LECTIO DIVINA. III DOMINGO DE CUARESMA CICLO -A- Jn 4. 5-42

Nuestra Hermana Ruth Carmona, nueva integrante de la comunidad formadora del Noviciado Común
CONTEXTO
Este relato parece suponer la temprana conversión de los samaritanos, después de la resurrección de Jesús, gracias a la predicación del diácono Felipe y a la visita posterior de Pedro y Juan a Samaria (Hch 8,5-25). Por lo mismo, la samaritana es también símbolo de un pueblo que profesa la fe en Jesús (Jn 4,42). El texto del encuentro de Jesús con la samaritana está ubicado después del testimonio de Juan Bautista: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna…” Jn 3,36. Invitación de Jesús a destruir el templo y a sustituirlo por su cuerpo, que, levantado en alto, será expresión de un nuevo tipo de culto.

 ¿QUÉ DICE EL TEXTO?
Este relato, uno de los más extensos y bellos del evangelio, presenta el siguiente desarrollo: conversación de Jesús con una mujer, centrada en los temas del agua viva, la adoración al Padre y la revelación de Jesús como Mesías (v.1-26); diálogo con sus discípulos (27-38); escena final, con la aclamación de Jesús como salvador del mundo (32-42).

El evangelista lee la revelación del misterio profundo de la persona de Jesús en las vicisitudes cotidianas. Es mediodía y junto al pozo de Sicar (v. 5; cf. Gn 48,22) tiene lugar el encuentro y el diálogo insólito (v. 8) entre una mujer samaritana y un judío (v. 9), un "profeta" (v. 19) mayor que Jacob (v. 12), "el Cristo" (v. 29). Sucesivamente van llegando los discípulos (w. 27-38), finalmente otros samaritanos paisanos de la mujer (w. 40-42): los estrechos horizontes tradicionales se abren a la universalidad.

¿Quién es, pues, aquel rabbí que se atreve a conversar con una mujer (v. 27), y encima samaritana, es decir, considerada herética, idólatra (w. 17-24; cf. 2 Re 17,29- 32) y pecadora (v. 18)? Las personas que salieron a su encuentro lo declaran "Salvador del mundo" (v. 42): estamos en la cumbre de la narración y de su contenido teológico. Y, sin embargo, Jesús se presentó como un sencillo caminante que no duda en pedir un poco de agua. Incluso este dato no carece de significado: su sed -sed de salvar a la humanidad- remite a numerosos pasajes del Antiguo Testamento. Junto a la zarza ardiente, Moisés, destinado a ser guía del pueblo elegido en el Éxodo, había pedido a Dios revelarle su nombre; finalmente aquella pregunta encuentra ahora respuesta: "Yo soy, el que habla contigo" (v. 26; cf. Ex 3,14). Sobre la sombra del pecado, el Mesías proyecta la luz de la esperanza: la conversión abre el camino para adorar al Padre "en espíritu y en verdad" (v. 23; cf. Os 1,2; 4,1).

Ahora va a cumplirse una larga historia de deseo y fatiga, de fe y de incredulidad. La plenitud está en el encuentro con Cristo, cuyas palabras son hechos: en el Calvario brotará la fuente de agua viva, en la pasión se saciará totalmente su hambre y su sed de hacer la voluntad del Padre (v. 28, cf. Jn 19,28). De su muerte nace la vida para todos –ahora cualquier hombre puede considerarse "elegido", amado-; de su fatiga en el sembrar (w. 6.36-38) se abre para los discípulos el gozo de la siega (v. 38) y del testimonio, como la mujer samaritana deja entrever en su ímpetu de auténtica misionera (v. 28)[1].
 ¿QUÉ ME DICE A MÍ EL TEXTO?

Me fijo en Jesús

Cansado del camino y sediento le pide agua a la samaritana:
Jesús, caminante divino en nuestra búsqueda, ha querido compartir nuestra sed para hacernos conscientes de que la sed de un amor tierno e ilimitado nos asedia y nos inquieta y que de nada vale querer ignorarla o aplacarla con multitud de amores humanos.

Ofreciéndole el “agua viva” a la samaritana:
Sólo él puede verter en nuestros corazones la fuente que brota para la vida eterna, el Espíritu Santo, alegría inagotable de Dios. Pero, antes, Jesús debe cansarse, y mucho, para desenmascarar nuestra falsa sed, por la que cada día estamos dispuestos a recorrer tan largo camino llevando sobre nuestras espaldas cántaros pesados.
Frente a judíos y samaritanos, Jesús ilustra una concepción distinta de Dios. En términos del diálogo: Jesús trae el don de Dios, el agua viva que aplaca la sed.
Jesús no se limita, pues, a proporcionar el agua viva como desde el exterior: revela a cada hombre a sí mismo y le descubre el misterio de su personalidad, allí donde se alcanza la fuente de agua viva en uno mismo (Jn 7. 38). Este descubrimiento de la personalidad de cada uno es probablemente lo que en cierto modo se dibuja en el discurso en que Jesús desvela progresivamente a la samaritana quién es ella (VV. 17 y 29).

Dios es  Espíritu y verdad:
El Padre pide verdaderos adoradores. Sabíamos que Dios podía apagar nuestra sed, pero sin este evangelio, ¿quién se atrevería a pensar que Dios tiene sed de nosotros? La única manera de ser digno de esta fe es tener sed de él.

Jesús dialoga con sus discípulos
El diálogo Jesús-discípulos tiene lugar "mientras" la gente "está de camino" hacia Jesús. Las palabras de Jesús durante este diálogo son un comentario a "ese camino hacia él". A este "estar en camino" se le llama "alimento", y este alimento es hacer la voluntad del Padre, que es ofrecernos a todos, sin distinción, la salvación que brota del agua de su  costado y nos lanza hacia la vida eterna.

Me fijo en la Samaritana:

Busca agua que no le quita la sed:
A lo largo del fatigoso camino de la vida siempre podemos decir: "En estos días el pueblo padece sed". El hombre, hecho para lo infinito, es atormentado por la árida finitud que le rodea y no le sacia, y percibe, sediento, la necesidad de una agua viva que le hidrate y regenere, que le vivifique y haga fecundo el sentido  de sus días.

Tiene cinco maridos:
El diálogo pasa del símbolo "agua" al símbolo "maridos". Es la propia mujer quien facilita la clave en el v. 20: el culto.  El pozo de Jacob tiene un agua contaminada: en él beben personas y animales. (Ironía y simbolismo del cuarto evangelista). El agua que Jesús trae es viva, es decir, limpia y cristalina. Pero para hacerse acreedora a ella, la samaritana tiene que salir de su Torá (los cinco maridos).

El marido representa también la búsqueda de seguridades opuestas al designio de Dios,  toda alianza contraria a la suya, la pretensión engañosa de encontrar solución fuera de Él, todo aquello a lo que nos atamos como un refugio a nuestra debilidad y mediocridad.

La mujer deja el cántaro
Hay, pues, que dejar el cántaro: el agua estancada, el templo. Ya no sirven.  Comienza la marcha hacia Jesús, la peregrinación hacia el nuevo templo. La gente deja la ciudad y se pone en camino hacia Jesús (v. 30).

La llegada de la gente crea una situación nueva (vs. 39-42). La evangelización surge del encuentro con Jesús. El gradual conocimiento de Jesús lleva a la mujer a un nuevo conocimiento de sí misma: Jesús es judío, ella samaritana; Jesús es “Señor”, ella una creatura llena de debilidades; Jesús es profeta, un hombre de Dios, ella- en cambio- se reconoce pecadora, alejada de Dios; Jesús es Mesías que desborda las fronteras de Israel, ella ansía saciar su sed de Dios; Jesús es Salvador, ella experimenta la salvación por la palabra del Mesías: “Me ha dicho todo lo que he hecho” (4,39). Según la conclusión del relato, su testimonio se hace evangelización (misión) y convierte en discípulos de Jesús a hombres y mujeres que la escucharon hablar del Mesías y se encuentran con él por lo que pueden decir: “Nosotros mismos lo hemos oído” (4.42).

Curiosa alternancia de esta doble sed. "Dame, dice Jesús; luego: "Pídeme". Y un poco más adelante: " Deseo por deseo, amor por amor. Así es como hay que pedir el agua que nos dará deseos de Dios: "Pídeme el agua viva y yo haré que brote en ti una fuente de amor. Podremos ser uno de esos adoradores que busca el Padre".
 ¿QUÉ ME HACE DECIR EL TEXTO DIOS?
Señor,  en el brocal de mi  pozo estás sentado día y noche. Como te encontraste con la Samaritana te has encontrado conmigo. Me atrae tu Palabra, me atrae tu donación, me atrae tu salvación, me atrae tu adoración. Me pides que te pida, es decir, que me reconozca mendiga y sedienta de ti que eres el agua viva.

Cada día me pides agua, y cada día, aumentas en mí el deseo de conocerte y amarte más; porque lo que me pides, ya me lo das con creces, para que pueda responderte.
Reconozco Señor, que he tenido “muchos maridos”; y en esa sed insaciable he buscado en otras “aguas” saciar mi sed de plenitud.

Tú me pides, pero eres tú el que me das. Me pides en cada acontecimiento, en cada persona, en cada diálogo que establezco, en cada mirada que cruzo, en cada sentir que experimento: me pides que me acerque a ti.

Tú me das en cada Eucaristía, en cada encuentro contigo, también en cada desencuentro, en cada situación que experimento, en cada instante de mi vida. Tú me das tu Gracia purificadora y transformante, que es el agua Viva.

En Espíritu y en verdad te quiero adorar. Tu verdad es que eres el agua Viva.  Mi verdad es que estoy sedienta y no hago más que beber, muchas veces, en aguas que no quitan la sed. Siento sed de amor, pero bebo egoísmo, siento sed de felicidad y bebo en ráfagas pasajeras. Siento necesidad de hondura y me da miedo adentrarme en lo profundo de mí.

Sin embargo, cuando me acerco a ti, con esa actitud de “mi alma tiene sed de ti”, entonces experimento que lo esencial es lo único que me quita la sed. Pero, para sentirme como la Samaritana, lo fundamental es creer en ti, aferrarme a ti, adherirme a ti, levantar mi corazón hacia ti,  seguir tus pasos y ser tu misionera, pregonera de tu misericordia a tantos sedientos queriendo saciar su sed en pozos que no son Tú.   
 (…) Vino Jesús y, humillándose, llegó hasta el pozo. Llega fatigado, porque lleva sobre sí el peso de la débil carne. Era la hora sexta, porque estaba en la sexta edad del mundo. Llegó hasta el pozo, porque descendió hasta lo profundo de nuestra morada. Por eso se dice en los Salmos: Desde lo hondo he clamado hacia ti, Señor (Sal 129,1). Se sentó, ya lo he dicho, porque se humilló. (…)Y llega una mujer (Jn 4,7). Es figura de la Iglesia, aún no justificada, pero a punto de serlo: éste es el tema de conversación. (…) Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos no eran judíos; sino extranjeros, aunque vivían en regiones circunvecinas. (…)Está lleno de significado el hecho de que esta mujer, que figuraba a la Iglesia, procediese de un pueblo extranjero para los judíos; en efecto, la Iglesia se formaría de los gentiles, que los judíos tenían por extranjeros. (…) ella misma fue primero símbolo y luego se convirtió en realidad, pues creyó en aquel que quería hacer de ella una figura nuestra. Vino, pues, a sacar agua. Había venido solamente a sacar agua, como suelen hacerlo los hombres y las mujeres.(…) (San Agustín. Comentarios sobre el evangelio de San Juan 15,5-6.9-12 (Sigue).

 Nieves María Castro Pertíñez. MAR













[1] GIORGIO ZEVINI y PIER GIORDANO CABRA (eds.)LECTIO DIVINA PARA CADA DÍA DEL AÑO
volumen 3Tiempo de cuaresma y Triduo pascual. SEGUNDA EDICIÓNEDITORIAL VERBO DIVINO 2002, p.180-183



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