LECTIO DIVINA DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO- CICLO A. Mt 5, 38-48
La comunidad se reúne los viernes en la noche para hacer su revisión penitencial a la luz de todo lo vivido durante la semana. |
CONTEXTO
Este texto del capítulo 5 está enmarcado en el
contexto de las Bienaventuranzas. Al llegar el Mesías, al mismo tiempo que la Ley
alcanza toda su plenitud, como veíamos la semana pasada, es rebasada. En su conjunto, las exigencias de Jesús
ilustran la continuidad de los dos períodos de la única historia de salvación
(el camino y el cumplimiento), pero al mismo tiempo señalan una superación de
la segunda con relación a la primera. Jesús, superando también la
interpretación casuística de algunos judíos de su tiempo, interioriza y
universaliza la Ley a la luz de cómo su Padre expresa su amor por el ser humano
(5,48). Las exigencias de Jesús son expresiones de amor y no mera preocupación
por los preceptos. Sin pasar por alto el valor del Antiguo Testamento, las
exigencias son mayores para quienes vivimos en el período del cumplimiento de
todo lo dispuesto en el plan de Dios.[1]
¿QUÉ
DICE EL TEXTO?
Jesús les dice a sus discípulos que aunque ellos, en el pasado oyeron decir
que, ojo por ojo y diente por diente, y
aquello de la bofetada, el pleito por la túnica y el caminar una milla etc, Jesús les dice que hay que responder no oponiendo resistencia y hacer todo lo contrario a
esas propuestas anteriores (v.38-42). Después continúa hablándoles de lo que se
dijo en el Antiguo Testamento sobre amar al prójimo y aborrecer al enemigo
(v.43) pero sin embargo Jesús les dice que: ”amen a sus enemigos, hagan el bien
a los que les aborrecen y oren por los que les persiguen y calumnian porque así
serán hijos del Padre que está en el cielo y da cosas buenas siempre, tanto a
los malos como a los buenos (v.44-45). Y
seguidamente, les razona que no hay mérito en amar a los que se aman, porque en
ello no hay diferencia con los publicanos, no hay nada de extraordinario en
saludar a los hermanos, sino que más allá de ello, hay que ser perfectos como
el Padre Dios es perfecto (v. 46-48).
Jesús expone su postura frente a la Ley, la Torá. En estas dos últimas
antítesis que nos presenta el texto de este domingo, aparece toda la
revolucionaria novedad del mensaje de Jesús, el “no” rotundo a la ley del
Talión: “ojo por ojo, diente por diente” (v.38). En
realidad, dice Schokel, la ley del talión ha existido en todas las culturas, no
sólo en la bíblica, como mecanismo para que la sociedad no se disuelva en el
caos de una violencia indiscriminada. Aunque su cruda aplicación haya
desaparecido ya prácticamente de nuestro mundo de hoy, la ley del talión, por
más modernizada que se manifieste en nuestros comportamientos individuales o en
los códigos legales, sigue estando vigente y considerada como necesaria para
asegurar una aceptable convivencia humana. Así tenemos la violencia legalizada
y controlada como una respuesta para hacer frente a todo otro tipo de
violencia, que amenace al individuo o a la colectividad. Por ejemplo, la pena
de muerte. O si nos vamos a los países de Arabia, veamos allí toda la cantidad
de aberraciones que se cometen a nivel civil, y legalmente; sobre todo en
contra de los derechos de la mujer.
Jesús propone la subversión de este principio porque corrompe las
relaciones de las personas entre sí y con Dios. Este cambio radical sólo podrá
partir de la fuerza creadora del amor y será la única respuesta que pondrá fin
a toda violencia. No se trata solo de una violencia pasiva (no poner
resistencia), sino activa: Pero yo os digo: amen a sus enemigos, oren por sus
perseguidores (v. 44). Esta es la utopía evangélica que propone el sermón del
monte: el amor a todos, sin condiciones, tal y como es el amor del Padre, que
hace llover tanto sobre malos como sobre buenos. Ese amor del Padre no tiene
límites, por eso es perfecto; así tampoco debe tener límite la perfección del
cristiano. Imitando de esta manera a Dios, podremos crear una sociedad justa y
nueva[2].
No hay otro modo.
¿QUÉ ME DICE A MI EL TEXTO?
Me fijo en Jesús: Él es puro corazón; no sabe otra cosa sino amar. Por eso ese amor es
desbordante, que perdona a sus verdugos y apuesta por los pecadores. Para eso,
dice Lucas que hay más dicha en el cielo por un pecador arrepentido que por 99
justos. El Señor, lo entrega todo, se entrega a sí mismo para decirnos no con
palabras, sino con su vida, con su sangre, con su anonadamiento, que él ha
venido a darnos la libertad. Solo amando seremos libres. La verdad os hará
libres, se dice en Juan. Y Jesús es la Verdad. Amar como Jesús, ser Jesús, este
es el proceso pascual por el que todos tenemos que pasar si de verdad queremos
identificarnos con Cristo, configurarnos con él y asumir sus mismos
sentimientos.
Me fijo en “ojo por
ojo, diente por diente”: Hay que ver, qué dura
doctrina, y sin embargo, si me pongo a pensar en profundidad qué fácil es
descubrirme muchas veces con estos sentimientos. No estoy ajena a la venganza,
a desear mal a otro, sobre todo cuando me pisan el cayo. Más aún, esta
individualidad se hace colectiva cuando tomamos posturas etnocéntricas, religiosas,
racistas, machistas o hembristas, qué más da; lo cierto es que en nuestros
círculos a veces caemos en la tentación de que el otro pague, a nuestro juicio,
lo que tiene que pagar, sin pizca de misericordia, y sin saber lo que pasa por su
corazón. Y cuánto más si miramos las sociedades donde se aplican leyes que
lejos de liberar y ayudar a ser más humanos y más sociales, encierran a las
personas en crudas opresiones: miremos las cárceles, la pena de muerte, y todas
aquellas leyes que contradicen la vida, los derechos y las esperanzas de los
pobres y sobre todo las que ofrecen las políticas totalitaristas que niegan
solapadamente el derecho a la vida.
Me
fijo en lo que nos dice Jesús: sobre todo que seamos generosos; que no
seamos mezquinos para darle al que necesita o nos pide, mejor dicho, que nos
adelantemos a brindar al hermano una mano amiga, sencillamente porque leemos
con el corazón lo que puede necesitar, sencillamente porque si amamos a la
manera de Jesús, nos toca solo humanizar, acoger, restituir, perdonar,
ofrendar, apoyar, y padecer si es necesario todo lo que el hermano tenga de
resistencia con nuestra vida.
Me
fijo en la perfección del Padre. El Padre es perfecto porque es Amor, y en el
amor no cabe otro sentimiento, ni imperfección. Todo en Dios tiende al bien, a
lo bueno, a lo verdadero, a lo humano. Entonces, ahora, Jesús nos dice que seamos perfectos como el Padre
Dios. Pero, ¿no habrá aquí alguna contradicción, siendo que por naturaleza
somos pecadores y no cabe en nosotros sino imperfección?. Bueno, sería, a mi
juicio, sí pero no, es decir, yo entiendo que el amor ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, según dice san
Pablo; entonces, es el Espíritu el que ama en nosotros. Por tanto, la vida es
un combate: dentro de nosotros tiene que existir siempre ese movimiento
tendente al bien y a amar, porque Dios provoca en nosotros el amor, y por eso
nos llama a esta perfección. Es necesario para ello contemplar mucho a Jesús en
la cruz; dejándonos tocar por su amor; siento que Dios va sanando nuestras raíces
egoístas y las va convirtiendo en ríos de agua viva que brotan hacia la vida
eterna. Solo el amor lo cambia todo, y lo vence todo, y todo lo soporta, y
todo, todo, todo…lo que más podamos decir frente a nuestras heridas y pecados
que ocasionan mal al hombre que es nuestro hermano.
¿QUÉ ME HACE DECIRLE
EL TEXTO A DIOS?
Me dejas atónita, Señor, una vez más. ¡Qué grande es tu
sabiduría! Qué atractiva y poderosa tu palabra! A pesar de mi debilidad, yo
creo en ella. Creo en ella porque creo en ti. Tú nos enseñas no desde la
palestra, sino con tu corazón: manso y humilde, amoroso y tierno, veraz y
valiente. ¡Qué gran generosidad la tuya Señor!.
Quisiera amar como tú amas; me gustaría acoger esta palabra de hoy.
Pero, para eso, tendrás que sanar mis heridas y darme una mentalidad más
evangélica; menos racional, más humana, menos egoísta; más abierta, menos
solapada.
Virgen Madre de la
bondad, de dulzura y consuelo, que apreciaste en Jesús un corazón desbordado
en amor al Padre y al hombre, sin ningún tipo de exclusión y siempre a favor de
la vida, la dignidad, el respeto, el perdón, la comprensión y la lealtad,
enséñame el misterio del amor que se crece en la cruz de Jesucristo, y se regenera con la
fuerza de su Espíritu.
Nieves María Castro Pertíñez. MAR
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