilla a los soberbios" (Cfr. Lc. 18,14; Mt. 23, 12). El deseo de figurar era uno de los defectos típicos de los fariseos (Cfr. Lc. 11,43;20,46). Jesús afea su vaciedad y su mala educación. Pero las palabras de Jesús son algo más que una lección de buenas formas o de urbanidad; es un mensaje religioso.
Jesús quiere decir que el amor auténtico se muestra cuando se ejerce sin esperar recompensa alguna; proclamando un comportamiento radical: ponerse uno a sí mismo en la extremidad inferior de la escala social y considerar como comensales a los marginales y desvalidos (v. 12-13). El que invita a los pobres no puede esperar ser invitado por ellos en otra ocasión (v-14). Si tenemos en cuenta que el banquete es un símbolo habitualmente empleado para hablarnos del Reino de Dios y que los pobres son aquéllos a quienes se ha prometido el reino de Dios, el segundo "ejemplo" puede adquirir una profundidad mayor. Invitar a los pobres sería tanto como sentarse a la mesa con ellos, solidarizarse con ellos, sería amarles de tal manera que uno pudiera esperar también entrar con ellos en el Reino que les ha sido prometido.

El plan salvífico del Padre concretado en Jesús no se paraliza ante la negativa de aceptarlo; ese proyecto tiene una vida propia y avanza y se realiza aunque muchos lo rechacen y se autoexcluyan de él”.
¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?   La búsqueda de prestigio parece obedecer a una necesidad instintiva que todos tenemos. Nos gusta que nos quieran; que nos tomen en cuenta; que nos hagan deferencias. Nos creemos el ombligo del mundo y qué espectacular es hacer de protagonista.  El actuar y el relacionarse con unos y no con otros, según que puedan o no aportarme algo, también parece inevitable. Hay que  caer en la cuenta que la dificultad del camino cristiano está en la radicalidad de su novedad. Mi comportamiento como cristiana, discípula y consagrada tiene que responder a un solo arquetipo: “Jesús, siendo en forma de Dios, no estimó ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí  mismo” (Flp. 2, 6-7). El ejemplo de la humildad de Cristo me anima a seguirle desde este itinerario tan irrelevante en un mundo de competencias y preeminencias.  Si Jesús, se despojó; yo que todo lo he recibido del Señor, ¿de qué podré presumir? ¿Es que pienso acaso qué tengo derechos adquiridos por posibles méritos? Qué errada estaré entonces si así pienso, según este evangelio.  La invitación  esta semana es primero que todo a agradecer: nada de lo que tengo es mío; todo es gracia, y por tanto, si algo bueno hay en mí,  le pertenece al Señor porque yo soy su obra. La segunda invitación que me hace el texto es a ubicarme; ocupar mi lugar correspondiente; soy creatura, dependo de El para todo y en todo; soy responsable de mi vida, de mi vocación; estoy invitada a no considerarme superior a los demás; elijo estar en el último puesto, aunque a veces me cueste pero Jesús no vino a ser servido sino a servir; por esta razón, libremente acepto esta invitación.

La felicidad que propone Dios no se consigue a costa de los demás; sino que ofrece un camino que pasa por el rebajamiento y el servicio; para vivir esto es necesaria una buena dosis de fe. El mundo nos ofrece otras propuestas. A veces quiero tener el chivo y el mecate; el evangelio es claro; o se asume una postura, con una consecuencia, o se asume otra, con la subsiguiente consecuencia. Por otro lado, el mensaje de Jesús es chocante; ¿hay algo más legítimo y natural que amar a los que nos aman? (cf. 6,32-35) ¿invitar a los que nos invitan, tratar con los parientes, amigos y vecinos? En este mundo no tenemos que buscar retribución a nada ni a nadie; tampoco reconocimiento; ¿acaso fue Jesús reconocido como Hijo de Dios? ¿O no fue, más bien, esta la causa de su condena? Solo Dios es mi deudor; con El saldré ganando; solo El es mi recompensa. La base de nuestra vida es la humildad, el amor es el motor de nuestra existencia y los pobres son los privilegiados; cuando yo me agacho para ellos, Dios entonces los levanta. Humildad y caridad van de la mano; la soberbia por el contrario, en el decir de san Agustín, es un vicio capital que nos separa de Dios.
¿QUÉ ME HACE EL TEXTO  DECIRLE A DIOS?...Señor, que difícil es ser humilde; mi miseria y mi pecado, muchas veces se rebelan contra mí y me hacen desear ser más que otros, buscar reconocimientos, escalar puestos, creerme mejor que los demás; Pero, yo te miro cada día en la cruz, y siento la abundancia de tu misericordia. ¿Qué soy yo para que te fijes en mí, deplorable pecadora? Me has regalado la salvación; me has hecho libre; me das tu gracia a cada instante, y esto me da ánimos para seguir tu propuesta de reino: anonadamiento, desasimiento, como dice nuestra madre Esperanza, de todo y de todos; qué mensaje tan radical el tuyo; o es blanco o es negro; pero se trata de vivir confiada totalmente a tu voluntad; porque tu voluntad es idéntica a tu misericordia; no me cansaré de repetírmelo para creerme que todo lo que me suceda y  acontece viene de ti, para un fin: unirme más a ti, ser más de ti; vivir toda para ti; y de allí, lo que mandes.

“Considera cómo te levantó a ti tu Señor. Te levantó con humildad, hecho obediente hasta la muerte y humillándose a sí mismo. Siendo humilde tu emperador, ¿eres tú soberbio? ¿Es humilde la cabeza y soberbio el miembro? De ningún modo: quien ama la soberbia no quiere pertenecer al cuerpo que tiene cabeza tan humilde. Más si no forma parte de él, mire dónde ha de estar en el futuro. No quiero decirlo yo para no dar la impresión de baberos aterrorizado aún más; mejor: ¡ojalá os atemorizara y consiguiera algo! ¡Ojalá deje de ser así quien, hombre o mujer, lo haya sido antes! ¡Ojalá haya conseguido que entren en vosotros estas palabras y no haya sido un simple esparcirlas al viento! Todo hay que esperarlo de la misericordia de Dios, puesto que quien atemoriza, causa tristeza; a quien causa tristeza consuela, pero en el caso de que se haya enmendado el contristado. (san Agustín, Sermón 354, 8-9).
 
Hna. Nieves María Castro Pertíñez. mar
 
 

 

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