LECTIO DIVINA XXV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO Lc 16,1-13
CONTEXTO: El texto que nos regala la liturgia de este domingo está a continuación de las parábolas de la misericordia, en concreto la parábola del Hijo pródigo.
¿QUÉ DICE EL TEXTO? El dueño constata que su administrador ha sido
infiel (v.1-2) y sin pedir explicaciones, le pide cuentas y lo despide (v.3-4);
solo ante sí mismo el administrador se
pregunta qué hará ante su futuro inseguro y súbitamente encuentra una solución.
Las escenas de los vv. 5-7 ponen al
frente al administrador y a sus dos deudores. El amo alaba la solución tan
astuta del administrador, para asegurar su futuro (v.8). Los vv. 9-13 son una
interpretación espiritual de la parábola.
En
el mundo antiguo, el administrador era a veces un esclavo nacido en la misma
casa de su dueño y que había sido educado para este menester. Actuaba en nombre
del dueño para realizar toda clase de transacciones comerciales y económicas.
El administrador de la parábola se ve en peligro y busca nuevos protectores.
¿Cómo lo hace? Quedando bien ante los deudores de su amo. Pero no rebajando las
cantidades que adeudan a su amo sino rebajando la comisión que a él le
correspondería percibir. De esta forma, el elogio recae sobre la capacidad de
renuncia del administrador en vistas a un beneficio futuro: un nuevo puesto de
trabajo. Con esta parábola del administrador astuto, Jesús insta a sus
discípulos a ser creativos, ingeniosos y astutos en el anuncio del Reino. Acto seguido les insta a tomar postura ante el
dinero, ya que no se puede servir a dos señores. No podemos absolutizar las
riquezas. Absoluto solo es Dios.
¿QUÉ ME DICE A MÍ EL
TEXTO? Hoy el Señor
me hace una invitación especial a la honradez, a la honestidad. Una invitación
a cuidar de todo lo que me ha dado porque de ello me va a pedir cuentas. Cuidar supone conocer y valorar lo que somos y
tenemos, y entender que el torrente del bien no puede detenerse en nosotros. No
es, pues, una justificación para el egoísmo, porque cuidar no es simplemente
conservar. Más bien: cuidar es lograr que cada uno y cada cosa alcance su meta;
que sea lo que puede ser, lo que está llamado a ser. Es obstinarse en dar la
oportunidad al que tal vez la necesita y no la ha tenido.
La vida, el trabajo,
la salud, las personas, la comunidad, la fe, la vocación, los dones personales; el
alma y su virtud; la familia y su unidad; la sociedad y su justicia, el Reino y
la fraternidad, el evangelio y su anuncio, el carisma y nuestro ser en la
Iglesia; todos
son bienes de Dios. Tengo que administrarlos no a mi capricho como este
hombre, sino negociarlos para el Señor. Hay una llamada a la exigencia interior, hacer
todo lo insignificante con toda fidelidad, a no dejarme pasar en nada, a ser
honrada en todo, en mis palabras, acciones, pensamientos. Las riquezas son del
Señor y yo soy suya. Aprender a cuidar es entonces un acto de gratitud a
Dios y a quienes nos hacen el bien. Es también una actitud de misericordia; es
como la raíz del amor. Y de hecho, ¡cuánto amamos a quienes nos han cuidado!
¿QUÉ ME HACE DECIRLE A DIOS? Nada es mío, sin embargo, pongo el corazón y administro
las cosas como quiero muchas veces. Dame Señor, un corazón grande, capaz de vivir tus regalos
con la humildad y el deseo de servirte hasta lo último. Que sepa negociar lo
tuyo para ser antorcha donde vaya. Dame el ser solidaria con todo lo que me das
y que aprenda a negociar tus tesoros. ¡Cuántos bienes me das y que poco los se
administrar! ¿Qué hago con todo lo que me das? Muchas veces abuso de ti; lo que
me das lo malgasto. Que sepa colaborar contigo, ser fiel a tus riquezas,
encontrando el amor y la fidelidad en todo. El que es de fiar en lo menudo también
en lo importante es de fiar. Que sepa contenerme de abusar de tus riquezas. Ayúdame
para que sea la persona que gana con tus bienes, los testimonia y los entrega a
los demás sabiendo que tú eres todo lo que tengo, la defensa de mi vida.
“En
efecto, todos somos mayordomos; a todos se nos ha confiado en esta vida algo de
lo que tendremos que rendir cuentas al gran padre de familia. Y a quien más se
le ha confiado, mayor cuenta tendrá que dar (…) Esta administración es
temporal, pero la recompensa para quien la lleva es eterna. Mas si llevamos la
administración de forma que podamos dar buena cuenta de ella, estamos seguros
de que luego nos confiarán cosas mayores (…) Debemos socorrer en esta tierra a
los necesitados para que se cumpla en nosotros lo que está escrito: Dichosos los misericordiosos, porque Dios
tendrá misericordia (Mt 5,7). Y en otro lugar: El juicio será sin misericordia para quien no
practicó misericordia”. (s. Agustín. Sermón 359 A, 9-11).
Hna.
Nieves María Castro Pertíñez. mar
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